Durante el reinado de Pepy II, faraón de la dinastía VI, la situación social, económica, religiosa y política se deterioró gravemente, implicando un cambio de rumbo en el contexto general del territorio. Sus nueve décadas de gobierno entre los años 2255 y 2165 a. C. hicieron de su reinado uno de los más largos de la historia de los faraones, pero también lo convirtieron en un dinámico eje de crecientes problemáticas a lo largo de todos sus dominios. Ante todo, la dinastía y su élite gubernamental circundante fueron perdiendo poder, autoridad y credibilidad ante los ojos de sus súbditos, todo ello a causa de una notoria sucesión de circunstancias ocasionadas tanto de manera sucesiva como sincrónica:
En primer lugar, las notorias concesiones económicas de los faraones al clero y el incremento de poderío e influencia de los Nomarcas y caciques locales habían ido debilitando el peso de la monarquía y sus instituciones. En segundo lugar, los grandes recursos destinados ya por entonces de modo crónico al clero y al mundo de la muerte producirían incipientemente una situación de ruina, pues semejantes pérdidas implicaban una dilapidación de bienes masiva. Las riquezas se acumulaban en improductivos ajuares de tumbas y gastos de cultos funerarios, quedando gran parte de los recursos del país consumidos en complejos religiosos y en las estructuras funerarias. En tercer lugar, el creciente envejecimiento del faraón provocó que quedara en evidencia ante sus súbditos en cuantiosas ocasiones, como en asuntos de política interior, fricciones contra sectores de la élite egipcia o en ritos públicos. Ello se interpretó en su momento como una grave pérdida de su divinidad, perdiendo la devoción sacral del pueblo e incluso de las varias altas castas militares y religiosas. En cuarto lugar, el Egipto del momento perdió influencia en política exterior, quedando así en una situación de relativa vulnerabilidad ante pueblos extranjeros y con una pérdida de influencia ante los territorios circundantes. Y finalmente, en quinto lugar, por aquel entonces el territorio y amplias zonas de su entorno sufrían un fuerte periodo de sequía, lo cual comportaba colateralmente una menor afluencia de aguas del Nilo y de las precipitaciones anuales, además de provocar una contundente situación de carestía y hambruna, tanto entre el pueblo situado en torno al río como entre las numerosas tribus nómadas del desierto. Tal situación obligaba a las masas a buscar nuevos medios de subsistencia más allá de las antiguas tierras fértiles del Delta (cuyas cosechas quedaron minadas), llevando ello a una pérdida demográfica y a cuantiosos movimientos migratorios. Además, el peso de semejante crisis hídrico-productiva justificaba la extensión y defensa de una idea sin precedentes; la pérdida del favor de los dioses por parte del faraón.
Así pues, este conjunto de factores combinados que se dieron con el paso de los años desde medianos del reinado de Pepy II precipitaron al derrumbe de la monarquía menfita, imperando un contexto que se iría agravando con los años; la anarquía, la sequía, el hambre, la desconfianza real, la pérdida de la fe divina en el faraón y la incertidumbre religiosa se adueñaron del país, el Delta fue ocupado por cuantiosas oleadas de pueblos asiáticos y los sucesivos faraones restaron impotentes para redirigir la situación.
Respuesta:
:3
Explicación:
Durante el reinado de Pepy II, faraón de la dinastía VI, la situación social, económica, religiosa y política se deterioró gravemente, implicando un cambio de rumbo en el contexto general del territorio. Sus nueve décadas de gobierno entre los años 2255 y 2165 a. C. hicieron de su reinado uno de los más largos de la historia de los faraones, pero también lo convirtieron en un dinámico eje de crecientes problemáticas a lo largo de todos sus dominios. Ante todo, la dinastía y su élite gubernamental circundante fueron perdiendo poder, autoridad y credibilidad ante los ojos de sus súbditos, todo ello a causa de una notoria sucesión de circunstancias ocasionadas tanto de manera sucesiva como sincrónica:
En primer lugar, las notorias concesiones económicas de los faraones al clero y el incremento de poderío e influencia de los Nomarcas y caciques locales habían ido debilitando el peso de la monarquía y sus instituciones. En segundo lugar, los grandes recursos destinados ya por entonces de modo crónico al clero y al mundo de la muerte producirían incipientemente una situación de ruina, pues semejantes pérdidas implicaban una dilapidación de bienes masiva. Las riquezas se acumulaban en improductivos ajuares de tumbas y gastos de cultos funerarios, quedando gran parte de los recursos del país consumidos en complejos religiosos y en las estructuras funerarias. En tercer lugar, el creciente envejecimiento del faraón provocó que quedara en evidencia ante sus súbditos en cuantiosas ocasiones, como en asuntos de política interior, fricciones contra sectores de la élite egipcia o en ritos públicos. Ello se interpretó en su momento como una grave pérdida de su divinidad, perdiendo la devoción sacral del pueblo e incluso de las varias altas castas militares y religiosas. En cuarto lugar, el Egipto del momento perdió influencia en política exterior, quedando así en una situación de relativa vulnerabilidad ante pueblos extranjeros y con una pérdida de influencia ante los territorios circundantes. Y finalmente, en quinto lugar, por aquel entonces el territorio y amplias zonas de su entorno sufrían un fuerte periodo de sequía, lo cual comportaba colateralmente una menor afluencia de aguas del Nilo y de las precipitaciones anuales, además de provocar una contundente situación de carestía y hambruna, tanto entre el pueblo situado en torno al río como entre las numerosas tribus nómadas del desierto. Tal situación obligaba a las masas a buscar nuevos medios de subsistencia más allá de las antiguas tierras fértiles del Delta (cuyas cosechas quedaron minadas), llevando ello a una pérdida demográfica y a cuantiosos movimientos migratorios. Además, el peso de semejante crisis hídrico-productiva justificaba la extensión y defensa de una idea sin precedentes; la pérdida del favor de los dioses por parte del faraón.
Así pues, este conjunto de factores combinados que se dieron con el paso de los años desde medianos del reinado de Pepy II precipitaron al derrumbe de la monarquía menfita, imperando un contexto que se iría agravando con los años; la anarquía, la sequía, el hambre, la desconfianza real, la pérdida de la fe divina en el faraón y la incertidumbre religiosa se adueñaron del país, el Delta fue ocupado por cuantiosas oleadas de pueblos asiáticos y los sucesivos faraones restaron impotentes para redirigir la situación.