El pasado domingo al volver de Fátima con la familia paseamos por el Jardín Botánico de Lisboa. Es una gran exhibición de vegetación en dos grandes espacios separados, uno en la sombra, y el otro un grandioso invernadero. Cuando estábamos en el primero, bajo la acogedora sombra de tantas plantas distintas, el ambiente era agradable, después al entrar en la zona de invernadero notamos un calor intensísimo, necesario para aquella especie de vegetales. Y al volver a la zona de sombra la temperatura ya no nos pareció tan confortable sino francamente fresca y durante un largo rato.
Solo el contraste entre un ambiente y otro nos hacía reaccionar, sentir la diferencia. Esta perspectiva del contraste forma parte de la experiencia más elemental, pero a menudo se olvida cuando se comparan el presente y el pasado, es decir la Historia. Sumergidos en nuestro tiempo no sabemos precisar el contraste con otras épocas porque físicamente nos es imposible trasladarnos a ellas, e intelectualmente es una tarea pesada el hacerlo porque requiere buenos conocimientos y un gran esfuerzo de síntesis.
Pero para hacerse una idea realista de lo que el cristianismo, y con él la Iglesia, ha aportado a la sociedad, es necesario saber despegarnos del momento histórico presente y de toda nuestra pequeña historia personal vivida. Coger perspectiva. Pasar de una zona a la otra del Jardín Botánico.
Si no lo hacemos así perderemos de vista la realidad. La realidad de que toda nuestra época está construida a partir de la Gran Transformación que la venida de Jesucristo y, por voluntad de Él, la Iglesia, ha producido en la sociedad. Toda la construcción legal, institucional, cultura, tradicional, económica, moral; todos los planes de la vida humana están determinados en una medida variable por muy y muy decisiva, por Él, por la Encarnación y su devenir histórico. Por aquella historia de un judío que tuvo por madre a una joven, María, casada con un hombre del pueblo, José. Casi todo lo que hemos hecho y conseguido colectivamente en Occidente, en Europa, en Cataluña arranca de ahí. De hecho es ya todo el mundo el que registra sus efectos. Y como los que vivimos aún, como estamos inmergidos en este medio, somos incapaces de comprender lo que ha significado, el cristianismo, todo lo que ha aportado y transformado.
A pesar de que nuestros tiempos sean tiempos neopaganos aún vivimos inmersos en un sistema de valores, estamos dotados de unas instituciones y normas feudatarias de la cultura cristiana, con una diferencia con el pasado que cabe subrayar. Toda esta construcción, y esto es muy evidente en buena parte de Europa y, de una manera singular en Cataluña, vive un tiempo singular marcado por la erosión o destrucción de esta cultura cristiana y las instituciones sociales que ha generado. No de todos, ni mucho menos.
Así, para citar un ejemplo, la benevolencia es un valor en alza, pero en el mejor de los casos hay una transformación general de la esencia de los valores cristianos. Sucede con la caridad, es decir el amor capaz de la donación gratuita, el amor que entrega aquello que le falta, transformado con la más descomprometida solidaridad que entrega cuando le va bien aquello que le sobra. Otros valores, instituciones, corren peor suerte porque están siendo no ya modificados, sino liquidados. El matrimonio y con él la fidelidad es uno de los casos más espectaculares de liquidación, hasta el extremo que en el proyecto del Código de Familia que preparará la Generalitat de Catalunya, la fidelidad entre los cónyuges, que forma parte de todos los códigos civiles, se suprime. Si este proyecto se transforma en Ley, en Cataluña un matrimonio no tendrá la obligación de guardarse fidelidad, será suficiente con ser leal. La diferencia es radical. Lo es en relación con todos los otros códigos civiles de occidente, el francés para empezar, que continúan teniendo en la fidelidad la clave de la institución matrimonial. Y lo es también por el cambio de significado. Ser fiel significa que no se pueden mantener relaciones maritales con otra persona que no sea el cónyuge. Ser leal significa simplemente informarlo. Ya no se declararía incompatible con el vínculo la relación extramatrimonial sistemática. E aquí una manera de introducir bajo un extraño sentido del progreso una especie de poligamia o poliandria por la vía de reconocer por medio de la lealtad la validez de la relación extramatrimonial simultánea con el mismo matrimonio. Extraño pero es así. De esta manera el vínculo queda socialmente desnaturalizado, como también ocurre con el divorcio express, y el matrimonio entre personas del mismo género. Lo más curioso de todo esto es que este criterio de aceptación de la infidelidad que ahora se querría introducir en el matrimonio, continúa siendo vetado en otros campos.
