Si bien las rebeliones o movimientos anticoloniales más conocidos desde la resistencia de Vilcabamba (1533-1572) los encontramos a mediados del siglo XVIII, a saber las de Juan Santos Atahualpa y Túpac Amaru II, no significa que durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII no hayan surgido y desarrollado diversos movimientos rebeldes de pequeña escala o localizados. Y en este caso, la diversidad es un término por demás adecuado, pues los movimientos anticoloniales hasta antes del de Túpac Amaru II resaltan por sus diferentes reivindicaciones, composiciones sociales, características de liderazgo, ubicación y desarrollo.
Así, tenemos el movimiento del mestizo Ramírez Carlos en 1620, la rebelión de los indios de Larecaja y Omasuyos en el Alto Perú en 1623, el levantamiento de Tucumán en 1632, y luego el de Pedro Bohórquez en la misma localidad en 1650, la intentona de Gabriel Manco Cápac en 1667, el levantamiento de Fernando Torote y de su hijo en la selva peruana alrededor de 1724 hasta 1737, la rebelión de Alejo Calatayud en Oropesa en 1730, y la conspiración de Juan Vélez de Córdoba en Oruro en 1739, entre otros. Poco después, en 1742, Juan Santos Atahualpa puso en aprietos por casi una década al estado virreinal, lo cual sólo sería un presagio de un movimiento más articulado y de gran escala, como lo fue el de Túpac Amaru II. Si bien fueron numerosos los levantamientos, éstos se caracterizaron por su focalización, desorden interno, desorganización, pugnas y desgaste al no articular sus demandas con las de otras zonas y así avivar las intentonas rebeldes. En la mayoría de los casos, la Corona aplastó las rebeliones y ejecutó a sus líderes, incluso antes de que se iniciaran.
Paradójicamente, las noticias de estos levantamientos o intentonas calaron hondamente en el imaginario social colonial, provocando un sentimiento de inseguridad latente. Es por ello que muchas de las intentonas, por más que se trataron de simples arengas y conspiraciones vacías, hayan sido aplastadas con severidad por las autoridades virreinales.
El estudio de las rebeliones indígenas del siglo XVIII ha devenido en uno de los debates historiográficos más fructíferos de las últimas décadas. Prácticamente olvidados hasta la década de 1970, momento en el cual los estudios sobre el campesinado y los conflictos agrarios se convierten en un campo vital de la investigación académica, han ido apareciendo de manera continua nuevas noticias de rebeliones y levantamientos, haciendo más variado y complejo el panorama social del último siglo virreinal. Durante la década de 1970 también el tema adquirió tintes políticos, llegando a ser utilizado por el gobierno de Velasco Alvarado (1968-1975) con el fin de encontrar raíces a la lucha campesina que su gobierno intentó resolver. Así, la imagen de Túpac Amaru II y la de su rebelión fueron idealizadas al punto de querer encontrar una conexión directa con los movimientos independentistas del siglo XIX, o de atribuirle una conciencia nacional más de acorde a los planteamientos políticos del siglo XX.
La amplia literatura sobre el tema producida en las últimas tres décadas incluye estudios de diversas disciplinas como la historia, la sociología, la antropología y la etnohistoria, y ha convocado a investigadores de varios países. Lamentablemente, la mayoría de esos estudios ha buscado demostrar otras tesis de acorde a la agenda política de los investigadores, más que ahondar en el movimiento mismo. Es recién en las década de 1980 y 1990, que los estudios han privilegiado la diversidad de fuentes y a partir de entonces nuevas interrogantes se han abierto sobre el tema, muchas de ellas contradictorias, demostrando que el complejo tema de las rebeliones indígenas es un tema en constante debate y análisis.
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Si bien las rebeliones o movimientos anticoloniales más conocidos desde la resistencia de Vilcabamba (1533-1572) los encontramos a mediados del siglo XVIII, a saber las de Juan Santos Atahualpa y Túpac Amaru II, no significa que durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII no hayan surgido y desarrollado diversos movimientos rebeldes de pequeña escala o localizados. Y en este caso, la diversidad es un término por demás adecuado, pues los movimientos anticoloniales hasta antes del de Túpac Amaru II resaltan por sus diferentes reivindicaciones, composiciones sociales, características de liderazgo, ubicación y desarrollo.
Así, tenemos el movimiento del mestizo Ramírez Carlos en 1620, la rebelión de los indios de Larecaja y Omasuyos en el Alto Perú en 1623, el levantamiento de Tucumán en 1632, y luego el de Pedro Bohórquez en la misma localidad en 1650, la intentona de Gabriel Manco Cápac en 1667, el levantamiento de Fernando Torote y de su hijo en la selva peruana alrededor de 1724 hasta 1737, la rebelión de Alejo Calatayud en Oropesa en 1730, y la conspiración de Juan Vélez de Córdoba en Oruro en 1739, entre otros. Poco después, en 1742, Juan Santos Atahualpa puso en aprietos por casi una década al estado virreinal, lo cual sólo sería un presagio de un movimiento más articulado y de gran escala, como lo fue el de Túpac Amaru II. Si bien fueron numerosos los levantamientos, éstos se caracterizaron por su focalización, desorden interno, desorganización, pugnas y desgaste al no articular sus demandas con las de otras zonas y así avivar las intentonas rebeldes. En la mayoría de los casos, la Corona aplastó las rebeliones y ejecutó a sus líderes, incluso antes de que se iniciaran.
Paradójicamente, las noticias de estos levantamientos o intentonas calaron hondamente en el imaginario social colonial, provocando un sentimiento de inseguridad latente. Es por ello que muchas de las intentonas, por más que se trataron de simples arengas y conspiraciones vacías, hayan sido aplastadas con severidad por las autoridades virreinales.
El estudio de las rebeliones indígenas del siglo XVIII ha devenido en uno de los debates historiográficos más fructíferos de las últimas décadas. Prácticamente olvidados hasta la década de 1970, momento en el cual los estudios sobre el campesinado y los conflictos agrarios se convierten en un campo vital de la investigación académica, han ido apareciendo de manera continua nuevas noticias de rebeliones y levantamientos, haciendo más variado y complejo el panorama social del último siglo virreinal. Durante la década de 1970 también el tema adquirió tintes políticos, llegando a ser utilizado por el gobierno de Velasco Alvarado (1968-1975) con el fin de encontrar raíces a la lucha campesina que su gobierno intentó resolver. Así, la imagen de Túpac Amaru II y la de su rebelión fueron idealizadas al punto de querer encontrar una conexión directa con los movimientos independentistas del siglo XIX, o de atribuirle una conciencia nacional más de acorde a los planteamientos políticos del siglo XX.
La amplia literatura sobre el tema producida en las últimas tres décadas incluye estudios de diversas disciplinas como la historia, la sociología, la antropología y la etnohistoria, y ha convocado a investigadores de varios países. Lamentablemente, la mayoría de esos estudios ha buscado demostrar otras tesis de acorde a la agenda política de los investigadores, más que ahondar en el movimiento mismo. Es recién en las década de 1980 y 1990, que los estudios han privilegiado la diversidad de fuentes y a partir de entonces nuevas interrogantes se han abierto sobre el tema, muchas de ellas contradictorias, demostrando que el complejo tema de las rebeliones indígenas es un tema en constante debate y análisis.
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