Al principio del cuento, Basilisa vive con sus padres pero se le muere la madre a muy temprana edad. Antes de exhalar su último aliento, le da su bendición a la niña y le entrega una muñeca, que tiene la capacidad de ayudar a la gente si se le da alimento. Después del luto, el padre toma por esposa a una viuda con dos hijas pensando que sería una buena madre para Basilia, pero se equivoca.
El cuento dice que Basilisa es la más joven del pueblo, y que la madrastra y las hermanastras le mandaban los trabajos más duros para que se cansara y se marchitara su belleza, pero la heroína está cada día más hermosa mientras que sus enemigas cada día estaban más feas y rabiosas. Todo ello se debe a que a Basilia la ayuda su muñeca, pero la protagonista debe alimentarla por la noche y ella la consuela y la ayuda en su trabajo
Con los años, Basilisa se convierte en una moza casadera y todos los jóvenes la pretenden, pero la madrastra los despide alegando que no se casará hasta que no se hayan casado sus propias hijas.
Al cumplir la niña los ocho años se puso enferma su madre, y presintiendo su próxima muerte llamó a Basilisa, le dio una muñeca y le dijo: Era un hombre bueno y muchas mujeres lo deseaban por marido; pero entre todas eligió una viuda que tenía dos hijas de la edad de Basilisa y que en toda la comarca tenía fama de ser buena madre y ama de casa ejemplar. Basilisa era la joven más hermosa de la aldea; la madrastra y sus hijas, envidiosas de su belleza, la mortificaban continuamente y le imponían toda clase de trabajos para ajar su hermosura a fuerza de cansancio y para que el aire y el sol quemaran su cutis delicado. Después de instaladas en el nuevo alojamiento, la madrastra, con diferentes pretextos, enviaba a Basilisa al bosque con frecuencia; pero a pesar de todas sus astucias la joven volvía siempre a casa, guiada por la Muñeca, que no permitía que Basilisa se acercase a la cabaña de la temible bruja. Basilisa se dirigió sin luz a su cuarto, puso la cena delante de la Muñeca y le dijo: La pobrecita iba temblando, cuando de repente pasó rápidamente por delante de ella un jinete blanco como la nieve, vestido de blanco, montado en un caballo blanco y con un arnés blanco; en seguida empezó a amanecer. Durante todo el día y toda la noche anduvo Basilisa, y sólo al atardecer del día siguiente llegó al claro donde se hallaba la cabaña de Baba Yaga ; la cerca que la rodeaba estaba hecha de huesos humanos rematados por calaveras; las puertas eran piernas humanas; los cerrojos, manos, y la cerradura, una boca con dientes. De pronto apareció un jinete todo negro, vestido de negro y montando un caballo negro, que al aproximarse a las puertas de la cabaña de Baba Yaga desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra; en seguida se hizo de noche. No duró mucho la oscuridad: de las cuencas de los ojos de todas las calaveras salió una luz que alumbró el claro del bosque como si fuese de día. De pronto se oyó un tremendo alboroto: los árboles crujían, las hojas secas estallaban y la espantosa bruja Baba Yaga apareció saliendo del bosque, sentada en su mortero, arreando con el mazo y barriendo sus huellas con la escoba. Basilisa encendió una tea acercándola a una calavera, y se puso a sacar la comida del horno y a servírsela a Baba Yaga; la comida era tan abundante que habría podido satisfacer el hambre de diez hombres; después trajo de la bodega vinos, cerveza, aguardiente y otras bebidas. Después de esto, Baba Yaga se puso a roncar, mientras que Basilisa, poniendo ante la Muñeca las sobras de la comida y vertiendo amargas lágrimas, dijo: Al día siguiente se despertó Basilisa muy tempranito, miró por la ventana y vio que se apagaban ya los ojos de las calaveras. Baba Yaga recorrió toda la casa y se puso de mal humor por no encontrar un solo motivo para regañar a Basilisa. Al anochecer volvió Baba Yaga a casa, visitó todo y exclamó: Basilisa se acordó de los tres pares de manos, pero no quiso preguntar más y se calló. Y expulsó a Basilisa de la cabaña, la empujó también fuera del patio; luego, tomando de la cerca una calavera con los ojos encendidos, la clavó en la punta de un palo, se la dio a Basilisa y le dijo: —He aquí la luz para las hijas de tu madrastra; tómala y llévatela a casa.
