Se cuenta que en una gran mansión vivió el Conde Diego de Rul, al contraer matrimonio con la noble Condesa de Valenciana, María Ignacia de Obregón de la Barrera.
Hija nada más y nada menos que de don Antonio de Obregón y Alcocer. La finca estaba llena de perfecto equilibrio en todos sus rincones, construida por el arquitecto y pintor Eduardo Tresguerras.
Sin embargo, una vez consumada la boda, aunque el conde Diego se encontraba enamorado de la bella dama, se reveló nuevamente en los laces amorosos provocando el sufrimiento y la desdicha de su cónyuge.
La dama, ante la vergüenza que la conducta de su esposo arrojaba sobre ella, optó por encerrarse en su casa y no salir por la puerta principal fin de evitar las miradas y murmullos de la gente.
Su alternativa era salir por la puerta posterior que daba a un pequeño y estrecho callejón al que las generaciones siguientes, con afecto a su nombre, denominó el Callejón de la Condesa.
Respuesta:
Se cuenta que en una gran mansión vivió el Conde Diego de Rul, al contraer matrimonio con la noble Condesa de Valenciana, María Ignacia de Obregón de la Barrera.
Hija nada más y nada menos que de don Antonio de Obregón y Alcocer. La finca estaba llena de perfecto equilibrio en todos sus rincones, construida por el arquitecto y pintor Eduardo Tresguerras.
Sin embargo, una vez consumada la boda, aunque el conde Diego se encontraba enamorado de la bella dama, se reveló nuevamente en los laces amorosos provocando el sufrimiento y la desdicha de su cónyuge.
La dama, ante la vergüenza que la conducta de su esposo arrojaba sobre ella, optó por encerrarse en su casa y no salir por la puerta principal fin de evitar las miradas y murmullos de la gente.
Su alternativa era salir por la puerta posterior que daba a un pequeño y estrecho callejón al que las generaciones siguientes, con afecto a su nombre, denominó el Callejón de la Condesa.