—Pirulíí. . . ! —grita la mujer hacia el rancho, sin dejar de meter meter entre los dientes del trapiche los trozos de caña dulce que va sacando de una pila. Al agacharse, el humo del cigarro se mezcla al vapor del rocío.
—¡Pirulíí..., Pirulíí... ! ¡Eyú puée... ! —vuelve a gritar Eleuteria por el costado de la boca, urgiendo a alguien que tarda en aparecer. Sus manos viborean junto a las muelas cilíndricas reponiéndoles su mascada de hinchados canutos que caen del otro lado en bagazo planchado, casi seco. El mosto gotea espeso y fragante de los cilindros de madera que gimen una vez a cada vuelta con un gemido cadencioso y soñoliento de eje de carreta, al girar el malacate del que tira un matunguito apelechado y rengo.
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Respuesta:
—Pirulíí. . . ! —grita la mujer hacia el rancho, sin dejar de meter meter entre los dientes del trapiche los trozos de caña dulce que va sacando de una pila. Al agacharse, el humo del cigarro se mezcla al vapor del rocío.
—¡Pirulíí..., Pirulíí... ! ¡Eyú puée... ! —vuelve a gritar Eleuteria por el costado de la boca, urgiendo a alguien que tarda en aparecer. Sus manos viborean junto a las muelas cilíndricas reponiéndoles su mascada de hinchados canutos que caen del otro lado en bagazo planchado, casi seco. El mosto gotea espeso y fragante de los cilindros de madera que gimen una vez a cada vuelta con un gemido cadencioso y soñoliento de eje de carreta, al girar el malacate del que tira un matunguito apelechado y rengo.
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