Mujeres víctimas de la «filosofía “usar y tirar”», obligadas a «vender la dignidad por un puesto de trabajo», obligadas a prostituirse en la calle, propuestas como «objeto del deseo» en los periódicos, en televisión e incluso en los supermercados para colocar un producto. El sistema de «pisotear a la mujer porque es mujer» y de no considerarla una persona está bajo los ojos de todos; y enseñaría mucho un «peregrinaje nocturno» por las calles de la ciudad donde a las chicas se les pregunta solo: «¿Cuánto cuestas?». Con esta fuerte denuncia el Papa Francisco —en la misa celebrada el viernes 15 de junio en Santa Marta— relanzó la enseñanza de Jesús que ha cambiado la historia y volvió a dar a la mujer plena dignidad, aliviando a todas aquellas que estaban «despreciadas, marginadas, descartadas».
Para su reflexión el Pontífice tomó inspiración del pasaje evangélico de Mateo (5, 27-32) propuesto por la liturgia: «El Señor parece fuerte, también radical, cuando dice: “Quien mira a una mujer con el corazón posesivo, con el corazón sucio es un adúltero” y después “quien repudia a la mujer, la deja sola, la arroja al mercado del adulterio”».
Estas palabras, hizo presente Francisco, fueron «dichas en una cultura en la cual la mujer era de “segunda clase” —por decirlo con un eufemismo— ni siquiera de segunda, era esclava, no gozaba ni siquiera de la plena libertad». Las de Jesús «son palabras fuertes, palabras que cambian la historia». Realmente, insistió el Papa, «la doctrina de Jesús sobre la mujer cambia la historia». Y así «una cosa es la mujer antes de Jesús, otra cosa es la mujer después de Jesús». En sustancia, observó el Pontífice, «Jesús “dignifica” a la mujer y la pone al mismo nivel que el hombre, porque toma aquella primera palabra del Creador: los dos son “imagen y semejanza de Dios”, los dos: no primero el hombre y después, un poco más abajo, la mujer; no; los dos». Tanto que, relanzó Francisco, «el hombre solo sin la mujer al lado —tanto como madre, como hermana, como esposa, como compañera de trabajo, como amiga— no es imagen de Dios».
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Mujeres víctimas de la «filosofía “usar y tirar”», obligadas a «vender la dignidad por un puesto de trabajo», obligadas a prostituirse en la calle, propuestas como «objeto del deseo» en los periódicos, en televisión e incluso en los supermercados para colocar un producto. El sistema de «pisotear a la mujer porque es mujer» y de no considerarla una persona está bajo los ojos de todos; y enseñaría mucho un «peregrinaje nocturno» por las calles de la ciudad donde a las chicas se les pregunta solo: «¿Cuánto cuestas?». Con esta fuerte denuncia el Papa Francisco —en la misa celebrada el viernes 15 de junio en Santa Marta— relanzó la enseñanza de Jesús que ha cambiado la historia y volvió a dar a la mujer plena dignidad, aliviando a todas aquellas que estaban «despreciadas, marginadas, descartadas».
Para su reflexión el Pontífice tomó inspiración del pasaje evangélico de Mateo (5, 27-32) propuesto por la liturgia: «El Señor parece fuerte, también radical, cuando dice: “Quien mira a una mujer con el corazón posesivo, con el corazón sucio es un adúltero” y después “quien repudia a la mujer, la deja sola, la arroja al mercado del adulterio”».
Estas palabras, hizo presente Francisco, fueron «dichas en una cultura en la cual la mujer era de “segunda clase” —por decirlo con un eufemismo— ni siquiera de segunda, era esclava, no gozaba ni siquiera de la plena libertad». Las de Jesús «son palabras fuertes, palabras que cambian la historia». Realmente, insistió el Papa, «la doctrina de Jesús sobre la mujer cambia la historia». Y así «una cosa es la mujer antes de Jesús, otra cosa es la mujer después de Jesús». En sustancia, observó el Pontífice, «Jesús “dignifica” a la mujer y la pone al mismo nivel que el hombre, porque toma aquella primera palabra del Creador: los dos son “imagen y semejanza de Dios”, los dos: no primero el hombre y después, un poco más abajo, la mujer; no; los dos». Tanto que, relanzó Francisco, «el hombre solo sin la mujer al lado —tanto como madre, como hermana, como esposa, como compañera de trabajo, como amiga— no es imagen de Dios».
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