¿Cuándo dejamos de interesarnos por los cuentos? Y, en caso afirmativo, ¿por qué? Puede que no haya mayor error que pensar que se es demasiado mayor, maduro, intelectual para abandonar ciertas lecturas más propias de la infancia. Si bien no soy el mayor admirador del polifacético Jorge Bucay (1949), ni siquiera de la literatura de autoayuda, he de reconocer que algunos de sus cuentos siguen causando el mismo efecto que aquel que lograron la primera vez que se cruzaron en mi camino. El que hoy vengo a presentar, recogido en Déjame que te cuente…, no viene sino a potenciar la resiliencia que tanta falta nos hace en estos tiempos.
Las ranitas en la nata
Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era mas difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”. Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso liquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo “¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”. Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.
pero si es la respuesta me da estrella y corazón pero no es respuesta me da corazón
Las ranitas en la nata, Jorge Bucay
¿Cuándo dejamos de interesarnos por los cuentos? Y, en caso afirmativo, ¿por qué? Puede que no haya mayor error que pensar que se es demasiado mayor, maduro, intelectual para abandonar ciertas lecturas más propias de la infancia. Si bien no soy el mayor admirador del polifacético Jorge Bucay (1949), ni siquiera de la literatura de autoayuda, he de reconocer que algunos de sus cuentos siguen causando el mismo efecto que aquel que lograron la primera vez que se cruzaron en mi camino. El que hoy vengo a presentar, recogido en Déjame que te cuente…, no viene sino a potenciar la resiliencia que tanta falta nos hace en estos tiempos.
Las ranitas en la nata
Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era mas difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril”. Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso liquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo “¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora”. Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.
pero si es la respuesta me da estrella y corazón pero no es respuesta me da corazón