Respuesta:LAIKIPIA, Kenia — Dos hombres mayores, con sus deteriorados sombreros vaqueros sujetados con cordeles bajo la barbilla, estaban parados en la orilla de una granja vacía, tapándose la boca con incredulidad.
Sus casas –unas cabañas de madera– estaban destrozadas. Les habían robado todo el ganado, las gallinas. Una casa tras otra estaban vacías, sin ninguna alma a la vista. Era como si una enorme fuerza se hubiese disparado sobre la aldea y hubiese arrasado con toda la vida.
Sioyia Lesinko Lekisio, uno de los hombres mayores, no tenía ninguna duda de quién lo había hecho.
Respuesta:LAIKIPIA, Kenia — Dos hombres mayores, con sus deteriorados sombreros vaqueros sujetados con cordeles bajo la barbilla, estaban parados en la orilla de una granja vacía, tapándose la boca con incredulidad.
Sus casas –unas cabañas de madera– estaban destrozadas. Les habían robado todo el ganado, las gallinas. Una casa tras otra estaban vacías, sin ninguna alma a la vista. Era como si una enorme fuerza se hubiese disparado sobre la aldea y hubiese arrasado con toda la vida.
Sioyia Lesinko Lekisio, uno de los hombres mayores, no tenía ninguna duda de quién lo había hecho.
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