El ser humano, además de enfrentar enfermedades cotidianas, convive con una mortal epidemia, el Covid-19. Desde la Segunda Guerra Mundial, esperábamos un conflicto con armas químicas, pero el 99% de la población nunca se preparó para ello. Pienso que hemos permanecido obnubilados por el afán en ser productivos, estar conectados, informados, alardear de conocimientos; pero ignorantes frente al consumo masivo e innecesario que hacen daño al planeta y nuestro propio existir.
¿Qué hemos aprendido como humanidad, no solo ahora, sino de las catástrofes pasadas?
En retrospectiva, nuestros más incontinentes pensamientos siguen siendo prisioneros de la alegórica caverna descrita por Platón. Desde nuestra comodidad actual poco nos interesa que una idea divulgada en Internet prevalezca de verdad, mientras sus motivos superficiales satisfagan nuestras necesidades.
Esta conjetura coloca en duda que somos una sociedad posmoderna, avanzada y futurista. Sociedad que hoy se enfrenta a un virus, inventado o no, que demuestra que no hemos avanzado, ni invertido de manera eficiente, en ser conscientes de lo frágil y vulnerable que somos.
¿Qué nos obliga a realizar el COVID-19 como sociedad?
A repensarnos, interpelarnos y volver a proyectarnos desde el encierro obligatorio. Nos compete afrontarlo desde una posición limitada por lo absurdo, lo impredecible, lo desalentador y la incertidumbre de su final. Desde nuestros hogares, hoy refugios e islas, contabilizamos el número de contagiados y el número de decesos.
Escuchamos sin esperanzas a nuestros líderes políticos aturdidos y sin horizontes claros. Desde casa aplaudimos con miedo y damos gracias a aquellos que enfrentan a diario cara a cara el virus. Olvidando que cuando no había la emergencia tratábamos y hablamos mal al personal de estas instituciones.
¿Cómo se perciben las acciones de los gobiernos ante la emergencia?
Esta pandemia llegó sin avisar. Tal vez como una purga divina, al igual que se pensaba en el siglo XIV con la Peste Negra que también surgió en Asia y viajó por las rutas del comercio de las especias y la seda. Los humanos nos hemos creído dioses y hemos determinado a nuestra voluntad quién muere y quién vive. Hemos decidido tirar los dados del presente y predecir mediante el control económico, tecnológico y ahora epidemiológico el futuro. Lo importante para cualquier gobierno, divino o humano, es que el statu quo no se altere, al contrario, se ratifique.
El ser humano, además de enfrentar enfermedades cotidianas, convive con una mortal epidemia, el Covid-19. Desde la Segunda Guerra Mundial, esperábamos un conflicto con armas químicas, pero el 99% de la población nunca se preparó para ello. Pienso que hemos permanecido obnubilados por el afán en ser productivos, estar conectados, informados, alardear de conocimientos; pero ignorantes frente al consumo masivo e innecesario que hacen daño al planeta y nuestro propio existir.
¿Qué hemos aprendido como humanidad, no solo ahora, sino de las catástrofes pasadas?
En retrospectiva, nuestros más incontinentes pensamientos siguen siendo prisioneros de la alegórica caverna descrita por Platón. Desde nuestra comodidad actual poco nos interesa que una idea divulgada en Internet prevalezca de verdad, mientras sus motivos superficiales satisfagan nuestras necesidades.
Esta conjetura coloca en duda que somos una sociedad posmoderna, avanzada y futurista. Sociedad que hoy se enfrenta a un virus, inventado o no, que demuestra que no hemos avanzado, ni invertido de manera eficiente, en ser conscientes de lo frágil y vulnerable que somos.
¿Qué nos obliga a realizar el COVID-19 como sociedad?
A repensarnos, interpelarnos y volver a proyectarnos desde el encierro obligatorio. Nos compete afrontarlo desde una posición limitada por lo absurdo, lo impredecible, lo desalentador y la incertidumbre de su final. Desde nuestros hogares, hoy refugios e islas, contabilizamos el número de contagiados y el número de decesos.
Escuchamos sin esperanzas a nuestros líderes políticos aturdidos y sin horizontes claros. Desde casa aplaudimos con miedo y damos gracias a aquellos que enfrentan a diario cara a cara el virus. Olvidando que cuando no había la emergencia tratábamos y hablamos mal al personal de estas instituciones.
¿Cómo se perciben las acciones de los gobiernos ante la emergencia?
Esta pandemia llegó sin avisar. Tal vez como una purga divina, al igual que se pensaba en el siglo XIV con la Peste Negra que también surgió en Asia y viajó por las rutas del comercio de las especias y la seda. Los humanos nos hemos creído dioses y hemos determinado a nuestra voluntad quién muere y quién vive. Hemos decidido tirar los dados del presente y predecir mediante el control económico, tecnológico y ahora epidemiológico el futuro. Lo importante para cualquier gobierno, divino o humano, es que el statu quo no se altere, al contrario, se ratifique.