Fueron en gran medida la técnica y su método experimental los que prepararon el curso que tomaron las artes una vez que la filosofía del arte por el arte se convirtió en sustento teórico de la producción de lo que hoy se considera Arte con mayúsculas. Los ensayos anteriores al siglo XIX como algunos aislados que se hicieron en el Renacimiento, por ejemplo: la empresa de Benvenuto Cellini para hacer posible la fundición de su estatua del Perseo, o la hazaña audaz de Miguel Ángel por sostener la cúpula de San Pedro, fueron el propósito de vencer un problema concreto y no obedecieron propiamente, a un programa experimental. La soledad social del artista desde la segunda mitad del siglo pasado, su individualismo artístico, se presentan como un elemento reivindicador del materialismo agresivo con que se aplicaron la ciencia y la técnica en el mundo burgués anti-humanista y adverso a las artes. La sucesión de los “ismos”, que se extiende desde el siglo XIX a nuestros días como un abanico de intereses por las búsquedas plásticas, presupone una creación basada en experimentos en tomo a problemas encaminados a ensayar novedades estilísticas en la producción de objetos, sean éstos pinturas, esculturas, grabados o más modernos como collages, serigrafías, etc. Pero el refugio del arte en la torre de marfil conminó al creador a una experimentación puramente formal. Esa producción artística, creada “por el placer de la creación en sí” sigue, en nuestra sociedad mercantilista, las mismas leyes de las modas de los otros artículos de la sociedad consumista y, los mecanismos de la mercadotecnia, rigen más la productividad que la verdadera experimentación.
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Fueron en gran medida la técnica y su método experimental los que prepararon el curso que tomaron las artes una vez que la filosofía del arte por el arte se convirtió en sustento teórico de la producción de lo que hoy se considera Arte con mayúsculas. Los ensayos anteriores al siglo XIX como algunos aislados que se hicieron en el Renacimiento, por ejemplo: la empresa de Benvenuto Cellini para hacer posible la fundición de su estatua del Perseo, o la hazaña audaz de Miguel Ángel por sostener la cúpula de San Pedro, fueron el propósito de vencer un problema concreto y no obedecieron propiamente, a un programa experimental. La soledad social del artista desde la segunda mitad del siglo pasado, su individualismo artístico, se presentan como un elemento reivindicador del materialismo agresivo con que se aplicaron la ciencia y la técnica en el mundo burgués anti-humanista y adverso a las artes. La sucesión de los “ismos”, que se extiende desde el siglo XIX a nuestros días como un abanico de intereses por las búsquedas plásticas, presupone una creación basada en experimentos en tomo a problemas encaminados a ensayar novedades estilísticas en la producción de objetos, sean éstos pinturas, esculturas, grabados o más modernos como collages, serigrafías, etc. Pero el refugio del arte en la torre de marfil conminó al creador a una experimentación puramente formal. Esa producción artística, creada “por el placer de la creación en sí” sigue, en nuestra sociedad mercantilista, las mismas leyes de las modas de los otros artículos de la sociedad consumista y, los mecanismos de la mercadotecnia, rigen más la productividad que la verdadera experimentación.