Cada noche, desde el cuarto día en que la cuarentena se tornó obligatoria, el grito de ese niño tronaba en todo el pulmón de la manzana. De unos seis años, no creo que tuviera más. Tengo muchas historias de la cuarentena. Como periodista, me tocó trabajar desde casa porque soy considerado de alto riesgo por cuestiones que no vienen al caso. La cosa es que cuando más hubiera querido salir a cubrir todo, ¡a trabajar!, me mandaron a casa.
Pero hay que decir que de a poco me fui acostumbrando a escribir mis columnas con sabor a balcón. Nunca me había dado cuenta de que ese mirador era un portal a unas quinientas historias posibles, que salían de cada una de las ventanas y balcones que dan al pulmón de mi manzana, en plena Recoleta. Vivo en Junín y Las Heras, al contrafrente. Desde el living tengo una vista amplia, luminosa. Y preparé un improvisado escritorio en la mesa ratona desde donde escribo con mis mates y mi soledad.
Como saben, pasaron muchas cosas que se vieron desde los balcones en general. Cantamos el Himno el 2 de Abril, aplaudimos a las 21 con emoción genuina a los profesionales de la Salud y a todo aquel que sale a jugársela con el virus, para que no se detenga la cadena de provisión de todo lo que necesitamos. Un par de recitales improvisados entre quienes tienen instrumentos acá y allá, y algunos chistes y comentarios que hacen reír a todo el mundo. Aplausos, gritos perdidos, música para compartir y el grito para que la apaguen. Y el niño, de las 21.30. Cada noche
Ni sé por qué me siento a esa hora y apago todo esperando su “¡Buenas noches a todoooos...!". Un día, alguien le gritó de vuelta. “¡Graaaciaaas!”. Y unos días más tarde, se le sumaron otras voces. “¡Buenas nocheeees!”, “¡Hasta mañanaaaa!", "¡Buenas noches a vooos!”. Las voces se fueron sumando con el correr de los días. Como si extrañamente, con el encierro, todos nos hubiésemos aferrado al pequeño niño que daba las buenas noches
Un día, entre todos los saludos que le devolvían al chiquito, uno preguntó: “¿Cómo te llamáááás?”. No se me había ocurrido. Y unos instantes después: “¡Fabiáááán!”, responde el chiquito desde quién sabe qué departamento.Los días empezaron a sumarse y sumarse, y les juro, no había noche en que yo no esperase el buenas noches de Fabián. Aguzaba mi oído intentado saber de dónde salía la vocecita.
Verified answer
Respuesta:
Cada noche, desde el cuarto día en que la cuarentena se tornó obligatoria, el grito de ese niño tronaba en todo el pulmón de la manzana. De unos seis años, no creo que tuviera más. Tengo muchas historias de la cuarentena. Como periodista, me tocó trabajar desde casa porque soy considerado de alto riesgo por cuestiones que no vienen al caso. La cosa es que cuando más hubiera querido salir a cubrir todo, ¡a trabajar!, me mandaron a casa.
Pero hay que decir que de a poco me fui acostumbrando a escribir mis columnas con sabor a balcón. Nunca me había dado cuenta de que ese mirador era un portal a unas quinientas historias posibles, que salían de cada una de las ventanas y balcones que dan al pulmón de mi manzana, en plena Recoleta. Vivo en Junín y Las Heras, al contrafrente. Desde el living tengo una vista amplia, luminosa. Y preparé un improvisado escritorio en la mesa ratona desde donde escribo con mis mates y mi soledad.
Como saben, pasaron muchas cosas que se vieron desde los balcones en general. Cantamos el Himno el 2 de Abril, aplaudimos a las 21 con emoción genuina a los profesionales de la Salud y a todo aquel que sale a jugársela con el virus, para que no se detenga la cadena de provisión de todo lo que necesitamos. Un par de recitales improvisados entre quienes tienen instrumentos acá y allá, y algunos chistes y comentarios que hacen reír a todo el mundo. Aplausos, gritos perdidos, música para compartir y el grito para que la apaguen. Y el niño, de las 21.30. Cada noche
Ni sé por qué me siento a esa hora y apago todo esperando su “¡Buenas noches a todoooos...!". Un día, alguien le gritó de vuelta. “¡Graaaciaaas!”. Y unos días más tarde, se le sumaron otras voces. “¡Buenas nocheeees!”, “¡Hasta mañanaaaa!", "¡Buenas noches a vooos!”. Las voces se fueron sumando con el correr de los días. Como si extrañamente, con el encierro, todos nos hubiésemos aferrado al pequeño niño que daba las buenas noches
Un día, entre todos los saludos que le devolvían al chiquito, uno preguntó: “¿Cómo te llamáááás?”. No se me había ocurrido. Y unos instantes después: “¡Fabiáááán!”, responde el chiquito desde quién sabe qué departamento.Los días empezaron a sumarse y sumarse, y les juro, no había noche en que yo no esperase el buenas noches de Fabián. Aguzaba mi oído intentado saber de dónde salía la vocecita.