La antigua Roma sigue siendo relevante por razones muy distintas; sobre todo, porque los debates romanos nos han proporcionado un modelo y un lenguaje que siguen definiendo nuestra manera de entender el mundo y reflexionar sobre nosotros mismos, desde la teoría más elevada hasta el humor más chabacano, capaces de provocar risa, asombro, horror y admiración más o menos en la misma medida. Desde luego, la cultura occidental no es sólo heredera del pasado clásico, ni querríamos que lo fuera. Por fortuna, hay muchas y variadas influencias que forman nuestro tejido cultural: el judaísmo, el cristianismo y el islam no son más tres de las más conocidas. Ahora bien, al menos desde el Renacimiento, muchas de nuestras premisas sobre el poder, la ciudadanía, la responsabilidad, la violencia política, el imperio, el lujo, la belleza e incluso el humor se han formado y puesto a prueba en un diálogo con los romanos y sus textos.
Lo vemos en el vocabulario de la política moderna, desde los senadores hasta los dictadores, y en las frases hechas y los tópicos. “Desconfío de los griegos incluso cuando traen regalos” es la advertencia que Virgilio, en la Eneida, pone en boca de un anciano troyano al ver aparecer el famoso caballo de Troya, un regalo-trampa de sus enemigos griegos. Y la palabra plebeyo sigue utilizándose como insulto.
Lo vemos también en la geografía política de la Europa actual. La razón principal de que Londres sea la capital del Reino Unido, pese a tener una situación incómoda en muchos sentidos, es que los romanos hicieron de ella la capital de la provincia de Britannia, una región peligrosa, decían, al otro lado del gran océano que rodeaba el mundo civilizado. Gran Bretaña es, en muchos sentidos, una creación de Roma.
Sin embargo, lo que hemos heredado de Roma por encima de todo son muchos de los principios fundamentales y los símbolos con los que definimos y debatimos la política y la acción política. El asesinato de Julio César en los Idus de marzo del año 44 a. C. fue, en realidad, una operación chapucera. Pese al glamour que da a la conspiración la versión de Shakespeare, el cabecilla era Marco Junio Bruto, un tipo nada atractivo, cuyo único motivo de fama hasta entonces había sido sacar casi un 50% de interés de los préstamos a los desgraciados habitantes de Chipre.
El asesinato causó varias víctimas inocentes por lo que llamaríamos fuego amigo. Y a medio plazo, no erradicó el poder unipersonal, como esperaban los asesinos, sino que contribuyó a reforzarlo. Aun así, entre otros gracias a Shakespeare, es desde entonces el modelo y la justificación para acabar con los tiranos en nombre de la libertad. No es casualidad que John Wilkes Booth usara Idus como clave para el día en el que planeaba matar a Abraham Lincoln. Casi todos los magnicidios cometidos en la política occidental han tenido como telón de fondo los Idus de marzo.
Lo importante aquí es el debate, no la resolución. La antigua Roma no es una lección sin más, ni tampoco una civilización a la que debemos admirar y estar agradecidos. En el mundo clásico —tanto Roma como Grecia— hay mucho que reclama nuestro interés. Pero otra cosa es la admiración. Después de 50 años de trabajar sobre y con ellos, tengo que controlarme cuando oigo hablar de los “grandes” conquistadores romanos o incluso el “gran” imperio romano. Desde luego, no se lo parecía a quienes se encontraban con la espada de un romano en su garganta. No obstante, los debates romanos están en la base de los nuestros, y lo estuvieron en los de nuestros predecesores, que a su vez nos dejaron sus propios problemas, soluciones e interpretaciones. No sólo me refiero a Catilina y las libertades civiles, sino también a las anécdotas morbosas y a menudo ficticias de los emperadores, que han inspirado nuestras opiniones sobre la corrupción política y los excesos y las justificaciones, malas y buenas, de la expansión imperialista y la intervención militar.
