La primera dimensión de la fidelidad es la búsqueda: Maria fue fiel ante todo cuando por amor, inició su búsqueda del sentido profundo del designio de Dios en Ella y para el mundo. "Quomodo fiet?" -- ¿como sucederá esto? Preguntó al ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el significado de esta búsqueda está representado en la expresión de excelente belleza y de extraordinario contexto espiritual: "Buscar el rostro del Señor". No hay fidelidad, sino no está enraizada en esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no hubiera en el corazón del hombre una pregunta a la que solo Dios puede dar una respuesta, o mejor dicho, a la que solo Dios es la respuesta.
La segunda dimensión de la fidelidad es la acogida, la aceptación. El "quomodo fiet?" es transformado en los labios de María en un "fiat". ¡Hágase! ¡Estoy lista! ¡acepto!: este es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que no podrá comprender completamente el "como"... que hay en el plan de Dios mas áreas de misterio que de claridad; que por más que trate, no alcanzará comprender en su totalidad. Es entonces, comprenderá totalmente el cómo; que hay en el designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará aceptarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio y le da un lugar en su corazón, así como "María conservaba todas estas cosas en su corazón"(Lc 2, 19; Lc 3, 15). Es el momento en que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de quien recapitula frente a un enigma, o un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo... por Alguien más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión, de todo el ser, al misterio revelado.
La tercera dimensión de la fidelidad es la coherencia: vivir de acuerdo a lo que se cree. Adaptar la propia vida al objeto de nuestra adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones, antes que una ruptura entre lo que uno practica y uno cree: esto es coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.
Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser constante por un día o dos. Es difícil e importante el ser constante durante toda la vida. Es fácil ser coherente y constante en la hora del entusiasmo; es difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solamente la constancia que dura toda la vida es la que puede llamarse fidelidad. El "fiat" de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el "fiat" que silenciosamente repitió al pie de la cruz. Ser fiel significa no traicionar en la oscuridad lo que se aceptó en la luz.
La primera dimensión de la fidelidad es la búsqueda: Maria fue fiel ante todo cuando por amor, inició su búsqueda del sentido profundo del designio de Dios en Ella y para el mundo. "Quomodo fiet?" -- ¿como sucederá esto? Preguntó al ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el significado de esta búsqueda está representado en la expresión de excelente belleza y de extraordinario contexto espiritual: "Buscar el rostro del Señor". No hay fidelidad, sino no está enraizada en esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no hubiera en el corazón del hombre una pregunta a la que solo Dios puede dar una respuesta, o mejor dicho, a la que solo Dios es la respuesta.
La segunda dimensión de la fidelidad es la acogida, la aceptación. El "quomodo fiet?" es transformado en los labios de María en un "fiat". ¡Hágase! ¡Estoy lista! ¡acepto!: este es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que no podrá comprender completamente el "como"... que hay en el plan de Dios mas áreas de misterio que de claridad; que por más que trate, no alcanzará comprender en su totalidad. Es entonces, comprenderá totalmente el cómo; que hay en el designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará aceptarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio y le da un lugar en su corazón, así como "María conservaba todas estas cosas en su corazón"(Lc 2, 19; Lc 3, 15). Es el momento en que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de quien recapitula frente a un enigma, o un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo... por Alguien más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión, de todo el ser, al misterio revelado.
La tercera dimensión de la fidelidad es la coherencia: vivir de acuerdo a lo que se cree. Adaptar la propia vida al objeto de nuestra adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones, antes que una ruptura entre lo que uno practica y uno cree: esto es coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.
Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser constante por un día o dos. Es difícil e importante el ser constante durante toda la vida. Es fácil ser coherente y constante en la hora del entusiasmo; es difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solamente la constancia que dura toda la vida es la que puede llamarse fidelidad. El "fiat" de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el "fiat" que silenciosamente repitió al pie de la cruz. Ser fiel significa no traicionar en la oscuridad lo que se aceptó en la luz.
espero te sirva