La inspiración viene a veces de las maneras más extrañas. Hace aproximadamente un año, estaba yo hablando con mi buen amigo Agustín en una fiesta -sí, este es el tipo de conversación con la que me distraigo cuando quiero socializar-. El me decía que “no estaba convencido aún” sobre el impacto de los seres humanos sobre el cambio climático.”Creo que [el cambio climático] es completamente debido a causas naturales“, me dijo en varias ocasiones mientras ambos bebíamos un poco de vino. Esta es la misma persona que apenas hace unos años decía que “no estaba convencido” de que el cambio climático era real. Sí, mis estimados lectores, ya sé lo que están pensando: ¿Qué haces con amigos como éste? Pero esperen, no juzguen tan rápido!
En primer lugar, tengo que comentarles que hago un esfuerzo por mantener una amplia gama de amistades, y valoro la amistad de Agustin tremendamente -no le digo esto porque se le podría ir a la cabeza. Pero cuando después me detuve a pensar con más claridad (ya el efecto del vino se había ido) acerca de esa conversación, me di cuenta que mi gran amigo había puesto el dedo en un punto muy relevante, que para mí enmarca una de las más importantes cuestiones en la ciencia y las políticas públicas de nuestros tiempos.
Por esto es que creo que Agustín dió en el clavo con su argumento.
Mucho antes de que el cambio climático apareciera en el panorama noticioso como uno de los grandes retos para nuestra sociedad, ya se reconocía ampliamente que la población humana estaba teniendo un impacto significativo en nuestro planeta, y que debíamos considerar el crecimiento demográfico como un factor importante en el desarrollo sostenible -este último un término que comenzó a sonar años antes de lo que ahora llamamos cambio climático. Nuestra comprensión de este concepto no es nuevo, de hecho, se remonta a más de dos siglos atrás a los tiempos de Thomas Malthus, y ha tomado diversas formas a lo largo de los años.
Sin embargo, nos ha sido difícil – y continúa siéndolo- decidir qué hacer al respecto. A modo de ejemplo, algunos de ustedes podrán quizás recordar las campañas de control de la natalidad que fueron promovidas y se hicieron populares en muchos lugares alrededor del mundo en la década de los 1970s, como una forma de reducir el crecimiento demográfico. Estas experiencias no dieron los resultados esperados y fueron abandonadas rápidamente. En retrospectiva, esto no debe sorprendernos, dado que el control de la tasa de natalidad en sí misma no es viable en nuestra sociedad por una diversidad de razones -no quiero meterme en ese tema en esta entrada para no alargarme, pero estoy seguro que se les puede ocurrir una serie de razones que van desde las libertades individuales, creencias religiosas e impactos socioeconómicos.
Uno de los esfuerzos oficiales más recientes en este sentido es la consideración del crecimiento poblacional en los escenarios de cambio climático que han sido publicados por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC).
En estos escenarios, la población humana se introduce como proyecciones demográficas que definen entonces la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera – lo que podríamos llamar el enfoque per cápita. En realidad, no hemos llegado todavía a un punto en el debate y en nuestro nivel de conocimiento en el que podamos responder, usando la ciencia y políticas públicas, a cómo el cambio climático en realidad puede afectar el comportamiento humano, la calidad de vida, y cómo ese cambio humano interactúa con el cambio climático.
Necesitamos que la ciencia nos informe cómo el clima y la población – dos variables muy dinámicas, cambian y, al hacerlo, cómo se retroalimentan entre sí. A la vez, los esfuerzos políticos deben abordar la manera de traducir esta información en acciones de adaptación y mitigación que sean política, económica, social y culturalmente viables. Y esto es precisamente lo que Agustín estaba tratando de decirme aquel día.
Obviamente, estas cuestiones de población y cambio climático son muy complejas, mucho más de lo que puede ser discutido en una sola entrada de este blog. Y aún cuando no puedo decir que vamos a resolverlas en el corto plazo, si diré que huir de un problema complejo es la peor forma de solucionarlo. En futuras entradas, voy a escribir acerca de muchas de las iniciativas en curso (entre ellas la mía propia) para comprender y actuar en lo que creo que es uno de los problemas sociales más importantes de nuestros tiempos: dilucidar la relación entre los seres humanos y el clima como un problema de desarrollo.
