Respuesta:Es triste, pero sobre esta conquista, que supera en muchas cosas buenas al resto de las conquistas (la de Norteamérica, la de la India, Sudáfrica, etc.,) la mayoría de los hispanoamericanos muestra ignorancia, vergüenza, desprecio e incluso odio. Y para más injusticia, en vez de Hispanoamérica terminó triunfando lo de “América Latina”, que no tiene fundamento real.
Han prevalecido, para muchos, las ideas falsas y calumniosas de la leyenda negra que propalaron, primero los luteranos y anglicanos, después, en tiempos de independencia, la masonería y mas tarde el marxismo.
La leyenda negra presenta la conquista española exagerando los hechos reales negativos de los que buscaban el oro y otras riquezas, a sangre y fuego si era necesario. Esa leyenda habla de indios esclavizados, torturados, despreciados y exterminados en verdadero e inmenso genocidio.
Junto a la Corona estuvo siempre la Iglesia y los juristas católicos fueron delimitando derechos y deberes de la conquista. Ya desde la reina Isabel, y así lo dejó escrito en su testamento, estuvo muy claro que los indios eran personas con iguales derechos que sus otros súbditos. La conquista española fue la única que no solo dio una religión, unas costumbres morales fuente de pacificación social, unos tribunales que reafirmaron los derechos de los indios como los verdaderos propietarios de América y un idioma que en aquel momento tuvo la fuerza de ser el idioma prevaleciente en Europa dado el poder y la extensión del imperio español de Carlos I y Felipe II. Pero una de las falsedades calumniosas es precisamente que la religión católica moviese para que se implantara el idioma castellano a la fuerza: “lenguas cortadas“.
La verdad es que España ni siquiera impuso a los indígenas la lengua castellana, sino que los misioneros con mil esfuerzos y dificultades aprendieron las lenguas y dialectos de los indígenas. Cuando el Consejo de Indias solicitó del emperador la unificación de la lengua a favor del castellano, Felipe II respondió:- No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural: sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quieran aprender voluntariamente nuestra idioma. Arnold Toynbee, famoso historiador no católico, anota y admira el fin sincero y desinteresado de los misioneros que para convertir a los indígenas al Evangelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión -dice Toynbee- que dieron gramática, sintaxis y diccionarios a idiomas que en muchísimos casos no habían tenido forma escrita. Así, en el virreinato más importante, el de Perú, en 1596, en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en ese virreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita, al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana en Norteamérica, dura difusora solamente del inglés.
La Revolución francesa estructuró un plan sistemático de extirpación de los dialectos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, así, al Ancien Régime, que era el reino de las autonomías también culturales y no imponía una «cultura de Estado» que despojara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.
Fueron los representantes de las nuevas repúblicas americanas, cuyos gobernantes casi todos eran masones, los que en Hispanoamérica, inspirándose en los revolucionarios franceses, se dedicaron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Por tanto la acusación contra la conquista española de América de perpetrar un genocidio cultural –de lenguas cortadas-– es falsa. Ella vino precisamente con los masones “ilustrados”, desde siempre enemigos del catolicismo.
Es triste, pero sobre esta conquista, que supera en muchas cosas buenas al resto de las conquistas (la de Norteamérica, la de la India, Sudáfrica, etc.,) la mayoría de los hispanoamericanos muestra ignorancia, vergüenza, desprecio e incluso odio. Y para más injusticia, en vez de Hispanoamérica terminó triunfando lo de “América Latina”, que no tiene fundamento real.
Han prevalecido, para muchos, las ideas falsas y calumniosas de la leyenda negra que propalaron, primero los luteranos y anglicanos, después, en tiempos de independencia, la masonería y mas tarde el marxismo.
La leyenda negra presenta la conquista española exagerando los hechos reales negativos de los que buscaban el oro y otras riquezas, a sangre y fuego si era necesario. Esa leyenda habla de indios esclavizados, torturados, despreciados y exterminados en verdadero e inmenso genocidio.
Junto a la Corona estuvo siempre la Iglesia y los juristas católicos fueron delimitando derechos y deberes de la conquista. Ya desde la reina Isabel, y así lo dejó escrito en su testamento, estuvo muy claro que los indios eran personas con iguales derechos que sus otros súbditos. La conquista española fue la única que no solo dio una religión, unas costumbres morales fuente de pacificación social, unos tribunales que reafirmaron los derechos de los indios como los verdaderos propietarios de América y un idioma que en aquel momento tuvo la fuerza de ser el idioma prevaleciente en Europa dado el poder y la extensión del imperio español de Carlos I y Felipe II. Pero una de las falsedades calumniosas es precisamente que la religión católica moviese para que se implantara el idioma castellano a la fuerza: “lenguas cortadas“.
