Monólogo interior: Es el discurso con el que el personaje expresa su pensamiento más íntimo, casi subconsciente, a través de frases directas de sintaxis elemental. Se caracteriza porque no va dirigido a ningún interlocutor, sino a sí mismo. En el siguiente texto Villamil, personaje de Miau, va desgranando sus pensamientos y reflexiones por los pasillos del Ministerio:
Y como la esperanza reanimaba todo su ser dándole un inquieto hormigueo, lanzose al dédalo oscuro de los pasillos. «La combinación... la plantilla nueva... dar entrada a los funcionarios inteligentes, y además de inteligentes, digo yo, identificados con... ¡Dios mío!, inspírales, mete todas tus luces dentro de esas molleras... que vean claro... que se fijen en mí; que se enteren de mis antecedentes. Si se enteran de ellos, no hay cuestión; me nombran... ¿Me nombrarán? No sé qué voz secreta me dice que sí. Tengo esperanza. No, no quiero consentirme ni entusiasmarme. Vale más que seamos pesimistas, muy pesimistas, para que luego resulte lo contrario de lo que se teme. Observo yo que cuando uno espera confiado, ¡pum! viene el batacazo.
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Explicación:
Monólogo interior: Es el discurso con el que el personaje expresa su pensamiento más íntimo, casi subconsciente, a través de frases directas de sintaxis elemental. Se caracteriza porque no va dirigido a ningún interlocutor, sino a sí mismo. En el siguiente texto Villamil, personaje de Miau, va desgranando sus pensamientos y reflexiones por los pasillos del Ministerio:
Y como la esperanza reanimaba todo su ser dándole un inquieto hormigueo, lanzose al dédalo oscuro de los pasillos. «La combinación... la plantilla nueva... dar entrada a los funcionarios inteligentes, y además de inteligentes, digo yo, identificados con... ¡Dios mío!, inspírales, mete todas tus luces dentro de esas molleras... que vean claro... que se fijen en mí; que se enteren de mis antecedentes. Si se enteran de ellos, no hay cuestión; me nombran... ¿Me nombrarán? No sé qué voz secreta me dice que sí. Tengo esperanza. No, no quiero consentirme ni entusiasmarme. Vale más que seamos pesimistas, muy pesimistas, para que luego resulte lo contrario de lo que se teme. Observo yo que cuando uno espera confiado, ¡pum! viene el batacazo.