En otras palabras, está rogándole a Dios por cada uno de nosotros y de nosotras. Pide algo muy particular: la unión de todos sus discípulos entre sí y con Dios de una manera análoga nada menos que a la forma de relacionarse de las Tres Personas Divinas. Sería tentador tratar de justificar con este texto la implementación de alguna estructura eclesial universal que garantizara esa unión de un modo formal. Sin embargo, lo que plantea Jesús aquí no es una estructura eclesial sino una manera profunda de relacionarnos que permite el reconocimiento de nuestras particularidades y características propias. No se trata de una propuesta eclesiológica episcopal o congregacional, por ejemplo. Más bien, Dios nos invita a compartir nada menos que su propia vida trinitaria. Desde allí nos abre caminos para que nuestro testimonio sea veraz y el mundo pueda comprender y creer en el envío de Jesús (v. 21). El ecumenismo más profundo, entonces, no depende de nuestras estructuras eclesiológicas ni de los acuerdos formales entre las denominaciones, sino que emerge de nuestra común-unión en Dios, con Dios y por Dios.
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En otras palabras, está rogándole a Dios por cada uno de nosotros y de nosotras. Pide algo muy particular: la unión de todos sus discípulos entre sí y con Dios de una manera análoga nada menos que a la forma de relacionarse de las Tres Personas Divinas. Sería tentador tratar de justificar con este texto la implementación de alguna estructura eclesial universal que garantizara esa unión de un modo formal. Sin embargo, lo que plantea Jesús aquí no es una estructura eclesial sino una manera profunda de relacionarnos que permite el reconocimiento de nuestras particularidades y características propias. No se trata de una propuesta eclesiológica episcopal o congregacional, por ejemplo. Más bien, Dios nos invita a compartir nada menos que su propia vida trinitaria. Desde allí nos abre caminos para que nuestro testimonio sea veraz y el mundo pueda comprender y creer en el envío de Jesús (v. 21). El ecumenismo más profundo, entonces, no depende de nuestras estructuras eclesiológicas ni de los acuerdos formales entre las denominaciones, sino que emerge de nuestra común-unión en Dios, con Dios y por Dios.
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