Claro, como era nieto de indios le llamaban Quilco, por burlarse del él, por arañarle el alma. Él no hacía caso. Le sacaba, joroba, como los gatos, a sus impulsos y contestaba con el brillo de sus ojos. Y nada más. Un gato asustado de los ratones... Luego, entraba resbalando, despacio, con susto, en su desolación.
para ir fraternalmente con el aire infinito, encerrado por muros de horizontes y de charla con el agua frené-tica, vestida de experiencia y encanecida de espumas. Ir por el mar...
Quilco solía repetir:
—Ir por el mar...
Sin embargo, en su pena inútil, volvía a mascar sus hojas de coca. Ninguno de los suyos, hombres envueltos en el viento helado de las cordilleras, conoció el mar. El mar de los indios, estaba seco, muerto bajo el cielo azul: el altiplano. Sin espumas, sin olas, sin playas, mar de tierra gris, rayado por la paciencia de los bueyes. Mar con mortaja. Por eso él quería navegar en los barcos de hierro, para matar la angustia de su mar muerto y cambiar la coca por el licor marinero. Para dejar de ser lombriz y convertirse en pez. Si él pudiera abrazar un paisaje nuevo... Si él pudiera enredar su corazón entre las algas mojadas y escuchar el secreto de otros mundos... Quilco sería Colón y Pizarro, o simplemente el último vagabundo de la tripulación, el que obedece, el que sufre, el que se retuerce con la espina de la impotencia y del silencio.
¡Aunque fuese así! Pero del fondo de la sombra, algo le tiraba fuertemente a la entraña de la tierra. Quilco se quedaba... Y la nave de ilusión se iba, se perdía en el confín, cayéndose y levantándose entre las olas. Los marineros limpiaban la sal de mar de sus frentes sudorosas y reían sus corazones una carcajada de muchos cielos y tenían un ademán para recordar todos los puertos en donde habían anclado. Quilco, abandonado en el puerto, guardaba el pañuelo de la despedida.
—ñlvido...
— ¿Qué hará Quilco en la vida?
— ¡Bah, a lo mejor nada!... Los colegiales reían de la timidez del compañero.
Entonces él, crucificado a los suyos, hincó las rodillas en su tercera caída, y su alma absorbió el polvo del suelo.
— ¿Qué hará Quilco en la vida? El respondió resuelto: -¡Nada!
Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar.
Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.
Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymará:
—Tatay me he regresado...
Fin
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jhonatanmamani593
hl me puedes dar quilco en la raya del orizonte resumido por favir
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Respuesta:
Quilco en la raya del horizonte
Porfirio Díaz Machicado
Claro, como era nieto de indios le llamaban Quilco, por burlarse del él, por arañarle el alma. Él no hacía caso. Le sacaba, joroba, como los gatos, a sus impulsos y contestaba con el brillo de sus ojos. Y nada más. Un gato asustado de los ratones... Luego, entraba resbalando, despacio, con susto, en su desolación.
para ir fraternalmente con el aire infinito, encerrado por muros de horizontes y de charla con el agua frené-tica, vestida de experiencia y encanecida de espumas. Ir por el mar...
Quilco solía repetir:
—Ir por el mar...
Sin embargo, en su pena inútil, volvía a mascar sus hojas de coca. Ninguno de los suyos, hombres envueltos en el viento helado de las cordilleras, conoció el mar. El mar de los indios, estaba seco, muerto bajo el cielo azul: el altiplano. Sin espumas, sin olas, sin playas, mar de tierra gris, rayado por la paciencia de los bueyes. Mar con mortaja. Por eso él quería navegar en los barcos de hierro, para matar la angustia de su mar muerto y cambiar la coca por el licor marinero. Para dejar de ser lombriz y convertirse en pez. Si él pudiera abrazar un paisaje nuevo... Si él pudiera enredar su corazón entre las algas mojadas y escuchar el secreto de otros mundos... Quilco sería Colón y Pizarro, o simplemente el último vagabundo de la tripulación, el que obedece, el que sufre, el que se retuerce con la espina de la impotencia y del silencio.
¡Aunque fuese así! Pero del fondo de la sombra, algo le tiraba fuertemente a la entraña de la tierra. Quilco se quedaba... Y la nave de ilusión se iba, se perdía en el confín, cayéndose y levantándose entre las olas. Los marineros limpiaban la sal de mar de sus frentes sudorosas y reían sus corazones una carcajada de muchos cielos y tenían un ademán para recordar todos los puertos en donde habían anclado. Quilco, abandonado en el puerto, guardaba el pañuelo de la despedida.
—ñlvido...
— ¿Qué hará Quilco en la vida?
— ¡Bah, a lo mejor nada!... Los colegiales reían de la timidez del compañero.
Entonces él, crucificado a los suyos, hincó las rodillas en su tercera caída, y su alma absorbió el polvo del suelo.
— ¿Qué hará Quilco en la vida? El respondió resuelto: -¡Nada!
Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar.
Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.
Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymará:
—Tatay me he regresado...
Fin