En cierta ocasión, dando una charla sobre la Renovación carismática, se levantó alguien al terminar y me espetó lo siguiente: "Ustedes piensan, por lo que veo, que el Espíritu Santo es propiedad privada de su grupo. Me parece intolerable el monopolio del Espíritu que ustedes ostentan". Me daba la impresión, por las caras, que el resto del auditorio estaba de acuerdo con esta persona. Entonces yo pregunté dirigiéndome a todos: "¿De verdad creen que lo que yo he dicho les roba a ustedes su Espíritu Santo?". Hubo un silencio embarazoso. Una mujer contestó: "Yo ni tengo idea ni experiencia del Espíritu Santo y, además, nadie me ha hablado nunca de tal personaje". Se alzó un murmullo de conversaciones entrecruzadas, se distendieron los gestos y, al final, la gran mayoría confesaron que no tenían idea del Espíritu Santo ni lo habían echado en falta para vivir su vida cristiana.
Este diálogo lo tuve hace años al poco tiempo de entrar en la Renovación carismática. Tengo que confesar también que, antes de esa entrada, a pesar de llevar ya bastantes años de sacerdocio, tampoco yo consideraba al Espíritu Santo como un personaje activo e importante en mi vida espiritual. Lo había estudiado en clase de teología y lo sabía, pero ahí se quedó todo. También tengo que decir con valentía que en mi juventud no se me habló experimentalmente de ello ni encontré personas (o no lo supe ver) dotadas de poder de convicción en esta línea, en las que brillaran manifestaciones especiales del Espíritu. No es extraño, por tanto, que el impacto que hizo en mí la efusión del Espíritu me creara una especie de celo desmedido de "neoconverso", que causara a los oyentes la sensación de monopolio.
No se trata, sin embargo, de descalificar a nadie, ni siquiera a mí mismo. El pretendido monopolio de la Renovación no es otra cosa que la alegría de un redescubrimiento que le pertenece a toda la Iglesia, como vamos a ver en este capítulo. Dios no tiene acepción de personas ni el Espíritu Santo hace discriminaciones. En todo caso, las razones últimas de las cosas le pertenecen a Él, no a nosotros. Pero lo cierto es que ha habido tiempos en que la presencia del Espíritu en la Iglesia parecía, a nuestro corto entender, que estaba en baja. Ahora nos da la sensación de que había como una especie de ausencia, al menos ausencia de fuertes manifestaciones carismáticas, que en otros momentos han sido el dedo y el sello del Espíritu en su Iglesia.
LA RENOVACIÓN EN LA IGLESIA ACTUAL
En cierta ocasión, dando una charla sobre la Renovación carismática, se levantó alguien al terminar y me espetó lo siguiente: "Ustedes piensan, por lo que veo, que el Espíritu Santo es propiedad privada de su grupo. Me parece intolerable el monopolio del Espíritu que ustedes ostentan". Me daba la impresión, por las caras, que el resto del auditorio estaba de acuerdo con esta persona. Entonces yo pregunté dirigiéndome a todos: "¿De verdad creen que lo que yo he dicho les roba a ustedes su Espíritu Santo?". Hubo un silencio embarazoso. Una mujer contestó: "Yo ni tengo idea ni experiencia del Espíritu Santo y, además, nadie me ha hablado nunca de tal personaje". Se alzó un murmullo de conversaciones entrecruzadas, se distendieron los gestos y, al final, la gran mayoría confesaron que no tenían idea del Espíritu Santo ni lo habían echado en falta para vivir su vida cristiana.
Este diálogo lo tuve hace años al poco tiempo de entrar en la Renovación carismática. Tengo que confesar también que, antes de esa entrada, a pesar de llevar ya bastantes años de sacerdocio, tampoco yo consideraba al Espíritu Santo como un personaje activo e importante en mi vida espiritual. Lo había estudiado en clase de teología y lo sabía, pero ahí se quedó todo. También tengo que decir con valentía que en mi juventud no se me habló experimentalmente de ello ni encontré personas (o no lo supe ver) dotadas de poder de convicción en esta línea, en las que brillaran manifestaciones especiales del Espíritu. No es extraño, por tanto, que el impacto que hizo en mí la efusión del Espíritu me creara una especie de celo desmedido de "neoconverso", que causara a los oyentes la sensación de monopolio.
No se trata, sin embargo, de descalificar a nadie, ni siquiera a mí mismo. El pretendido monopolio de la Renovación no es otra cosa que la alegría de un redescubrimiento que le pertenece a toda la Iglesia, como vamos a ver en este capítulo. Dios no tiene acepción de personas ni el Espíritu Santo hace discriminaciones. En todo caso, las razones últimas de las cosas le pertenecen a Él, no a nosotros. Pero lo cierto es que ha habido tiempos en que la presencia del Espíritu en la Iglesia parecía, a nuestro corto entender, que estaba en baja. Ahora nos da la sensación de que había como una especie de ausencia, al menos ausencia de fuertes manifestaciones carismáticas, que en otros momentos han sido el dedo y el sello del Espíritu en su Iglesia.