Educar es una tarea compleja. Y lo es porque el término encierra una diversidad de significados, sin que resulte sencillo privilegiar a unos frente a otros. En última instancia, preguntarnos por el significado de la educación consiste en interrogarnos por sus fines, por sus metas, por su sentido. Y de ahí deriva la complejidad.
Todos estamos acostumbrados a escuchar que el fin último de la educación consiste en desarrollar todas las posibilidades de cada persona, consiguiendo su despliegue integral, la realización de todas sus potencialidades. Y no cabe duda de que sea así. Educar consiste en lograr que las personas desarrollen todas sus capacidades, tanto las más visibles como las que suelen quedar más ocultas. Pero llevamos ya muchos años enfatizando la complejidad de esas dimensiones susceptibles de desarrollo. Si el cultivo del saber ha sido siempre un objetivo de la educación, cada vez hacemos más hincapié en otras dimensiones complementarias, como la construcción de la personalidad y de la identidad, el desarrollo de las actitudes y las emociones, la adquisición de habilidades y destrezas y el fomento de la inteligencia social. Y además se trata de desarrollarlas en la perspectiva compleja de lo que Gardner llama las inteligencias múltiples. Frente al desarrollo de personas unidimensionales, educar significa contribuir a formar personas que han cultivado una pluralidad de dimensiones.
Pero estaríamos confundidos si limitásemos la tarea de educar a esa dimensión individual, por importante que sea, olvidando que también posee una dimensión social. Ya científicos sociales como Durkheim subrayaban hace más de un siglo que educar significa socializar a las generaciones jóvenes en la cultura de la sociedad en que habrán de desenvolverse. Y es que, efectivamente, educar también consiste en realizar una tarea de transmisión cultural. Pero también aquí se introduce la complejidad, puesto que transmitir una cultura no significa simplemente reproducirla, sino recrearla. La educación no se limita a realizar una tarea conservadora, que sin duda es uno de sus objetivos, sino que dicha conservación implica al mismo tiempo una renovación. Y de ahí deriva a la vez una mayor complejidad, pues esa combinación de conservación y cambio no resulta sencilla ni trivial.
Junto a todo ello, hay que tener en cuenta que educar es una tarea que puede llevarse a cabo de maneras muy diferentes, por canales muy diversos y con distintos grados de intencionalidad. Educamos en la familia mediante el ejemplo y la convivencia cotidiana, educamos mediante los instrumentos de control social y de comunicación, educamos a través de nuestros sistemas educativos y los aparatos escolares. Aunque los profesionales de la educación tendemos a privilegiar estos últimos canales, debemos reconocer que no son los únicos.
Por eso es importante reconocer esa complejidad para entender correctamente cuál es el significado de la educación. La educación formal, institucionalizada, es hoy en día un instrumento capital en nuestras sociedades avanzadas, pero en modo alguno es el único disponible. Los docentes debemos ser conscientes de la importancia de nuestra tarea, pero, al mismo tiempo, de su limitación. Debemos reconocer la grandeza y la relevancia de nuestra tarea educadora, pero también hemos de ser modestos acerca de su alcance. Es en este contexto de aceptación de la complejidad de la tarea educadora en el que situaremos nuestra actuación en el lugar que le corresponde y, al mismo tiempo, podremos concebirla en su interrelación con la actuación de otros agentes.
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La escolarización está directamente vinculada a la escuela, una institución pública donde se instruye a los niños. La educación, en cambio, es la instrucción o la formación en sí misma. ... La escolarización, por otra parte, permite obtener un título académico.
Educar es una tarea compleja. Y lo es porque el término encierra una diversidad de significados, sin que resulte sencillo privilegiar a unos frente a otros. En última instancia, preguntarnos por el significado de la educación consiste en interrogarnos por sus fines, por sus metas, por su sentido. Y de ahí deriva la complejidad.
Todos estamos acostumbrados a escuchar que el fin último de la educación consiste en desarrollar todas las posibilidades de cada persona, consiguiendo su despliegue integral, la realización de todas sus potencialidades. Y no cabe duda de que sea así. Educar consiste en lograr que las personas desarrollen todas sus capacidades, tanto las más visibles como las que suelen quedar más ocultas. Pero llevamos ya muchos años enfatizando la complejidad de esas dimensiones susceptibles de desarrollo. Si el cultivo del saber ha sido siempre un objetivo de la educación, cada vez hacemos más hincapié en otras dimensiones complementarias, como la construcción de la personalidad y de la identidad, el desarrollo de las actitudes y las emociones, la adquisición de habilidades y destrezas y el fomento de la inteligencia social. Y además se trata de desarrollarlas en la perspectiva compleja de lo que Gardner llama las inteligencias múltiples. Frente al desarrollo de personas unidimensionales, educar significa contribuir a formar personas que han cultivado una pluralidad de dimensiones.
Pero estaríamos confundidos si limitásemos la tarea de educar a esa dimensión individual, por importante que sea, olvidando que también posee una dimensión social. Ya científicos sociales como Durkheim subrayaban hace más de un siglo que educar significa socializar a las generaciones jóvenes en la cultura de la sociedad en que habrán de desenvolverse. Y es que, efectivamente, educar también consiste en realizar una tarea de transmisión cultural. Pero también aquí se introduce la complejidad, puesto que transmitir una cultura no significa simplemente reproducirla, sino recrearla. La educación no se limita a realizar una tarea conservadora, que sin duda es uno de sus objetivos, sino que dicha conservación implica al mismo tiempo una renovación. Y de ahí deriva a la vez una mayor complejidad, pues esa combinación de conservación y cambio no resulta sencilla ni trivial.
Junto a todo ello, hay que tener en cuenta que educar es una tarea que puede llevarse a cabo de maneras muy diferentes, por canales muy diversos y con distintos grados de intencionalidad. Educamos en la familia mediante el ejemplo y la convivencia cotidiana, educamos mediante los instrumentos de control social y de comunicación, educamos a través de nuestros sistemas educativos y los aparatos escolares. Aunque los profesionales de la educación tendemos a privilegiar estos últimos canales, debemos reconocer que no son los únicos.
Por eso es importante reconocer esa complejidad para entender correctamente cuál es el significado de la educación. La educación formal, institucionalizada, es hoy en día un instrumento capital en nuestras sociedades avanzadas, pero en modo alguno es el único disponible. Los docentes debemos ser conscientes de la importancia de nuestra tarea, pero, al mismo tiempo, de su limitación. Debemos reconocer la grandeza y la relevancia de nuestra tarea educadora, pero también hemos de ser modestos acerca de su alcance. Es en este contexto de aceptación de la complejidad de la tarea educadora en el que situaremos nuestra actuación en el lugar que le corresponde y, al mismo tiempo, podremos concebirla en su interrelación con la actuación de otros agentes.
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espero que te sirva
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La escolarización está directamente vinculada a la escuela, una institución pública donde se instruye a los niños. La educación, en cambio, es la instrucción o la formación en sí misma. ... La escolarización, por otra parte, permite obtener un título académico.