El falso profeta no dice nada sobre la santidad ni la justicia ni la ira de Dios. Su ‘dios’ es una deidad que él mismo ha inventado en base a sus antojos carnales. “Siempre predica acerca del amor de Dios y nunca menciona las otras cosas. Nunca hace temblar a nadie cuando habla de este Ser santo y augusto con el que todos debemos enfrentarnos”.
La teología propia del falso profeta, pues, está totalmente distorsionada. Sólo entiende a Dios a luz de sus propios caprichos. Esta es la razón por la cual esconde la verdad. Quiere ser agradable, inofensivo y popular por consiguiente pasa por alto muchos textos de la revelación bíblica tocante a Dios.
4.- Un falso profeta no enfatiza el juicio final
¿Cuándo fue la última vez que escuchaste un mensaje sobre el juicio final? Algo que el falso predicador no declara nunca es que se acerca el gran día del juicio. En este sentido, el falso profeta no tiene nada en común con los profetas del Antiguo Testamento ni con los apóstoles del Nuevo ni con el mismo Señor Jesús ya que todos ellos hacían hincapié una y otra vez en el juicio venidero.
Los falsos profetas se caracterizan por un espíritu liviano que no toma en serio las amenazas del Santo de Israel. Proclaman “paz, paz” cuando no hay paz. E incluso algunos de ellos se oponen a los auténticos voceros de Dios porque sus sermones resultan demasiado incómodos y ofensivos.
5.- Un falso profeta no hace mención del pecado
Puesto que el falso profeta no quiere caerle mal a nadie, tampoco dedica mucho tiempo al tema del pecado. Es una palabra que no aparece en su vocabulario. Cree, en última instancia, que el ser humano es más o menos bueno. Sí, tiene sus imperfecciones pero no está del todo mal. “No dice que todos somos perfectos; pero sí sugiere que el pecado no es grave”.
Dada su falta de interés en el pecado tanto original como individual, tal predicador no pone de manifiesto la profunda incapacidad del hombre para hacer algo por su propia salvación. Esto produce una especie de doctrina humanista donde el hombre se convierte en el agente activo de su propia salvación, la cual es una negación explícita del Evangelio de la gracia.
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El falso profeta no dice nada sobre la santidad ni la justicia ni la ira de Dios. Su ‘dios’ es una deidad que él mismo ha inventado en base a sus antojos carnales. “Siempre predica acerca del amor de Dios y nunca menciona las otras cosas. Nunca hace temblar a nadie cuando habla de este Ser santo y augusto con el que todos debemos enfrentarnos”.
La teología propia del falso profeta, pues, está totalmente distorsionada. Sólo entiende a Dios a luz de sus propios caprichos. Esta es la razón por la cual esconde la verdad. Quiere ser agradable, inofensivo y popular por consiguiente pasa por alto muchos textos de la revelación bíblica tocante a Dios.
4.- Un falso profeta no enfatiza el juicio final
¿Cuándo fue la última vez que escuchaste un mensaje sobre el juicio final? Algo que el falso predicador no declara nunca es que se acerca el gran día del juicio. En este sentido, el falso profeta no tiene nada en común con los profetas del Antiguo Testamento ni con los apóstoles del Nuevo ni con el mismo Señor Jesús ya que todos ellos hacían hincapié una y otra vez en el juicio venidero.
Los falsos profetas se caracterizan por un espíritu liviano que no toma en serio las amenazas del Santo de Israel. Proclaman “paz, paz” cuando no hay paz. E incluso algunos de ellos se oponen a los auténticos voceros de Dios porque sus sermones resultan demasiado incómodos y ofensivos.
5.- Un falso profeta no hace mención del pecado
Puesto que el falso profeta no quiere caerle mal a nadie, tampoco dedica mucho tiempo al tema del pecado. Es una palabra que no aparece en su vocabulario. Cree, en última instancia, que el ser humano es más o menos bueno. Sí, tiene sus imperfecciones pero no está del todo mal. “No dice que todos somos perfectos; pero sí sugiere que el pecado no es grave”.
Dada su falta de interés en el pecado tanto original como individual, tal predicador no pone de manifiesto la profunda incapacidad del hombre para hacer algo por su propia salvación. Esto produce una especie de doctrina humanista donde el hombre se convierte en el agente activo de su propia salvación, la cual es una negación explícita del Evangelio de la gracia.
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