Habían pasado ya dos semanas desde que llegó al monte, todavía estaba terminando de armar bien su rancho de tacuapí y hojas de palmera que lo cubrían por encima y del lado sur, incluso arregló algunas hojas para cubrir el suelo pelado, donde dormía la mayoría de los mensúes. Se acordaba todavía de la semana que había pasado en Posadas, bajó del tren apurado, enseguida preguntó por la Bajada Vieja y para allá se encaminó, costeando el río por el sendero que pasaba por delante de la usina nueva. Cuando iba llegando allí vio el puerto de madera y el mástil de tacuara donde flameaba la bandera argentina frente al rancho que hacía de comisaría. Pasó caminado despacio y llegó hasta la subida ripiada que terminaba allí en la costa del río, miraba todo con ojos asombrados, de gente de campo que llega a la ciudad. Llegó a lo que creyó era el lugar indicado y preguntó por Paí-Mí, el que le había hablado allá en su pueblo ahora lejano, metido bien dentro del territorio correntino. Lo mandaron a una de las casas coloridas por fuera y en penumbras por dentro. La suciedad se había posado en casi todos los rincones de la única habitación, algunos hombres bebían en una mesa del fondo y había dos mujeres sentadas en un banco frente a una puerta que daba al interior, estaban como esperando alguna cosa. Se detuvo en la puerta un momento hasta que sus ojos se acostumbraran bien a esa penumbra de ventanas cerradas que le impedía distinguir las facciones de los parroquianos. Caminó hasta el mostrador, entonces uno de los hombres que estaba sentado en la mesa del fondo se paró y fue hasta donde estaba él.
Respuesta:
Habían pasado ya dos semanas desde que llegó al monte, todavía estaba terminando de armar bien su rancho de tacuapí y hojas de palmera que lo cubrían por encima y del lado sur, incluso arregló algunas hojas para cubrir el suelo pelado, donde dormía la mayoría de los mensúes. Se acordaba todavía de la semana que había pasado en Posadas, bajó del tren apurado, enseguida preguntó por la Bajada Vieja y para allá se encaminó, costeando el río por el sendero que pasaba por delante de la usina nueva. Cuando iba llegando allí vio el puerto de madera y el mástil de tacuara donde flameaba la bandera argentina frente al rancho que hacía de comisaría. Pasó caminado despacio y llegó hasta la subida ripiada que terminaba allí en la costa del río, miraba todo con ojos asombrados, de gente de campo que llega a la ciudad. Llegó a lo que creyó era el lugar indicado y preguntó por Paí-Mí, el que le había hablado allá en su pueblo ahora lejano, metido bien dentro del territorio correntino. Lo mandaron a una de las casas coloridas por fuera y en penumbras por dentro. La suciedad se había posado en casi todos los rincones de la única habitación, algunos hombres bebían en una mesa del fondo y había dos mujeres sentadas en un banco frente a una puerta que daba al interior, estaban como esperando alguna cosa. Se detuvo en la puerta un momento hasta que sus ojos se acostumbraran bien a esa penumbra de ventanas cerradas que le impedía distinguir las facciones de los parroquianos. Caminó hasta el mostrador, entonces uno de los hombres que estaba sentado en la mesa del fondo se paró y fue hasta donde estaba él.
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