A comienzos del siglo XIX, una vez finalizada la Guerra de Independencia y la afirmación de la soberanía en Chuquisaca (1825), tal como ocurrió en el resto de las emergentes naciones latinoamericanas, Bolivia se encontraba devastada. La lucha no solo había significado un importante esfuerzo en materia económica y la paralización de las principales actividades productivas del país, sino también el desmembramiento de parte importante de la cosmovisión y las estructuras que habían conducido el territorio durante casi tres siglos. Organizar la nación no sería tarea fácil; de hecho, la desarticulación del sistema colonial sumió a Bolivia en una profunda crisis que se extendería casi por medio siglo: la economía estaba estancada; buena parte de los territorios y recursos permanecían inexplorados; la presencia estatal escasamente se extendía a la zona del Altiplano y las nuevas autoridades requerían de legitimidad a nivel popular. Era comenzar desde cero.
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A comienzos del siglo XIX, una vez finalizada la Guerra de Independencia y la afirmación de la soberanía en Chuquisaca (1825), tal como ocurrió en el resto de las emergentes naciones latinoamericanas, Bolivia se encontraba devastada. La lucha no solo había significado un importante esfuerzo en materia económica y la paralización de las principales actividades productivas del país, sino también el desmembramiento de parte importante de la cosmovisión y las estructuras que habían conducido el territorio durante casi tres siglos. Organizar la nación no sería tarea fácil; de hecho, la desarticulación del sistema colonial sumió a Bolivia en una profunda crisis que se extendería casi por medio siglo: la economía estaba estancada; buena parte de los territorios y recursos permanecían inexplorados; la presencia estatal escasamente se extendía a la zona del Altiplano y las nuevas autoridades requerían de legitimidad a nivel popular. Era comenzar desde cero.