La epopeya de Yurupary sobrevivió, transmitida de generación en generación, a cuatro siglos de historia de conquista y colonización. A finales del Siglo XIX, el indio Maximiliano José Roberto, descendiente de jefes indígenas Manaos y Tarianas, recogió las leyendas y escribió en lengua Ñengatú, lengua indígena hablada en la zona del Vaupés, una versión del mito. Este material llegó a manos del Conde Ermanno Stradelli (1852-1926) quien vivió la mayor parte del tiempo en el Brasil y tradujo al italiano el manuscrito para su publicación. El historiador antioqueño Pastor Restrepo Lince la tradujo del italiano al castellano. Su obra permanece inédita. Javier Arango Ferrer la menciona, por primera vez, como una obra que pertenece a nuestro patrimonio literario en su libro Raíz y desarrollo de la Literatura Colombiana.
La leyenda de Yurupary es muy extensa, y tiene numerosas variantes , según la tribu o el sitio donde está propagada; pero, en resumen puede decirse que es un mito religioso-agrícola que celebra la fertilidad y, al mismo tiempo, es un ceremonial iniciático para los jóvenes, un rito encaminado a preservar del incesto, un culto a los antepasados, un mito secreto masculino machista, y una exaltación de Yurupary, héroe fabuloso, cuya presencia se invoca para renovar las creencias en sus leyes y enseñanzas.
Sucintamente, Yurupary hace relación a un ser hermoso y extraordinario nacido de una virgen, que quedó embarazada por haber comido de un fruto prohibido, y que realiza hazañas asombrosas y tiene aspecto peculiar, porque su cuerpo irradia luz o fuego, y está dotado de agujeros que producen sonidos musicales, o truenos, según el caso. Es además un enviado del sol, y busca una mujer que no sea curiosa, ni chismosa, ni libidinosa, y tiene una misión religiosa que cumplir. Así, luego de recibir la piedra cilíndrica y emblemática de la luna, inicia su labor y dicta leyes, ordena ayuno obligatorio, enseña a cultivar el maíz y establece cantos, bailes y ceremonias rituales. Pero las mujeres quieren conocer los secretos del culto, que les están vedados y espían a los hombres, por lo que Yurupary las castiga, convirtiéndolas en piedras y devorando a sus hijos. Los ancianos entonces deciden darle muerte y después de emborracharlo, lo arrojan a una hoguera; pero del cuerpo del héroe brotan palmas que crecen rapidísimamente, y por ellas Yurupary trepa hasta el cielo. En su ausencia, las mujeres, que han vuelto a la vida, se roban los instrumentos sagrados, que son la voz de Yurupary, y esto da lugar a un cambio de status social, en el que las mujeres predominan, se hacen cargo del culto, y los hombres en cambio tienen que trabajar en las labores del hogar y sufren menstruación.
En este período, Yurupary se hace presente de nuevo, completa su misión evangelizadora, restableciendo el predominio masculino, y conoce por primera vez el amor humano; pero falla en la búsqueda de la mujer perfecta, que no puede encontrar sobre la tierra. Entonces se despide de sus discípulos y desaparece caminando siempre hacia el oriente.
La epopeya de Yurupary sobrevivió, transmitida de generación en generación, a cuatro siglos de historia de conquista y colonización. A finales del Siglo XIX, el indio Maximiliano José Roberto, descendiente de jefes indígenas Manaos y Tarianas, recogió las leyendas y escribió en lengua Ñengatú, lengua indígena hablada en la zona del Vaupés, una versión del mito. Este material llegó a manos del Conde Ermanno Stradelli (1852-1926) quien vivió la mayor parte del tiempo en el Brasil y tradujo al italiano el manuscrito para su publicación. El historiador antioqueño Pastor Restrepo Lince la tradujo del italiano al castellano. Su obra permanece inédita. Javier Arango Ferrer la menciona, por primera vez, como una obra que pertenece a nuestro patrimonio literario en su libro Raíz y desarrollo de la Literatura Colombiana.
La leyenda de Yurupary es muy extensa, y tiene numerosas variantes , según la tribu o el sitio donde está propagada; pero, en resumen puede decirse que es un mito religioso-agrícola que celebra la fertilidad y, al mismo tiempo, es un ceremonial iniciático para los jóvenes, un rito encaminado a preservar del incesto, un culto a los antepasados, un mito secreto masculino machista, y una exaltación de Yurupary, héroe fabuloso, cuya presencia se invoca para renovar las creencias en sus leyes y enseñanzas.
Sucintamente, Yurupary hace relación a un ser hermoso y extraordinario nacido de una virgen, que quedó embarazada por haber comido de un fruto prohibido, y que realiza hazañas asombrosas y tiene aspecto peculiar, porque su cuerpo irradia luz o fuego, y está dotado de agujeros que producen sonidos musicales, o truenos, según el caso. Es además un enviado del sol, y busca una mujer que no sea curiosa, ni chismosa, ni libidinosa, y tiene una misión religiosa que cumplir. Así, luego de recibir la piedra cilíndrica y emblemática de la luna, inicia su labor y dicta leyes, ordena ayuno obligatorio, enseña a cultivar el maíz y establece cantos, bailes y ceremonias rituales. Pero las mujeres quieren conocer los secretos del culto, que les están vedados y espían a los hombres, por lo que Yurupary las castiga, convirtiéndolas en piedras y devorando a sus hijos. Los ancianos entonces deciden darle muerte y después de emborracharlo, lo arrojan a una hoguera; pero del cuerpo del héroe brotan palmas que crecen rapidísimamente, y por ellas Yurupary trepa hasta el cielo. En su ausencia, las mujeres, que han vuelto a la vida, se roban los instrumentos sagrados, que son la voz de Yurupary, y esto da lugar a un cambio de status social, en el que las mujeres predominan, se hacen cargo del culto, y los hombres en cambio tienen que trabajar en las labores del hogar y sufren menstruación.
En este período, Yurupary se hace presente de nuevo, completa su misión evangelizadora, restableciendo el predominio masculino, y conoce por primera vez el amor humano; pero falla en la búsqueda de la mujer perfecta, que no puede encontrar sobre la tierra. Entonces se despide de sus discípulos y desaparece caminando siempre hacia el oriente.