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La antigua Roma sigue siendo relevante por razones muy distintas; sobre todo, porque los debates romanos nos han proporcionado un modelo y un lenguaje que siguen definiendo nuestra manera de entender el mundo y reflexionar sobre nosotros mismos, desde la teoría más elevada hasta el humor más chabacano, capaces de provocar risa, asombro, horror y admiración más o menos en la misma medida. Desde luego, la cultura occidental no es sólo heredera del pasado clásico, ni querríamos que lo fuera. Por fortuna, hay muchas y variadas influencias que forman nuestro tejido cultural: el judaísmo, el cristianismo y el islam no son más tres de las más conocidas. Ahora bien, al menos desde el Renacimiento, muchas de nuestras premisas sobre el poder, la ciudadanía, la responsabilidad, la violencia política, el imperio, el lujo, la belleza e incluso el humor se han formado y puesto a prueba en un diálogo con los romanos y sus textos.
Lo vemos en el vocabulario de la política moderna, desde los senadores hasta los dictadores, y en las frases hechas y los tópicos. “Desconfío de los griegos incluso cuando traen regalos” es la advertencia que Virgilio, en la Eneida, pone en boca de un anciano troyano al ver aparecer el famoso caballo de Troya, un regalo-trampa de sus enemigos griegos. Y la palabra plebeyo sigue utilizándose como insulto.
Lo vemos también en la geografía política de la Europa actual. La razón principal de que Londres sea la capital del Reino Unido, pese a tener una situación incómoda en muchos sentidos, es que los romanos hicieron de ella la capital de la provincia de Britannia, una región peligrosa, decían, al otro lado del gran océano que rodeaba el mundo civilizado. Gran Bretaña es, en muchos sentidos, una creación de Roma.
Sin embargo, lo que hemos heredado de Roma por encima de todo son muchos de los principios fundamentales y los símbolos con los que definimos y debatimos la política y la acción política. El asesinato de Julio César en los Idus de marzo del año 44 a. C. fue, en realidad, una operación chapucera. Pese al glamour que da a la conspiración la versión de Shakespeare, el cabecilla era Marco Junio Bruto, un tipo nada atractivo, cuyo único motivo de fama hasta entonces había sido sacar casi un 50% de interés de los préstamos a los desgraciados habitantes de Chipre.
El asesinato causó varias víctimas inocentes por lo que llamaríamos fuego amigo. Y a medio plazo, no erradicó el poder unipersonal, como esperaban los asesinos, sino que contribuyó a reforzarlo. Aun así, entre otros gracias a Shakespeare, es desde entonces el modelo y la justificación para acabar con los tiranos en nombre de la libertad. No es casualidad que John Wilkes Booth usara Idus como clave para el día en el que planeaba matar a Abraham Lincoln. Casi todos los magnicidios cometidos en la política occidental han tenido como telón de fondo los Idus de marzo.
Lo importante aquí es el debate, no la resolución. La antigua Roma no es una lección sin más, ni tampoco una civilización a la que debemos admirar y estar agradecidos. En el mundo clásico —tanto Roma como Grecia— hay mucho que reclama nuestro interés. Pero otra cosa es la admiración. Después de 50 años de trabajar sobre y con ellos, tengo que controlarme cuando oigo hablar de los “grandes” conquistadores romanos o incluso el “gran” imperio romano. Desde luego, no se lo parecía a quienes se encontraban con la espada de un romano en su garganta. No obstante, los debates romanos están en la base de los nuestros, y lo estuvieron en los de nuestros predecesores, que a su vez nos dejaron sus propios problemas, soluciones e interpretaciones. No sólo me refiero a Catilina y las libertades civiles, sino también a las anécdotas morbosas y a menudo ficticias de los emperadores, que han inspirado nuestras opiniones sobre la corrupción política y los excesos y las justificaciones, malas y buenas, de la expansión imperialista y la intervención militar.
Explicación:
espero que te ayude uwu
mejor respuesta porfa