el 14 de julio de 1789, hace 226 años, el pueblo de París, harto y enfadado de los abusos de la monarquía francesa, se lanzó a la calle, tomó por asalto el fuerte-prisión de la Bastilla, derrocó a los reyes y proclamó la República Francesa. Se destruyó los latifundios y se hizo la reforma agraria. Detrás de ese acto violento había una profunda convicción: el pueblo pone, el pueblo quita. Hoy lo celebran los franceses por todo lo alto. Hoy tienen un presidente de izquierda electo por el pueblo. Hoy en Francia los grandes ricos pagan altos impuestos. Hoy el Estado francés recauda más del 48 por ciento del producto nacional, de modo progresivo. Cuando en México el doctor Videgaray, designado por Enrique Peña Nieto, no logra recaudar ni el 12 por ciento de la economía del mercado mexicano (ni la cuarta parte que en Francia). Allí hay un Estado fuerte que se sustenta en los valores republicanos: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Aquí reina la impunidad y el desgobierno; el más fuerte impone su mando y tenemos 62 millones de pobres excluidos: tenemos una república con 48 por ciento de ciudadanía: una media-república. Aquí, en vez de libertad, impera la imposición y la compra de la voluntad ciudadana; en vez de igualdad siguen rigiendo las castas heredadas de la opresión colonial; en lugar de la fraternidad se nos ha colado la competitividad importada. Tuvimos nuestra propia revolución, pero nuestros dirigentes la vendieron por un plato de ilusiones falsas de globalidad, donde somos el vagón de cola, a donde ellos nos quieran llevar. La desigualdad, ahora con las viejas raíces profundizadas, es la peor enemiga de la democracia. Con la mitad de la Nación hecha a un lado de la vida económica y social, no hay democracia posible. Incluso en el nivel estrictamente electoral, los votos emitidos: cuando no son censitarios, son votos comprados. Estamos de nuevo en la situación que denunciaba Mariano Otero en 1842, cuando reclamaba para todos los mexicanos <>. La censura contra la libertad de expresión se quiere disfrazar de conflicto laboral y por un úcase zarista sale del aire la comunicadora más acreditada y seguida del ámbito nacional. Ni libertad ni igualdad, mucho menos fraternidad. Es más: desde el poder público y de los medios de comunicación se hace mofa de la fraternidad como si no fuera un auténtico valor republicano. Pocos en nuestro entorno recapacitan que la fraternidad no sólo es un valor ético de cobertura universal, o de la moral cristiana. Es también un valor republicano, proclamado desde la Revolución Francesa en 1789. Se sustenta, naturalmente, en la igualdad esencial de todo ser humano de cualquier edad, sexo, tamaño, color, origen étnico o racial, preferencia sexual, limitación o capacidad, creencia religiosa o preferencia política o deportiva. Hoy ha quedado expresamente plasmado en la nueva versión del artículo Primero de la Constitución: casi el único punto de cambio para mejor de la maltrecha Carta Magna con tanto daño estructural ocasionado en los últimos decenios. Aunque, por otro lado, el acoso feroz a las comunidades de nuestros hermanos mexicanos originarios y a los bienes naturales de los espacios donde sobreviven arrinconados por siglos, es cada día más recio y violento. Desde el poder público, en complicidad con los poderosos. No es casual. Son precisamente esos territorios de propiedad comunal los de mayores reservas naturales: agua, bosques, minerales, biodiversidad en especies vegetales y animales. Es obligada nuestra solidaridad fraterna para conservarlas como patrimonio de toda la humanidad. Sus modos de vida de adaptación a la Madre Natura, como parte de ella y no como dominadores- explotadores son la mejor garantía. Ya es sabido y documentado que quienes detentan el poder político legal y las instituciones del país, tienen todavía dos grandes compromisos, o dictados, que cumplir con el gran poder global: la privatización del agua y la apropiación particular de las tierras de propiedad social, que en México alcanzan a la mitad del territorio: precisamente casi coincidente con el mapa de las reservas naturales; y también con los espacios donde habitan nuestros hermanos de los pueblos originarios, orillados históricamente. Toda marginación en sentido genérico comienza por la marginación geográfica. La República tiene una ética que cumplir: el valor de la fraternidad. Si alguna prioridad o privilegio debe haber en el ejercicio público es comenzar precisamente por los marginados. Por el bien de todos. P.D. “Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrán sustituir la verdadera inclusión… para los descartados por el mercado mundial”, Papa Francisco en Bolivia.
