Un antiguo proverbio indio decía que “la naturaleza no era una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”. En el Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, suscrito por Naciones Unidas, se afirma que “la conservación de la biodiversidad es interés común de toda la Humanidad”. En el preámbulo de dicho acuerdo, se plantea que la utilización sostenible de dicha diversidad biológica, al igual que su conservación, tienen una importancia crítica para satisfacer las necesidades mundiales en alimentación y salud, y que para ello resulta imprescindible, entre otras cosas, acceso y participación de las nuevas tecnologías.
Clasificar lo que nos rodea es clave para conocerlo y entenderlo
La taxonomía es la ciencia que se encarga de clasificar, y en biología, resulta realmente complejo realizarlo en el impresionante cajón de sastre que es nuestra naturaleza. Se considera que en los últimos 250 años se habían descrito casi dos millones de especies, y existe una gran discusión en ciencia sobre el número total que habitan en el planeta Tierra. Las cifras bailan entre diez y cien millones, por lo que se entiende el enorme vacío de conocimiento que queda aún por descubrir.
Además del gran aporte a nuestro aprendizaje común sobre el mundo que nos rodea, se cree que el 56% de los 150 fármacos más prescritos en Estados Unidos tiene origen biológico (en la imagen inferior, el organismo marino Ecteinascidia turbinata, del que se obtiene el antitumoral español Yondelis). Conocer un poco más nuestra naturaleza podría ayudarnos en la investigación de nuevos medicamentos para el cuidado de nuestra salud.
Sin embargo, para clasificar los seres vivos, tarea que hacen los taxónomos, existen de manera tradicional problemas importantes que las nuevas tecnologías pueden ayudar a solucionar. Por una parte, los científicos debían realizar viajes para conocer las especies de regiones remotas, lo que sin duda es un problema económico. Por otra, para realizar los estudios tenían que acceder a colecciones biológicas de forma presencial, para así examinar físicamente los diferentes tipos de especies. Esto suponía una ralentización enorme de las investigaciones, así como un tardío análisis de las nuevas especies que se iban describiendo.
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Un antiguo proverbio indio decía que “la naturaleza no era una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”. En el Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, suscrito por Naciones Unidas, se afirma que “la conservación de la biodiversidad es interés común de toda la Humanidad”. En el preámbulo de dicho acuerdo, se plantea que la utilización sostenible de dicha diversidad biológica, al igual que su conservación, tienen una importancia crítica para satisfacer las necesidades mundiales en alimentación y salud, y que para ello resulta imprescindible, entre otras cosas, acceso y participación de las nuevas tecnologías.
Clasificar lo que nos rodea es clave para conocerlo y entenderlo
La taxonomía es la ciencia que se encarga de clasificar, y en biología, resulta realmente complejo realizarlo en el impresionante cajón de sastre que es nuestra naturaleza. Se considera que en los últimos 250 años se habían descrito casi dos millones de especies, y existe una gran discusión en ciencia sobre el número total que habitan en el planeta Tierra. Las cifras bailan entre diez y cien millones, por lo que se entiende el enorme vacío de conocimiento que queda aún por descubrir.
Además del gran aporte a nuestro aprendizaje común sobre el mundo que nos rodea, se cree que el 56% de los 150 fármacos más prescritos en Estados Unidos tiene origen biológico (en la imagen inferior, el organismo marino Ecteinascidia turbinata, del que se obtiene el antitumoral español Yondelis). Conocer un poco más nuestra naturaleza podría ayudarnos en la investigación de nuevos medicamentos para el cuidado de nuestra salud.
Sin embargo, para clasificar los seres vivos, tarea que hacen los taxónomos, existen de manera tradicional problemas importantes que las nuevas tecnologías pueden ayudar a solucionar. Por una parte, los científicos debían realizar viajes para conocer las especies de regiones remotas, lo que sin duda es un problema económico. Por otra, para realizar los estudios tenían que acceder a colecciones biológicas de forma presencial, para así examinar físicamente los diferentes tipos de especies. Esto suponía una ralentización enorme de las investigaciones, así como un tardío análisis de las nuevas especies que se iban describiendo.