Egipto hace parte, junto con Colombia, del grupo de "Civets", término acuñado por Michael Geoghegan para identificar a los seis países con mayores expectativas de crecimiento en las próximas décadas: Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.
Entre 2006 y 2009, Colombia y Egipto hicieron parte de la lista de los diez principales reformadores del Banco Mundial, gracias a las numerosas medidas adoptadas para facilitar los negocios.Entre 2006 y 2009, Colombia y Egipto hicieron parte de la lista de los diez principales reformadores del Banco Mundial, gracias a las numerosas medidas adoptadas para facilitar los negocios.
Otra similitud entre Egipto y Colombia es su superficie: 1'001.449 km2 cuadrados el primero y 1'141.748 km2 el segundo. A diferencia del alto porcentaje de tierras cultivables de nuestro país, en Egipto, 97% del territorio es desértico. Llama la atención que, a pesar de esta gran diferencia, los dos países importan prácticamente cada grano de la canasta básica que alimenta a sus pobladores.Otro rasgo común es la mala distribución del ingreso. Según el coeficiente Gini, la inequidad en Colombia prácticamente dobla la de Egipto: 58 frente a 32. Paradójicamente, nuestro producto interno bruto per cápita supera en 53% el de ese país del Nilo.
Colombia y Egipto comparten una de las más complejas problemáticas del mundo moderno: la creciente brecha entre las personas bien calificadas y una abrumadora mayoría sin educación de calidad y sin competencias laborales. La baja productividad de la mayoría de la fuerza laboral y la deficiencia del Estado en estos asuntos hacen del desempleo y la informalidad dos de los grandes retos que determinarán la estabilidad social perdurable. Por fortuna, Colombia no es una cleptocracia, ni sufre los abusos de un estado policial.
Keneth Rogoff dice que del éxito en la solución de este problema dependerá el progreso de muchos países en vías de desarrollo. Algunos van más allá y plantean que la viabilidad de China e India dependerá de la forma como se resuelva la migración de cientos de millones de campesinos de bajo nivel educativo hacia las ciudades.
La demanda laboral ha cambiado en el mundo. La globalización ha aumentado la demanda por personas calificadas y la oferta de mano de obra barata poco calificada. A los primeros, este fenómeno les ha brindado enormes beneficios económicos, mientras a los segundos solo les deja inestabilidad laboral.
En Colombia, las señales en el mercado laboral siguen distorsionadas. La mayor demanda por mano de obra calificada, que proviene del Estado, sigue pagando y contratando con base en títulos que supuestamente acreditan competencias laborales, pero que con frecuencia no aportan más que un cartón con mucha forma y poco contenido. La oferta y la demanda laboral no están coordinadas y el mercado no va a solucionar esta dificultad. Si la solución a la desigualdad social es el principal reto para la estabilidad de largo plazo, entonces el desarrollo de capacidades para un mercado laboral moderno es el mayor reto para el país. El Estado será el principal jugador en la contienda.
Colombia sí debería mirarse en el espejo del descontento del mundo árabe. Tenemos una democracia que es nuestra carta a favor. Sin embargo, tenemos también unos indicadores de desigualdad que están entre los más altos del mundo. La peligrosa mezcla de altos niveles de inequidad y desempleo, especialmente entre los más jóvenes, en medio de una creciente percepción de corrupción, son elementos que no podemos despreciar en nuestro diagnóstico.
Las demostraciones de inconformidad y frustración del pueblo egipcio deben llevar a preguntarnos qué tipo de cambios se pueden estar gestando en Colombia ante presiones económicas similares. Y, sobre todo, cómo desactivar esta tóxica receta. Ese es el gran reto del gobierno del presidente Santos.
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Egipto hace parte, junto con Colombia, del grupo de "Civets", término acuñado por Michael Geoghegan para identificar a los seis países con mayores expectativas de crecimiento en las próximas décadas: Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica.
Entre 2006 y 2009, Colombia y Egipto hicieron parte de la lista de los diez principales reformadores del Banco Mundial, gracias a las numerosas medidas adoptadas para facilitar los negocios.Entre 2006 y 2009, Colombia y Egipto hicieron parte de la lista de los diez principales reformadores del Banco Mundial, gracias a las numerosas medidas adoptadas para facilitar los negocios.
Otra similitud entre Egipto y Colombia es su superficie: 1'001.449 km2 cuadrados el primero y 1'141.748 km2 el segundo. A diferencia del alto porcentaje de tierras cultivables de nuestro país, en Egipto, 97% del territorio es desértico. Llama la atención que, a pesar de esta gran diferencia, los dos países importan prácticamente cada grano de la canasta básica que alimenta a sus pobladores.Otro rasgo común es la mala distribución del ingreso. Según el coeficiente Gini, la inequidad en Colombia prácticamente dobla la de Egipto: 58 frente a 32. Paradójicamente, nuestro producto interno bruto per cápita supera en 53% el de ese país del Nilo.
Colombia y Egipto comparten una de las más complejas problemáticas del mundo moderno: la creciente brecha entre las personas bien calificadas y una abrumadora mayoría sin educación de calidad y sin competencias laborales. La baja productividad de la mayoría de la fuerza laboral y la deficiencia del Estado en estos asuntos hacen del desempleo y la informalidad dos de los grandes retos que determinarán la estabilidad social perdurable. Por fortuna, Colombia no es una cleptocracia, ni sufre los abusos de un estado policial.
Keneth Rogoff dice que del éxito en la solución de este problema dependerá el progreso de muchos países en vías de desarrollo. Algunos van más allá y plantean que la viabilidad de China e India dependerá de la forma como se resuelva la migración de cientos de millones de campesinos de bajo nivel educativo hacia las ciudades.
La demanda laboral ha cambiado en el mundo. La globalización ha aumentado la demanda por personas calificadas y la oferta de mano de obra barata poco calificada. A los primeros, este fenómeno les ha brindado enormes beneficios económicos, mientras a los segundos solo les deja inestabilidad laboral.
En Colombia, las señales en el mercado laboral siguen distorsionadas. La mayor demanda por mano de obra calificada, que proviene del Estado, sigue pagando y contratando con base en títulos que supuestamente acreditan competencias laborales, pero que con frecuencia no aportan más que un cartón con mucha forma y poco contenido. La oferta y la demanda laboral no están coordinadas y el mercado no va a solucionar esta dificultad. Si la solución a la desigualdad social es el principal reto para la estabilidad de largo plazo, entonces el desarrollo de capacidades para un mercado laboral moderno es el mayor reto para el país. El Estado será el principal jugador en la contienda.
Colombia sí debería mirarse en el espejo del descontento del mundo árabe. Tenemos una democracia que es nuestra carta a favor. Sin embargo, tenemos también unos indicadores de desigualdad que están entre los más altos del mundo. La peligrosa mezcla de altos niveles de inequidad y desempleo, especialmente entre los más jóvenes, en medio de una creciente percepción de corrupción, son elementos que no podemos despreciar en nuestro diagnóstico.
Las demostraciones de inconformidad y frustración del pueblo egipcio deben llevar a preguntarnos qué tipo de cambios se pueden estar gestando en Colombia ante presiones económicas similares. Y, sobre todo, cómo desactivar esta tóxica receta. Ese es el gran reto del gobierno del presidente Santos.