¿Qué es lo que debe hacer una persona que se declara, simultánea y sinceramente, “democrática” y de “izquierda” cuando su partido político, al que apoyó con su voto y quizá también con ideas y recursos, pierde una elección? ¿Qué es lo que debe hacer este individuo cuando está convencido de que las votaciones y el conteo de votos se llevaron a cabo de una manera formalmente correcta, o al menos sin alteraciones significativas y decisivas; pero también sabe que las condiciones generales en las que tuvo lugar el juego electoral —por ejemplo, la situación de la información pública, entre otras— pudo haber condicionado el resultado? ¿Qué debe hacer si, por un lado, no acepta ceder ante las sirenas populistas y demagógicas que intentan inducirlo a refutar el resultado desfavorable de la elección; pero, por el otro lado, “le provoca escozor” darse cuenta de que, cuando intenta convencer a sus compañeros de que es debido reconocer la derrota, en realidad está apoyando de manera peligrosa a la parte contraria, porque está convencido de que los vencedores implementarán políticas que, además de ser contrarias a sus propios principios e ideales “de izquierda”, también pueden ser muy negativas para la consolidación y el desarrollo de la democracia misma? ¿Qué es lo que debe hacer si está convencido de que las políticas “de derecha”, de esta derecha, dañarán el proceso de democratización —desde cualquier punto de vista: desde el que corresponde a las condiciones institucionales hasta el que se refiere a las precondiciones sociales, desde la erosión de la laicidad estatal (una democracia es laica o no es democracia) hasta el aumento de las desigualdades que se traducen en mayor posibilidad para manipular y disminuir la capacidad del ciudadano— y, de hecho, intentarán reducir la democracia a un mero simulacro exterior, apenas una vestimenta vacía, útil para cubrir o bien para disfrazar, a una oligarquía social y una autocracia política? En fin, ¿qué es lo que debe hacer esta persona cuando tiene la sensación de que al aceptar el resultado del juego democrático —y al convencer a las demás personas de “izquierda” para que lo acepten— en realidad está contribuyendo a la degeneración de la democracia misma, de manera distinta, pero tal vez no menos grave, que los comportamientos enloquecidos del caudillismo posmoderno? ¿Qué es lo que debe hacer este individuo cuando lo roza la pesadilla de estar atrapado en una contradicción frontal y fatal, como si el imperativo que orienta su voluntad fuera: fiat democratia, pereat democratia?
No pretendo contestar a todas estas preguntas. Por lo menos no de una manera que sea convincente para todos. Cada quien debe contestarlas según su conciencia e, incluso, antes, cada uno deberá adaptar las preguntas a sus propias inquietudes. Pero estoy seguro de que, en tiempos de una tendencia degenerativa de la democracia, muchas personas democráticas tienen dudas parecidas. Lo que intentaré ofrecer son algunos conceptos y argumentos para realizar una reflexión clara y ordenada que nos acerque hacia algunas respuestas posibles. Los cuadros de categorías que intentaré dibujar (apenas un esbozo que debe ser desarrollado) son simplificados pero no por ello (creo y espero) deformantes. Además, las consideraciones que expondré no pretenden ser originales: simplemente intentan precisar y conectar algunas ideas que pertenecen al patrimonio de cualquier persona normal de izquierda. Comenzando por la propia noción de “izquierda”.
Respuesta:
Explicación:
¿Qué es lo que debe hacer una persona que se declara, simultánea y sinceramente, “democrática” y de “izquierda” cuando su partido político, al que apoyó con su voto y quizá también con ideas y recursos, pierde una elección? ¿Qué es lo que debe hacer este individuo cuando está convencido de que las votaciones y el conteo de votos se llevaron a cabo de una manera formalmente correcta, o al menos sin alteraciones significativas y decisivas; pero también sabe que las condiciones generales en las que tuvo lugar el juego electoral —por ejemplo, la situación de la información pública, entre otras— pudo haber condicionado el resultado? ¿Qué debe hacer si, por un lado, no acepta ceder ante las sirenas populistas y demagógicas que intentan inducirlo a refutar el resultado desfavorable de la elección; pero, por el otro lado, “le provoca escozor” darse cuenta de que, cuando intenta convencer a sus compañeros de que es debido reconocer la derrota, en realidad está apoyando de manera peligrosa a la parte contraria, porque está convencido de que los vencedores implementarán políticas que, además de ser contrarias a sus propios principios e ideales “de izquierda”, también pueden ser muy negativas para la consolidación y el desarrollo de la democracia misma? ¿Qué es lo que debe hacer si está convencido de que las políticas “de derecha”, de esta derecha, dañarán el proceso de democratización —desde cualquier punto de vista: desde el que corresponde a las condiciones institucionales hasta el que se refiere a las precondiciones sociales, desde la erosión de la laicidad estatal (una democracia es laica o no es democracia) hasta el aumento de las desigualdades que se traducen en mayor posibilidad para manipular y disminuir la capacidad del ciudadano— y, de hecho, intentarán reducir la democracia a un mero simulacro exterior, apenas una vestimenta vacía, útil para cubrir o bien para disfrazar, a una oligarquía social y una autocracia política? En fin, ¿qué es lo que debe hacer esta persona cuando tiene la sensación de que al aceptar el resultado del juego democrático —y al convencer a las demás personas de “izquierda” para que lo acepten— en realidad está contribuyendo a la degeneración de la democracia misma, de manera distinta, pero tal vez no menos grave, que los comportamientos enloquecidos del caudillismo posmoderno? ¿Qué es lo que debe hacer este individuo cuando lo roza la pesadilla de estar atrapado en una contradicción frontal y fatal, como si el imperativo que orienta su voluntad fuera: fiat democratia, pereat democratia?
No pretendo contestar a todas estas preguntas. Por lo menos no de una manera que sea convincente para todos. Cada quien debe contestarlas según su conciencia e, incluso, antes, cada uno deberá adaptar las preguntas a sus propias inquietudes. Pero estoy seguro de que, en tiempos de una tendencia degenerativa de la democracia, muchas personas democráticas tienen dudas parecidas. Lo que intentaré ofrecer son algunos conceptos y argumentos para realizar una reflexión clara y ordenada que nos acerque hacia algunas respuestas posibles. Los cuadros de categorías que intentaré dibujar (apenas un esbozo que debe ser desarrollado) son simplificados pero no por ello (creo y espero) deformantes. Además, las consideraciones que expondré no pretenden ser originales: simplemente intentan precisar y conectar algunas ideas que pertenecen al patrimonio de cualquier persona normal de izquierda. Comenzando por la propia noción de “izquierda”.