Tengo la impresión de ser la mujer del personaje en cuestión, cuando vuelvo a insistir en la disquisición sobre la pena de muerte. Pero no soy yo el empecinado, son los otros los que se hacen los desentendidos. Después de un crimen execrable (en este caso por la crónica de los secuestros) llegan a los diarios cartas en las que se inquiere si no sería cuestión de reimplantar la pena de muerte.
Uno de los principios en que se fundan toda ley humana y los dictámenes de toda religión practicada en el mundo civil establece que no se debe matar. Salvo por algunas confesiones que predican la resistencia pasiva, se admite una excepción: la legítima defensa. Una extensión del principio de legítima defensa es la guerra defensiva. Pero, sabiendo que el agresor nos atacará mañana, ¿es lícito prevenirse y atacarlo antes?
Tengo la impresión de ser la mujer del personaje en cuestión, cuando vuelvo a insistir en la disquisición sobre la pena de muerte. Pero no soy yo el empecinado, son los otros los que se hacen los desentendidos. Después de un crimen execrable (en este caso por la crónica de los secuestros) llegan a los diarios cartas en las que se inquiere si no sería cuestión de reimplantar la pena de muerte.
Uno de los principios en que se fundan toda ley humana y los dictámenes de toda religión practicada en el mundo civil establece que no se debe matar. Salvo por algunas confesiones que predican la resistencia pasiva, se admite una excepción: la legítima defensa. Una extensión del principio de legítima defensa es la guerra defensiva. Pero, sabiendo que el agresor nos atacará mañana, ¿es lícito prevenirse y atacarlo antes?