El español no es más que una variedad de latín, que ha evolucionado a lo largo de 1500 años desde la caída del imperio romano. A lo largo de ese tiempo, ha sufrido las más variadas influencias, de los pueblos germánicos, de los árabes y de las lenguas originarias americanas. El latín, junto con el osco y el umbro, pertenece a la rama itálica del indoeuropeo, una lengua prehistórica hipotética hablada hace unos cuatro mil años. Unos dos mil años antes de Cristo, oleadas migratorias procedentes de una zona cercana al Mar Caspio o al Mar Negro llevaron su lengua hacia el este y hacia el oeste, alcanzando por un lado la Bretaña y la Hispania y, por el otro, la India, por lo que se los llamó indoeuropeos.
En este largo periplo que duró varios siglos, los migrantes legaron su lengua, que fue cambiando a través de los siglos hasta que en cierto momento los habitantes de diferentes regiones ya no se entendían entre sí y ni siquiera tenían noción del parentesco entre sus idiomas. Los lingüistas dividieron las lenguas indoeuropeas —cuyas herederas corresponden hoy aproximadamente al habla de la mitad de la humanidad— según el tratamiento de las guturales, considerado como línea divisoria de los hechos dialectales del tiempo prehistórico. La distinción se estableció de acuerdo con la pronunciación del número cien (centum), que eskentum en el primer grupo y satem en el segundo.
Los latinos, que obviamente pertenecían al primer grupo, heredaron de los indoeuropeos el carácter sintético de su lengua, con un sistema de declinaciones nominales del cual perdieron, antes de la época clásica, el caso locativo.
Muchas palabras del indoeuropeo llegaron directamente al latín y otras fueron tomadas de diferentes lenguas parientes. Así udero (abdomen, vientre) dio lugar en latín a uterus (útero), pero también al griego hysterá (vientre). Análogamente, la raíz indoeuropea pod- (pie) dio lugar en latín a pes, pedis; en germánico a fot, que se transmitió al inglés antiguo hasta llegar al moderno foot; en francés a pied, en italiano a piede, en portugués a pé, y pie en español, etc.
La palabra latina para rodilla, genus, proviene de la raíz indoeuropea genu-, que también dio lugar en inglés a knee, pasando por el germánico knewam, (Knie en el alemán moderno). Esta raíz aparece también en el sánscrito janas y, a través del romance llega al francés genou, al italiano ginocchio y al portugués joelho.
La raíz weid- (ver) por su parte, está presente en el griego eidon, en el sánscrito veda, en el germánico wir y en el latín video. En las lenguas modernas, los descendientes de esta raíz prehistórica sobreviven en el español y portugués ver, en el francés voyer, en el italiano vedereo en el catalán veure. Todas estas palabras tienen sus correspondientes en sánscrito, idioma que sirvió de puente a los lingüistas entre el indoeuropeo y las lenguas clásicas.
A pesar de la proximidad lingüística que se creía que existía entre el griego y el latín, se sabe hoy que las semejanzas halladas no son diferentes de las que existen entre otras lenguas indoeuropeas y que la gran cantidad de vocablos comunes corresponden más bien a las estrechas relaciones mantenidas por ambos pueblos y el consiguiente trasiego de mercaderes, negociantes y esclavos. Así, los romanos tomaron de los griegos vocablos como balineum, machina, talentum, poena, ancora, purpura, gubernare, etc. Esta última palabra, en griegokybernetikós, fue retomada modernamente para dar lugar también a cibernética.
El español no es más que una variedad de latín, que ha evolucionado a lo largo de 1500 años desde la caída del imperio romano. A lo largo de ese tiempo, ha sufrido las más variadas influencias, de los pueblos germánicos, de los árabes y de las lenguas originarias americanas. El latín, junto con el osco y el umbro, pertenece a la rama itálica del indoeuropeo, una lengua prehistórica hipotética hablada hace unos cuatro mil años. Unos dos mil años antes de Cristo, oleadas migratorias procedentes de una zona cercana al Mar Caspio o al Mar Negro llevaron su lengua hacia el este y hacia el oeste, alcanzando por un lado la Bretaña y la Hispania y, por el otro, la India, por lo que se los llamó indoeuropeos.
En este largo periplo que duró varios siglos, los migrantes legaron su lengua, que fue cambiando a través de los siglos hasta que en cierto momento los habitantes de diferentes regiones ya no se entendían entre sí y ni siquiera tenían noción del parentesco entre sus idiomas. Los lingüistas dividieron las lenguas indoeuropeas —cuyas herederas corresponden hoy aproximadamente al habla de la mitad de la humanidad— según el tratamiento de las guturales, considerado como línea divisoria de los hechos dialectales del tiempo prehistórico. La distinción se estableció de acuerdo con la pronunciación del número cien (centum), que eskentum en el primer grupo y satem en el segundo.
Los latinos, que obviamente pertenecían al primer grupo, heredaron de los indoeuropeos el carácter sintético de su lengua, con un sistema de declinaciones nominales del cual perdieron, antes de la época clásica, el caso locativo.
Muchas palabras del indoeuropeo llegaron directamente al latín y otras fueron tomadas de diferentes lenguas parientes. Así udero (abdomen, vientre) dio lugar en latín a uterus (útero), pero también al griego hysterá (vientre). Análogamente, la raíz indoeuropea pod- (pie) dio lugar en latín a pes, pedis; en germánico a fot, que se transmitió al inglés antiguo hasta llegar al moderno foot; en francés a pied, en italiano a piede, en portugués a pé, y pie en español, etc.
La palabra latina para rodilla, genus, proviene de la raíz indoeuropea genu-, que también dio lugar en inglés a knee, pasando por el germánico knewam, (Knie en el alemán moderno). Esta raíz aparece también en el sánscrito janas y, a través del romance llega al francés genou, al italiano ginocchio y al portugués joelho.
La raíz weid- (ver) por su parte, está presente en el griego eidon, en el sánscrito veda, en el germánico wir y en el latín video. En las lenguas modernas, los descendientes de esta raíz prehistórica sobreviven en el español y portugués ver, en el francés voyer, en el italiano vedereo en el catalán veure. Todas estas palabras tienen sus correspondientes en sánscrito, idioma que sirvió de puente a los lingüistas entre el indoeuropeo y las lenguas clásicas.
A pesar de la proximidad lingüística que se creía que existía entre el griego y el latín, se sabe hoy que las semejanzas halladas no son diferentes de las que existen entre otras lenguas indoeuropeas y que la gran cantidad de vocablos comunes corresponden más bien a las estrechas relaciones mantenidas por ambos pueblos y el consiguiente trasiego de mercaderes, negociantes y esclavos. Así, los romanos tomaron de los griegos vocablos como balineum, machina, talentum, poena, ancora, purpura, gubernare, etc. Esta última palabra, en griegokybernetikós, fue retomada modernamente para dar lugar también a cibernética.