Su joven viuda, Gertrudis Medeiros, todavía llora sobre su sepultura junto a sus 3 pequeñas hijitas cuando por orden de Pío Tristán es tomada prisionera. Parte de su casa es convertida en cuartel y el resto demolida para construir trincheras.
Cuando Manuel Belgrano triunfó en Salta, ayudado por hábiles mujeres como Juana Moro y Martina Silva de Gurruchaga, que capitaneando la tropa que formara se presentó en el campo de batalla, Gertrudis recuperó la libertad pero quedó en la pobreza.
Al año siguiente su hacienda, ubicada sobre el camino entre Salta y Jujuy fue asaltada. Desesperada resistió junto a los escasos gauchos que trabajaban sus tierras, pero tanta valentía no fue suficiente. Los restos de anteriores saqueos, cosechas y ganado, fueron arrasados.
Los pobladores de Campo Santo, indefensos, la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva y cuyo follaje recuerda a la heroica mujer.
Encadenada fue llevada a Jujuy. El maltrato reafirmó su patriotismo y estando presa informaba sobre el enemigo al Gral. Güemes. Bajo sospecha, fue sentenciada a morir en los socavones de Potosí pero huyó la noche antes de ser trasladada y regresó a Salta.
Ante una nueva invasión se refugió en Tucumán. Gertrudis, la valiente espía, la heroica madre, todo lo había perdido. Pidió que se le otorgara una pensión pero no fue escuchada. Murió en la pobreza, cubierta por el manto del olvido.
LA EMPAREDADA: AÑO 1814. DESPUÉS DE INVADIR JUJUY Y SALTA EL JEFE REALISTA, JOAQUÍN DE LA PEZUELA, LE INFORMA AL VIRREY DEL PERÚ:
«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».
La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo.
En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar.
Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. Consecuencia de la difícil situación que atravesó fue su apodo: «La Emparedada».
JUANA EMBLEMA: LA JUANA QUE AHORA RECORDAMOS, EMBLEMA DE LUCHA, SÍMBOLO DE ENTREGA Y PATRIOTISMO, SE APELLIDABA AZURDUY. NACIDA EN CHUQUISACA, EN SU INFANCIA QUEDÓ HUÉRFANA DE PADRE Y MADRE JUNTO A SU HERMANA.
Se unió en el amor y en los ideales a Manuel Ascencio Padilla poniendo su vida al servicio de la independencia. Intervino en numerosos combates y escaramuzas, sus hijos nacieron en momentos difíciles y cuatro de ellos murieron ante su mirada impotente y desgarrada, víctimas inocentes de enfermedades y acosados por el hambre, la sed y las incomodidades.
Su joven viuda, Gertrudis Medeiros, todavía llora sobre su sepultura junto a sus 3 pequeñas hijitas cuando por orden de Pío Tristán es tomada prisionera. Parte de su casa es convertida en cuartel y el resto demolida para construir trincheras.
Cuando Manuel Belgrano triunfó en Salta, ayudado por hábiles mujeres como Juana Moro y Martina Silva de Gurruchaga, que capitaneando la tropa que formara se presentó en el campo de batalla, Gertrudis recuperó la libertad pero quedó en la pobreza.
Al año siguiente su hacienda, ubicada sobre el camino entre Salta y Jujuy fue asaltada. Desesperada resistió junto a los escasos gauchos que trabajaban sus tierras, pero tanta valentía no fue suficiente. Los restos de anteriores saqueos, cosechas y ganado, fueron arrasados.
Los pobladores de Campo Santo, indefensos, la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva y cuyo follaje recuerda a la heroica mujer.
Encadenada fue llevada a Jujuy. El maltrato reafirmó su patriotismo y estando presa informaba sobre el enemigo al Gral. Güemes. Bajo sospecha, fue sentenciada a morir en los socavones de Potosí pero huyó la noche antes de ser trasladada y regresó a Salta.
Ante una nueva invasión se refugió en Tucumán. Gertrudis, la valiente espía, la heroica madre, todo lo había perdido. Pidió que se le otorgara una pensión pero no fue escuchada. Murió en la pobreza, cubierta por el manto del olvido.
LA EMPAREDADA: AÑO 1814. DESPUÉS DE INVADIR JUJUY Y SALTA EL JEFE REALISTA, JOAQUÍN DE LA PEZUELA, LE INFORMA AL VIRREY DEL PERÚ:«Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».
La comunicación, interceptada por los patriotas, es un claro testimonio de la actuación de las mujeres. Una de las que desvelaba al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo.
En una oportunidad fue apresada y obligada a cargar pesadas cadenas, pero no delató a los patriotas. Sufrió el castigo más grave cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta. Juana fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar.
Días más tarde una familia vecina, condolida de su terrible destino, oradó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. Consecuencia de la difícil situación que atravesó fue su apodo: «La Emparedada».
JUANA EMBLEMA: LA JUANA QUE AHORA RECORDAMOS, EMBLEMA DE LUCHA, SÍMBOLO DE ENTREGA Y PATRIOTISMO, SE APELLIDABA AZURDUY. NACIDA EN CHUQUISACA, EN SU INFANCIA QUEDÓ HUÉRFANA DE PADRE Y MADRE JUNTO A SU HERMANA.Se unió en el amor y en los ideales a Manuel Ascencio Padilla poniendo su vida al servicio de la independencia. Intervino en numerosos combates y escaramuzas, sus hijos nacieron en momentos difíciles y cuatro de ellos murieron ante su mirada impotente y desgarrada, víctimas inocentes de enfermedades y acosados por el hambre, la sed y las incomodidades.