La verdad es que España ni siquiera impuso a los indígenas la lengua castellana, sino que los misioneros con mil esfuerzos y dificultades aprendieron las lenguas y dialectos de los indígenas. Cuando el Consejo de Indias solicitó del emperador la unificación de la lengua a favor del castellano, Felipe II respondió:- No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural: sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quieran aprender voluntariamente nuestra idioma. Arnold Toynbee, famoso historiador no católico, anota y admira el fin sincero y desinteresado de los misioneros que para convertir a los indígenas al Evangelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión -dice Toynbee- que dieron gramática, sintaxis y diccionarios a idiomas que en muchísimos casos no habían tenido forma escrita. Así, en el virreinato más importante, el de Perú, en 1596, en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en ese virreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita, al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana en Norteamérica, dura difusora solamente del inglés.
La Revolución francesa estructuró un plan sistemático de extirpación de los dialectos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, así, al Ancien Régime, que era el reino de las autonomías también culturales y no imponía una «cultura de Estado» que despojara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.
Fueron los representantes de las nuevas repúblicas americanas, cuyos gobernantes casi todos eran masones, los que en Hispanoamérica, inspirándose en los revolucionarios franceses, se dedicaron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Por tanto la acusación contra la conquista española de América de perpetrar un genocidio cultural –de lenguas cortadas-– es falsa. Ella vino precisamente con los masones “ilustrados”, desde siempre enemigos del catolicismo.
Respuesta:Es triste, pero sobre esta conquista, que supera en muchas cosas buenas al resto de las conquistas (la de Norteamérica, la de la India, Sudáfrica, etc.,) la mayoría de los hispanoamericanos muestra ignorancia, vergüenza, desprecio e incluso odio. Y para más injusticia, en vez de Hispanoamérica terminó triunfando lo de “América Latina”, que no tiene fundamento real.
Han prevalecido, para muchos, las ideas falsas y calumniosas de la leyenda negra que propalaron, primero los luteranos y anglicanos, después, en tiempos de independencia, la masonería y mas tarde el marxismo.
La leyenda negra presenta la conquista española exagerando los hechos reales negativos de los que buscaban el oro y otras riquezas, a sangre y fuego si era necesario. Esa leyenda habla de indios esclavizados, torturados, despreciados y exterminados en verdadero e inmenso genocidio.
Junto a la Corona estuvo siempre la Iglesia y los juristas católicos fueron delimitando derechos y deberes de la conquista. Ya desde la reina Isabel, y así lo dejó escrito en su testamento, estuvo muy claro que los indios eran personas con iguales derechos que sus otros súbditos. La conquista española fue la única que no solo dio una religión, unas costumbres morales fuente de pacificación social, unos tribunales que reafirmaron los derechos de los indios como los verdaderos propietarios de América y un idioma que en aquel momento tuvo la fuerza de ser el idioma prevaleciente en Europa dado el poder y la extensión del imperio español de Carlos I y Felipe II. Pero una de las falsedades calumniosas es precisamente que la religión católica moviese para que se implantara el idioma castellano a la fuerza: “lenguas cortadas“.
La verdad es que España ni siquiera impuso a los indígenas la lengua castellana, sino que los misioneros con mil esfuerzos y dificultades aprendieron las lenguas y dialectos de los indígenas. Cuando el Consejo de Indias solicitó del emperador la unificación de la lengua a favor del castellano, Felipe II respondió:- No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural: sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quieran aprender voluntariamente nuestra idioma. Arnold Toynbee, famoso historiador no católico, anota y admira el fin sincero y desinteresado de los misioneros que para convertir a los indígenas al Evangelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión -dice Toynbee- que dieron gramática, sintaxis y diccionarios a idiomas que en muchísimos casos no habían tenido forma escrita. Así, en el virreinato más importante, el de Perú, en 1596, en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en ese virreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita, al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana en Norteamérica, dura difusora solamente del inglés.
La Revolución francesa estructuró un plan sistemático de extirpación de los dialectos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, así, al Ancien Régime, que era el reino de las autonomías también culturales y no imponía una «cultura de Estado» que despojara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.