La inspiración viene a veces de las maneras más extrañas. Hace aproximadamente un año, estaba yo hablando con mi buen amigo Agustín en una fiesta -sí, este es el tipo de conversación con la que me distraigo cuando quiero socializar-. El me decía que “no estaba convencido aún” sobre el impacto de los seres humanos sobre el cambio climático.”Creo que [el cambio climático] es completamente debido a causas naturales“, me dijo en varias ocasiones mientras ambos bebíamos un poco de vino. Esta es la misma persona que apenas hace unos años decía que “no estaba convencido” de que el cambio climático era real. Sí, mis estimados lectores, ya sé lo que están pensando: ¿Qué haces con amigos como éste? Pero esperen, no juzguen tan rápido!
En primer lugar, tengo que comentarles que hago un esfuerzo por mantener una amplia gama de amistades, y valoro la amistad de Agustin tremendamente -no le digo esto porque se le podría ir a la cabeza. Pero cuando después me detuve a pensar con más claridad (ya el efecto del vino se había ido) acerca de esa conversación, me di cuenta que mi gran amigo había puesto el dedo en un punto muy relevante, que para mí enmarca una de las más importantes cuestiones en la ciencia y las políticas públicas de nuestros tiempos.
Por esto es que creo que Agustín dió en el clavo con su argumento.
Mucho antes de que el cambio climático apareciera en el panorama noticioso como uno de los grandes retos para nuestra sociedad, ya se reconocía ampliamente que la población humana estaba teniendo un impacto significativo en nuestro planeta, y que debíamos considerar el crecimiento demográfico como un factor importante en el desarrollo sostenible -este último un término que comenzó a sonar años antes de lo que ahora llamamos cambio climático. Nuestra comprensión de este concepto no es nuevo, de hecho, se remonta a más de dos siglos atrás a los tiempos de Thomas Malthus, y ha tomado diversas formas a lo largo de los años.
Sin embargo, nos ha sido difícil – y continúa siéndolo- decidir qué hacer al respecto. A modo de ejemplo, algunos de ustedes podrán quizás recordar las campañas de control de la natalidad que fueron promovidas y se hicieron populares en muchos lugares alrededor del mundo en la década de los 1970s, como una forma de reducir el crecimiento demográfico. Estas experiencias no dieron los resultados esperados y fueron abandonadas rápidamente. En retrospectiva, esto no debe sorprendernos, dado que el control de la tasa de natalidad en sí misma no es viable en nuestra sociedad por una diversidad de razones -no quiero meterme en ese tema en esta entrada para no alargarme, pero estoy seguro que se les puede ocurrir una serie de razones que van desde las libertades individuales, creencias religiosas e impactos socioeconómicos.
Uno de los esfuerzos oficiales más recientes en este sentido es la consideración del crecimiento poblacional en los escenarios de cambio climático que han sido publicados por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC).
En estos escenarios, la población humana se introduce como proyecciones demográficas que definen entonces la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera – lo que podríamos llamar el enfoque per cápita. En realidad, no hemos llegado todavía a un punto en el debate y en nuestro nivel de conocimiento en el que podamos responder, usando la ciencia y políticas públicas, a cómo el cambio climático en realidad puede afectar el comportamiento humano, la calidad de vida, y cómo ese cambio humano interactúa con el cambio climático.
Necesitamos que la ciencia nos informe cómo el clima y la población – dos variables muy dinámicas, cambian y, al hacerlo, cómo se retroalimentan entre sí. A la vez, los esfuerzos políticos deben abordar la manera de traducir esta información en acciones de adaptación y mitigación que sean política, económica, social y culturalmente viables. Y esto es precisamente lo que Agustín estaba tratando de decirme aquel día.
Obviamente, estas cuestiones de población y cambio climático son muy complejas, mucho más de lo que puede ser discutido en una sola entrada de este blog. Y aún cuando no puedo decir que vamos a resolverlas en el corto plazo, si diré que huir de un problema complejo es la peor forma de solucionarlo. En futuras entradas, voy a escribir acerca de muchas de las iniciativas en curso (entre ellas la mía propia) para comprender y actuar en lo que creo que es uno de los problemas sociales más importantes de nuestros tiempos: dilucidar la relación entre los seres humanos y el clima como un problema de desarrollo.