Robert Pastor discute en esta obra los beneficios de una mayor integración entre los países de Norteamérica y los retos para lograrla. El autor invita a pensar en la región como algo más que una extensión geográfica, y visualizarla, en cambio, como una oportunidad de relacionarnos de manera distinta.
Las grandes diferencias históricas y la asimetría de poder han generado la idea de que cada país debe protegerse de los demás: se explica así por qué estos países se han pasado los últimos 150 años construyendo barreras entre ellos.
En la década de los ochenta, algunos líderes comenzaron a plantear un camino distinto, encabezado por Canadá y Estados Unidos, seguido con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por iniciativa mexicana. Con este Tratado, se mostró un enorme potencial para hacer crecer la región en un período corto. De 1994 a 2001, lograron triplicar el comercio, disminuir las barreras comerciales, aumentar la inversión extranjera directa y mejorar dramáticamente la integración entre los tres países, con lo que se demostró el poder de la cooperación entre Estados próximos y el libre mercado (casi al nivel de Europa, que llevaba cinco décadas integrándose).
En el mercado continental, como en todo mercado, hay imperfecciones que ningún país consideró, lo cual ha provocado que este Tratado se haya convertido en una «piñata para pseudo expertos y políticos aduladores», quienes le han atribuido todos los problemas que han podido. Todo esto es resultado de la falta de capacidad para limar las asperezas del día a día, cuestión que hoy aún no se ha conseguido solucionar.
Las críticas deben girar, argumenta el autor, en torno a la falta de nuevas acciones de los gobiernos para coordinar esfuerzos en temas de movilidad laboral, seguridad en las fronteras o medio ambiente.
Formando una de las regiones más desarrolladas del mundo, el Canadá y los Estados Unidos se benefician de una renta per cápita de casi el doble de la europea, un consumo alimenticio superior en casi un tercio a la media de Asia y un consumo de energía por habitante cinco veces mayor a la media de los otros continentes.
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Robert Pastor discute en esta obra los beneficios de una mayor integración entre los países de Norteamérica y los retos para lograrla. El autor invita a pensar en la región como algo más que una extensión geográfica, y visualizarla, en cambio, como una oportunidad de relacionarnos de manera distinta.
Las grandes diferencias históricas y la asimetría de poder han generado la idea de que cada país debe protegerse de los demás: se explica así por qué estos países se han pasado los últimos 150 años construyendo barreras entre ellos.
En la década de los ochenta, algunos líderes comenzaron a plantear un camino distinto, encabezado por Canadá y Estados Unidos, seguido con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por iniciativa mexicana. Con este Tratado, se mostró un enorme potencial para hacer crecer la región en un período corto. De 1994 a 2001, lograron triplicar el comercio, disminuir las barreras comerciales, aumentar la inversión extranjera directa y mejorar dramáticamente la integración entre los tres países, con lo que se demostró el poder de la cooperación entre Estados próximos y el libre mercado (casi al nivel de Europa, que llevaba cinco décadas integrándose).
En el mercado continental, como en todo mercado, hay imperfecciones que ningún país consideró, lo cual ha provocado que este Tratado se haya convertido en una «piñata para pseudo expertos y políticos aduladores», quienes le han atribuido todos los problemas que han podido. Todo esto es resultado de la falta de capacidad para limar las asperezas del día a día, cuestión que hoy aún no se ha conseguido solucionar.
Las críticas deben girar, argumenta el autor, en torno a la falta de nuevas acciones de los gobiernos para coordinar esfuerzos en temas de movilidad laboral, seguridad en las fronteras o medio ambiente.
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Formando una de las regiones más desarrolladas del mundo, el Canadá y los Estados Unidos se benefician de una renta per cápita de casi el doble de la europea, un consumo alimenticio superior en casi un tercio a la media de Asia y un consumo de energía por habitante cinco veces mayor a la media de los otros continentes.