Fueron los representantes de las nuevas repúblicas americanas, cuyos gobernantes casi todos eran masones, los que en Hispanoamérica, inspirándose en los revolucionarios franceses, se dedicaron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Por tanto la acusación contra la conquista española de América de perpetrar un genocidio cultural –de lenguas cortadas-– es falsa. Ella vino precisamente con los masones “ilustrados”, desde siempre enemigos del catolicismo.
Explicación:
Respuesta:
Es triste, pero sobre esta conquista, que supera en muchas cosas buenas al resto de las conquistas (la de Norteamérica, la de la India, Sudáfrica, etc.,) la mayoría de los hispanoamericanos muestra ignorancia, vergüenza, desprecio e incluso odio. Y para más injusticia, en vez de Hispanoamérica terminó triunfando lo de “América Latina”, que no tiene fundamento real.
Han prevalecido, para muchos, las ideas falsas y calumniosas de la leyenda negra que propalaron, primero los luteranos y anglicanos, después, en tiempos de independencia, la masonería y mas tarde el marxismo.
La leyenda negra presenta la conquista española exagerando los hechos reales negativos de los que buscaban el oro y otras riquezas, a sangre y fuego si era necesario. Esa leyenda habla de indios esclavizados, torturados, despreciados y exterminados en verdadero e inmenso genocidio.
Junto a la Corona estuvo siempre la Iglesia y los juristas católicos fueron delimitando derechos y deberes de la conquista. Ya desde la reina Isabel, y así lo dejó escrito en su testamento, estuvo muy claro que los indios eran personas con iguales derechos que sus otros súbditos. La conquista española fue la única que no solo dio una religión, unas costumbres morales fuente de pacificación social, unos tribunales que reafirmaron los derechos de los indios como los verdaderos propietarios de América y un idioma que en aquel momento tuvo la fuerza de ser el idioma prevaleciente en Europa dado el poder y la extensión del imperio español de Carlos I y Felipe II. Pero una de las falsedades calumniosas es precisamente que la religión católica moviese para que se implantara el idioma castellano a la fuerza: “lenguas cortadas“.
La verdad es que España ni siquiera impuso a los indígenas la lengua castellana, sino que los misioneros con mil esfuerzos y dificultades aprendieron las lenguas y dialectos de los indígenas. Cuando el Consejo de Indias solicitó del emperador la unificación de la lengua a favor del castellano, Felipe II respondió:- No parece conveniente forzarlos a abandonar su lengua natural: sólo habrá que disponer de unos maestros para los que quieran aprender voluntariamente nuestra idioma. Arnold Toynbee, famoso historiador no católico, anota y admira el fin sincero y desinteresado de los misioneros que para convertir a los indígenas al Evangelio (objetivo por el cual miles de ellos dieron la vida, muchas veces en el martirio), en lugar de pretender y esperar que los nativos aprendieran el castellano, empezaron a estudiar las lenguas indígenas. Y lo hicieron con tanto vigor y decisión -dice Toynbee- que dieron gramática, sintaxis y diccionarios a idiomas que en muchísimos casos no habían tenido forma escrita. Así, en el virreinato más importante, el de Perú, en 1596, en la Universidad de Lima se creó una cátedra de quechua, la «lengua franca» de los Andes, hablada por los incas. Más o menos a partir de esta época, nadie podía ser ordenado sacerdote católico en ese virreinato si no demostraba que conocía bien el quechua, al que los religiosos habían dado forma escrita, al contrario de lo que pasó, por ejemplo, con la misión anglicana en Norteamérica, dura difusora solamente del inglés.
La Revolución francesa estructuró un plan sistemático de extirpación de los dialectos y lenguas locales, considerados incompatibles con la unidad estatal y la uniformidad administrativa. Se oponía, así, al Ancien Régime, que era el reino de las autonomías también culturales y no imponía una «cultura de Estado» que despojara a la gente de sus raíces para obligarla a la perspectiva de los políticos e intelectuales de la capital.
Fueron los representantes de las nuevas repúblicas americanas, cuyos gobernantes casi todos eran masones, los que en Hispanoamérica, inspirándose en los revolucionarios franceses, se dedicaron a la lucha sistemática contra las lenguas de los indios. Por tanto la acusación contra la conquista española de América de perpetrar un genocidio cultural –de lenguas cortadas-– es falsa. Ella vino precisamente con los masones “ilustrados”, desde siempre enemigos del catolicismo.