HIDALGO.- ¡Oh señor de Iturbide! Cuánto tiempo ha que deseaba tener una entrevista con usted; pero lo eterno de estas regiones y otras atenciones precisas, me habían privado de la satisfacción que hoy tengo.
ITURBIDE.- Para mí es harto satisfactorio el conocer a usted, señor cura.
HIDALGO.- ¡Oh señor de Iturbide! Cuánto tiempo ha que deseaba tener una entrevista con usted; pero lo eterno de estas regiones y otras atenciones precisas, me habían privado de la satisfacción que hoy tengo.
ITURBIDE.- Para mí es harto satisfactorio el conocer a usted, señor cura.
HIDALGO.- Vaya, sentémonos bajo este copado fresno, y conferenciemos tranquilamente sobre los acaecimientos políticos de nuestra América.
ITURBIDE.- Sea enhorabuena, usted por aquí.
HIDALGO.- Por cualquier parte estaremos bien, pues que entre los muertos no se conocen las distinciones de los vivos. Dígame usted ¿en qué estado dejó mi obra a su llegada a estos lugares?
ITURBIDE.- ¿De qué obra me habla usted?
HIDALGO.- De cuál ha de ser, de la Independencia de la América.
ITURBIDE.- ¡Oh!, ésa no fue obra de usted sino mía. Usted no hizo otra cosa que alborotar la jicotera sin poder llevar al cabo la empresa, cuando yo lo hice todo en siete meses.
HIDALGO.- Nunca le negaré a usted la gloria que merece por la política de su Plan, y lo activo e infatigable que fue en ejecutarlo; pero ciertamente ya hice más que usted.
ITURBIDE.- Creo que se equivoca usted, señor cura. El labrador que tira la semilla en el campo y el arquitecto que zanja los cimientos de un edificio nada hicieron si sólo hicieron eso. El que cultivó su semilla; hasta su cosecha y el que levantó el edificio hasta hacerlo habitable, ésos lo hicieron todo; y eso puntualmente pasó entre usted y yo. Usted sembró la semilla o zanjó los cimientos y nada más; yo reuní la opinión y lo hice todo. Diga usted, ahora, ¿quién aparecerá más grande en la historia de la América, Hidalgo o Iturbide?
HIDALGO.- Sin que parezca alabanza propia, creo que Hidalgo, y oiga usted las razones. Cuando emprendí esta grande obra, era un cura decrépito, sin dinero, sin conocimientos militares, en medio de un reino demasiadamente ignorante de sus derechos, supersticioso, ocupado por todo por los españoles, y yo, además, perseguido por ellos, una vez descubiertos mis planes en Querétaro. De esta manera y en tan angustiadas circunstancias, pronuncié en el pueblo de Dolores la sonora voz de libertad con un puñado de paisanos, y sembré la primera semilla de aquella heroica virtud, a quien usted mismo debió su engradecimiento y el Septentrión su desenlace de la España.
HIDALGO.- ¡Oh señor de Iturbide! Cuánto tiempo ha que deseaba tener una entrevista con usted; pero lo eterno de estas regiones y otras atenciones precisas, me habían privado de la satisfacción que hoy tengo.
ITURBIDE.- Para mí es harto satisfactorio el conocer a usted, señor cura.
espero que te sirva
Respuesta:
HIDALGO.- ¡Oh señor de Iturbide! Cuánto tiempo ha que deseaba tener una entrevista con usted; pero lo eterno de estas regiones y otras atenciones precisas, me habían privado de la satisfacción que hoy tengo.
ITURBIDE.- Para mí es harto satisfactorio el conocer a usted, señor cura.
HIDALGO.- Vaya, sentémonos bajo este copado fresno, y conferenciemos tranquilamente sobre los acaecimientos políticos de nuestra América.
ITURBIDE.- Sea enhorabuena, usted por aquí.
HIDALGO.- Por cualquier parte estaremos bien, pues que entre los muertos no se conocen las distinciones de los vivos. Dígame usted ¿en qué estado dejó mi obra a su llegada a estos lugares?
ITURBIDE.- ¿De qué obra me habla usted?
HIDALGO.- De cuál ha de ser, de la Independencia de la América.
ITURBIDE.- ¡Oh!, ésa no fue obra de usted sino mía. Usted no hizo otra cosa que alborotar la jicotera sin poder llevar al cabo la empresa, cuando yo lo hice todo en siete meses.
HIDALGO.- Nunca le negaré a usted la gloria que merece por la política de su Plan, y lo activo e infatigable que fue en ejecutarlo; pero ciertamente ya hice más que usted.
ITURBIDE.- Creo que se equivoca usted, señor cura. El labrador que tira la semilla en el campo y el arquitecto que zanja los cimientos de un edificio nada hicieron si sólo hicieron eso. El que cultivó su semilla; hasta su cosecha y el que levantó el edificio hasta hacerlo habitable, ésos lo hicieron todo; y eso puntualmente pasó entre usted y yo. Usted sembró la semilla o zanjó los cimientos y nada más; yo reuní la opinión y lo hice todo. Diga usted, ahora, ¿quién aparecerá más grande en la historia de la América, Hidalgo o Iturbide?
HIDALGO.- Sin que parezca alabanza propia, creo que Hidalgo, y oiga usted las razones. Cuando emprendí esta grande obra, era un cura decrépito, sin dinero, sin conocimientos militares, en medio de un reino demasiadamente ignorante de sus derechos, supersticioso, ocupado por todo por los españoles, y yo, además, perseguido por ellos, una vez descubiertos mis planes en Querétaro. De esta manera y en tan angustiadas circunstancias, pronuncié en el pueblo de Dolores la sonora voz de libertad con un puñado de paisanos, y sembré la primera semilla de aquella heroica virtud, a quien usted mismo debió su engradecimiento y el Septentrión su desenlace de la España.