El pasado domingo al volver de Fátima con la familia paseamos por el Jardín Botánico de Lisboa. Es una gran exhibición de vegetación en dos grandes espacios separados, uno en la sombra, y el otro un grandioso invernadero. Cuando estábamos en el primero, bajo la acogedora sombra de tantas plantas distintas, el ambiente era agradable, después al entrar en la zona de invernadero notamos un calor intensísimo, necesario para aquella especie de vegetales. Y al volver a la zona de sombra la temperatura ya no nos pareció tan confortable sino francamente fresca y durante un largo rato.
Solo el contraste entre un ambiente y otro nos hacía reaccionar, sentir la diferencia. Esta perspectiva del contraste forma parte de la experiencia más elemental, pero a menudo se olvida cuando se comparan el presente y el pasado, es decir la Historia. Sumergidos en nuestro tiempo no sabemos precisar el contraste con otras épocas porque físicamente nos es imposible trasladarnos a ellas, e intelectualmente es una tarea pesada el hacerlo porque requiere buenos conocimientos y un gran esfuerzo de síntesis.
Pero para hacerse una idea realista de lo que el cristianismo, y con él la Iglesia, ha aportado a la sociedad, es necesario saber despegarnos del momento histórico presente y de toda nuestra pequeña historia personal vivida. Coger perspectiva. Pasar de una zona a la otra del Jardín Botánico.
Si no lo hacemos así perderemos de vista la realidad. La realidad de que toda nuestra época está construida a partir de la Gran Transformación que la venida de Jesucristo y, por voluntad de Él, la Iglesia, ha producido en la sociedad. Toda la construcción legal, institucional, cultura, tradicional, económica, moral; todos los planes de la vida humana están determinados en una medida variable por muy y muy decisiva, por Él, por la Encarnación y su devenir histórico. Por aquella historia de un judío que tuvo por madre a una joven, María, casada con un hombre del pueblo, José. Casi todo lo que hemos hecho y conseguido colectivamente en Occidente, en Europa, en Cataluña arranca de ahí. De hecho es ya todo el mundo el que registra sus efectos. Y como los que vivimos aún, como estamos inmergidos en este medio, somos incapaces de comprender lo que ha significado, el cristianismo, todo lo que ha aportado y transformado.
A pesar de que nuestros tiempos sean tiempos neopaganos aún vivimos inmersos en un sistema de valores, estamos dotados de unas instituciones y normas feudatarias de la cultura cristiana, con una diferencia con el pasado que cabe subrayar. Toda esta construcción, y esto es muy evidente en buena parte de Europa y, de una manera singular en Cataluña, vive un tiempo singular marcado por la erosión o destrucción de esta cultura cristiana y las instituciones sociales que ha generado. No de todos, ni mucho menos.
Así, para citar un ejemplo, la benevolencia es un valor en alza, pero en el mejor de los casos hay una transformación general de la esencia de los valores cristianos. Sucede con la caridad, es decir el amor capaz de la donación gratuita, el amor que entrega aquello que le falta, transformado con la más descomprometida solidaridad que entrega cuando le va bien aquello que le sobra. Otros valores, instituciones, corren peor suerte porque están siendo no ya modificados, sino liquidados. El matrimonio y con él la fidelidad es uno de los casos más espectaculares de liquidación, hasta el extremo que en el proyecto del Código de Familia que preparará la Generalitat de Catalunya, la fidelidad entre los cónyuges, que forma parte de todos los códigos civiles, se suprime. Si este proyecto se transforma en Ley, en Cataluña un matrimonio no tendrá la obligación de guardarse fidelidad, será suficiente con ser leal. La diferencia es radical. Lo es en relación con todos los otros códigos civiles de occidente, el francés para empezar, que continúan teniendo en la fidelidad la clave de la institución matrimonial. Y lo es también por el cambio de significado. Ser fiel significa que no se pueden mantener relaciones maritales con otra persona que no sea el cónyuge. Ser leal significa simplemente informarlo. Ya no se declararía incompatible con el vínculo la relación extramatrimonial sistemática. E aquí una manera de introducir bajo un extraño sentido del progreso una especie de poligamia o poliandria por la vía de reconocer por medio de la lealtad la validez de la relación extramatrimonial simultánea con el mismo matrimonio. Extraño pero es así. De esta manera el vínculo queda socialmente desnaturalizado, como también ocurre con el divorcio express, y el matrimonio entre personas del mismo género. Lo más curioso de todo esto es que este criterio de aceptación de la infidelidad que ahora se querría introducir en el matrimonio, continúa siendo vetado en otros campos.
espero te ayude