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el 14 de julio de 1789, hace 226 años, el pueblo de París, harto y enfadado de los abusos de la monarquía francesa, se lanzó a la calle, tomó por asalto el fuerte-prisión de la Bastilla, derrocó a los reyes y proclamó la República Francesa. Se destruyó los latifundios y se hizo la reforma agraria. Detrás de ese acto violento había una profunda convicción: el pueblo pone, el pueblo quita. Hoy lo celebran los franceses por todo lo alto. Hoy tienen un presidente de izquierda electo por el pueblo. Hoy en Francia los grandes ricos pagan altos impuestos. Hoy el Estado francés recauda más del 48 por ciento del producto nacional, de modo progresivo. Cuando en México el doctor Videgaray, designado por Enrique Peña Nieto, no logra recaudar ni el 12 por ciento de la economía del mercado mexicano (ni la cuarta parte que en Francia). Allí hay un Estado fuerte que se sustenta en los valores republicanos: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Aquí reina la impunidad y el desgobierno; el más fuerte impone su mando y tenemos 62 millones de pobres excluidos: tenemos una república con 48 por ciento de ciudadanía: una media-república. Aquí, en vez de libertad, impera la imposición y la compra de la voluntad ciudadana; en vez de igualdad siguen rigiendo las castas heredadas de la opresión colonial; en lugar de la fraternidad se nos ha colado la competitividad importada. Tuvimos nuestra propia revolución, pero nuestros dirigentes la vendieron por un plato de ilusiones falsas de globalidad, donde somos el vagón de cola, a donde ellos nos quieran llevar. La desigualdad, ahora con las viejas raíces profundizadas, es la peor enemiga de la democracia. Con la mitad de la Nación hecha a un lado de la vida económica y social, no hay democracia posible. Incluso en el nivel estrictamente electoral, los votos emitidos: cuando no son censitarios, son votos comprados. Estamos de nuevo en la situación que denunciaba Mariano Otero en 1842, cuando reclamaba para todos los mexicanos <>. La censura contra la libertad de expresión se quiere disfrazar de conflicto laboral y por un úcase zarista sale del aire la comunicadora más acreditada y seguida del ámbito nacional. Ni libertad ni igualdad, mucho menos fraternidad. Es más: desde el poder público y de los medios de comunicación se hace mofa de la fraternidad como si no fuera un auténtico valor republicano. Pocos en nuestro entorno recapacitan que la fraternidad no sólo es un valor ético de cobertura universal, o de la moral cristiana. Es también un valor republicano, proclamado desde la Revolución Francesa en 1789. Se sustenta, naturalmente, en la igualdad esencial de todo ser humano de cualquier edad, sexo, tamaño, color, origen étnico o racial, preferencia sexual, limitación o capacidad, creencia religiosa o preferencia política o deportiva. Hoy ha quedado expresamente plasmado en la nueva versión del artículo Primero de la Constitución: casi el único punto de cambio para mejor de la maltrecha Carta Magna con tanto daño estructural ocasionado en los últimos decenios. Aunque, por otro lado, el acoso feroz a las comunidades de nuestros hermanos mexicanos originarios y a los bienes naturales de los espacios donde sobreviven arrinconados por siglos, es cada día más recio y violento. Desde el poder público, en complicidad con los poderosos. No es casual. Son precisamente esos territorios de propiedad comunal los de mayores reservas naturales: agua, bosques, minerales, biodiversidad en especies vegetales y animales. Es obligada nuestra solidaridad fraterna para conservarlas como patrimonio de toda la humanidad. Sus modos de vida de adaptación a la Madre Natura, como parte de ella y no como dominadores- explotadores son la mejor garantía. Ya es sabido y documentado que quienes detentan el poder político legal y las instituciones del país, tienen todavía dos grandes compromisos, o dictados, que cumplir con el gran poder global: la privatización del agua y la apropiación particular de las tierras de propiedad social, que en México alcanzan a la mitad del territorio: precisamente casi coincidente con el mapa de las reservas naturales; y también con los espacios donde habitan nuestros hermanos de los pueblos originarios, orillados históricamente. Toda marginación en sentido genérico comienza por la marginación geográfica. La República tiene una ética que cumplir: el valor de la fraternidad. Si alguna prioridad o privilegio debe haber en el ejercicio público es comenzar precisamente por los marginados. Por el bien de todos. P.D. “Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrán sustituir la verdadera inclusión… para los descartados por el mercado mundial”, Papa Francisco en Bolivia.
Espero que te guste