Verified answer
Respuesta:
Al principio del cuento, Basilisa vive con sus padres pero se le muere la madre a muy temprana edad. Antes de exhalar su último aliento, le da su bendición a la niña y le entrega una muñeca, que tiene la capacidad de ayudar a la gente si se le da alimento. Después del luto, el padre toma por esposa a una viuda con dos hijas pensando que sería una buena madre para Basilia, pero se equivoca.
El cuento dice que Basilisa es la más joven del pueblo, y que la madrastra y las hermanastras le mandaban los trabajos más duros para que se cansara y se marchitara su belleza, pero la heroína está cada día más hermosa mientras que sus enemigas cada día estaban más feas y rabiosas. Todo ello se debe a que a Basilia la ayuda su muñeca, pero la protagonista debe alimentarla por la noche y ella la consuela y la ayuda en su trabajo
Con los años, Basilisa se convierte en una moza casadera y todos los jóvenes la pretenden, pero la madrastra los despide alegando que no se casará hasta que no se hayan casado sus propias hijas.
Un saludo!
Por mi raza, hablará el espíritu
Respuesta:
Explicación:
Al cumplir la niña los ocho años se puso enferma su madre, y presintiendo su próxima muerte llamó a Basilisa, le dio una muñeca y le dijo: Era un hombre bueno y muchas mujeres lo deseaban por marido; pero entre todas eligió una viuda que tenía dos hijas de la edad de Basilisa y que en toda la comarca tenía fama de ser buena madre y ama de casa ejemplar. Basilisa era la joven más hermosa de la aldea; la madrastra y sus hijas, envidiosas de su belleza, la mortificaban continuamente y le imponían toda clase de trabajos para ajar su hermosura a fuerza de cansancio y para que el aire y el sol quemaran su cutis delicado. Después de instaladas en el nuevo alojamiento, la madrastra, con diferentes pretextos, enviaba a Basilisa al bosque con frecuencia; pero a pesar de todas sus astucias la joven volvía siempre a casa, guiada por la Muñeca, que no permitía que Basilisa se acercase a la cabaña de la temible bruja. Basilisa se dirigió sin luz a su cuarto, puso la cena delante de la Muñeca y le dijo: La pobrecita iba temblando, cuando de repente pasó rápidamente por delante de ella un jinete blanco como la nieve, vestido de blanco, montado en un caballo blanco y con un arnés blanco; en seguida empezó a amanecer. Durante todo el día y toda la noche anduvo Basilisa, y sólo al atardecer del día siguiente llegó al claro donde se hallaba la cabaña de Baba Yaga ; la cerca que la rodeaba estaba hecha de huesos humanos rematados por calaveras; las puertas eran piernas humanas; los cerrojos, manos, y la cerradura, una boca con dientes. De pronto apareció un jinete todo negro, vestido de negro y montando un caballo negro, que al aproximarse a las puertas de la cabaña de Baba Yaga desapareció como si se lo hubiese tragado la tierra; en seguida se hizo de noche. No duró mucho la oscuridad: de las cuencas de los ojos de todas las calaveras salió una luz que alumbró el claro del bosque como si fuese de día. De pronto se oyó un tremendo alboroto: los árboles crujían, las hojas secas estallaban y la espantosa bruja Baba Yaga apareció saliendo del bosque, sentada en su mortero, arreando con el mazo y barriendo sus huellas con la escoba. Basilisa encendió una tea acercándola a una calavera, y se puso a sacar la comida del horno y a servírsela a Baba Yaga; la comida era tan abundante que habría podido satisfacer el hambre de diez hombres; después trajo de la bodega vinos, cerveza, aguardiente y otras bebidas. Después de esto, Baba Yaga se puso a roncar, mientras que Basilisa, poniendo ante la Muñeca las sobras de la comida y vertiendo amargas lágrimas, dijo: Al día siguiente se despertó Basilisa muy tempranito, miró por la ventana y vio que se apagaban ya los ojos de las calaveras. Baba Yaga recorrió toda la casa y se puso de mal humor por no encontrar un solo motivo para regañar a Basilisa. Al anochecer volvió Baba Yaga a casa, visitó todo y exclamó: Basilisa se acordó de los tres pares de manos, pero no quiso preguntar más y se calló. Y expulsó a Basilisa de la cabaña, la empujó también fuera del patio; luego, tomando de la cerca una calavera con los ojos encendidos, la clavó en la punta de un palo, se la dio a Basilisa y le dijo: —He aquí la luz para las hijas de tu madrastra; tómala y llévatela a casa.