El niño volvía a su casa con la sonrisa tallada en el rostro. Tenía los bolsillos cargados de canicas, como la semana pasada y la anterior. Muchos de sus compañeros habían acabado renunciando a comprar más canicas, otros buscaban algo que contraatacara la Canica Mágica. Desde que la usara por primera vez no había perdido ni una sola vez, ni una. Cuando el niño llegó a su casa, su abuelo se le acercó, confidente, y le dijo: "Mi parte." El niño asintió, lo que era justo era justo. Le dio la mitad de las canicas a su abuelo. Después, él se aclaró la garganta. El niño, renuente, sacó la Canica Mágica de su bolsillo, y se la devolvió a su abuelo hasta que la necesitara de nuevo. El abuelo limpió la Canica Mágica, y se la colocó en su sitio. Podrían haber pasado varios años desde que el abuelo hubiera decidido no volver a apostar dinero, pero el Ojo de Cristal de la Suerte, que tantas partidas de póker le había ayudado a ganar, seguía teniendo ganas de jugar.
El niño volvía a su casa con la sonrisa tallada en el rostro. Tenía los bolsillos cargados de canicas, como la semana pasada y la anterior. Muchos de sus compañeros habían acabado renunciando a comprar más canicas, otros buscaban algo que contraatacara la Canica Mágica. Desde que la usara por primera vez no había perdido ni una sola vez, ni una. Cuando el niño llegó a su casa, su abuelo se le acercó, confidente, y le dijo: "Mi parte." El niño asintió, lo que era justo era justo. Le dio la mitad de las canicas a su abuelo. Después, él se aclaró la garganta. El niño, renuente, sacó la Canica Mágica de su bolsillo, y se la devolvió a su abuelo hasta que la necesitara de nuevo. El abuelo limpió la Canica Mágica, y se la colocó en su sitio. Podrían haber pasado varios años desde que el abuelo hubiera decidido no volver a apostar dinero, pero el Ojo de Cristal de la Suerte, que tantas partidas de póker le había ayudado a ganar, seguía teniendo ganas de jugar.