Todo tiempo, pasado o presente, tiene unos protagonistas; pueblos y culturas que forjaron sus identidades y que dotaron de sentido a su mundo. Y precisamente son los germanosquienes, como grupo etnolingüístico, son los forjadores de esta realidad que hoy conocemos como Odinismo o religión Ásatrú. La religión como producto social es uno de los principales campos que estudia la antropología, incluso desde una perspectiva histórica. Si rastreamos los orígenes de cualquier religión, con frecuencia podemos comprobar cómo estos se remontan a un pasado en mayor o menor medida remoto. Es en este pasado, muchas veces legendario, dónde se encuentran las raíces de lo que hoy se ha convertido en una religión viva, creciente y actual. Por esta razón, la primera parada de nuestro viaje a través de esta creencia neopagana se centra en estos pueblos que los historiadores del pasado denominaron germanos. La Encyclopedia Britannica nos define germanos cómo:
“Cualquiera de los [pueblos] indoeuropeos hablantes de lenguas germánicas. Los orígenes de los pueblos germánicos son oscuros. Se cree que habitaron el sur de Suecia, la península danesa, y el norte de Alemania entre el río Ems en el oeste, el río Óder en el este, y las montañas de Harz en el sur, durante la Edad de Bronce tardía.”
Estos pueblos compartían rasgos culturales y lingüísticos que los unían como una única cultura y a la vez los diferenciaban del resto de pueblos europeos. Podríamos hablar de formas de organización social, de administración económica, de un tipo de artesanía y arte idiosincrásico y, por supuesto, de toda una serie de creencias que podríamos denominar religiosas. Todos estos elementos están relacionados entre sí, pues la unión que se establece entre cómo vive un determinado pueblo y las creencias que profesa es directa. Si podemos conceder credibilidad a César, sus escritos ofrecen valiosa información de carácter antropológico que sirve para reconstruir las costumbres de los pueblos germánicos. Así pues, César señala las diferencias presentes entre germanos y galos, haciendo énfasis en la ausencia de druidas y de sacrificios entre los germanos. Así como atribuye a estos pueblos una forma de vida silvestre, dedicados a ejercicios militares, cacerías y saqueos. Sin embargo, muchas de las palabras vertidas por César, al tratarse de mera propaganda, podrían tener la misma fiabilidad histórica que aquellas películas de Hollywood que nos presentaban a los vikingos como guerreros barbados, con cascos de cuernos y grandes ansias de sangre y oro.
Actualmente podemos establecer una continua evolución en la forma de vida de los pueblos germánicos, un hecho que nos permite estudiar con detalle la forma en la que su religión fue cambiando y adaptándose a las formas de vida. Sobre la Edad del Broncenórdica, en torno al 1700 a. C., la existencia de un clima mucho más templado que el actual garantizaba el desarrollo de los cultivos y de las relaciones comerciales. Se trataba de una forma de vida ligada a la tierra y centrada en la fertilidad de los campos favorecida por las suaves temperaturas. Esto se reflejaba en una religión centrada en la fertilidad, con diosas femeninas y matriarcales. La existencia de arte rupestre al aire libre nos muestra el desarrollo entre estos pueblos de una religión con un marcado carácter agrícola.
Todo tiempo, pasado o presente, tiene unos protagonistas; pueblos y culturas que forjaron sus identidades y que dotaron de sentido a su mundo. Y precisamente son los germanosquienes, como grupo etnolingüístico, son los forjadores de esta realidad que hoy conocemos como Odinismo o religión Ásatrú. La religión como producto social es uno de los principales campos que estudia la antropología, incluso desde una perspectiva histórica. Si rastreamos los orígenes de cualquier religión, con frecuencia podemos comprobar cómo estos se remontan a un pasado en mayor o menor medida remoto. Es en este pasado, muchas veces legendario, dónde se encuentran las raíces de lo que hoy se ha convertido en una religión viva, creciente y actual. Por esta razón, la primera parada de nuestro viaje a través de esta creencia neopagana se centra en estos pueblos que los historiadores del pasado denominaron germanos. La Encyclopedia Britannica nos define germanos cómo:
“Cualquiera de los [pueblos] indoeuropeos hablantes de lenguas germánicas. Los orígenes de los pueblos germánicos son oscuros. Se cree que habitaron el sur de Suecia, la península danesa, y el norte de Alemania entre el río Ems en el oeste, el río Óder en el este, y las montañas de Harz en el sur, durante la Edad de Bronce tardía.”
Estos pueblos compartían rasgos culturales y lingüísticos que los unían como una única cultura y a la vez los diferenciaban del resto de pueblos europeos. Podríamos hablar de formas de organización social, de administración económica, de un tipo de artesanía y arte idiosincrásico y, por supuesto, de toda una serie de creencias que podríamos denominar religiosas. Todos estos elementos están relacionados entre sí, pues la unión que se establece entre cómo vive un determinado pueblo y las creencias que profesa es directa. Si podemos conceder credibilidad a César, sus escritos ofrecen valiosa información de carácter antropológico que sirve para reconstruir las costumbres de los pueblos germánicos. Así pues, César señala las diferencias presentes entre germanos y galos, haciendo énfasis en la ausencia de druidas y de sacrificios entre los germanos. Así como atribuye a estos pueblos una forma de vida silvestre, dedicados a ejercicios militares, cacerías y saqueos. Sin embargo, muchas de las palabras vertidas por César, al tratarse de mera propaganda, podrían tener la misma fiabilidad histórica que aquellas películas de Hollywood que nos presentaban a los vikingos como guerreros barbados, con cascos de cuernos y grandes ansias de sangre y oro.
Actualmente podemos establecer una continua evolución en la forma de vida de los pueblos germánicos, un hecho que nos permite estudiar con detalle la forma en la que su religión fue cambiando y adaptándose a las formas de vida. Sobre la Edad del Broncenórdica, en torno al 1700 a. C., la existencia de un clima mucho más templado que el actual garantizaba el desarrollo de los cultivos y de las relaciones comerciales. Se trataba de una forma de vida ligada a la tierra y centrada en la fertilidad de los campos favorecida por las suaves temperaturas. Esto se reflejaba en una religión centrada en la fertilidad, con diosas femeninas y matriarcales. La existencia de arte rupestre al aire libre nos muestra el desarrollo entre estos pueblos de una religión con un marcado carácter agrícola.