El punto de vista Freudiano relaciona la educación del niño con una tarea ética particular del psicoanálisis que tiene como guía conductora, la verdad.
Conocemos por autores como Mannoni o Doltó, las consecuencias psicopatológicas si desconocemos insistentemente la verdad de nuestra propia historia y nuestros deseos.
La capacidad de pensar, de fantasear, de soñar y de hablar nos permite acercarnos aunque sea levemente a esta realidad interior.
En el niño se añaden además su plasticidad lúdica y sus fabulaciones, cuando estas no están perturbadas por bloqueos emocionales.
La educación para la realidad que Freud comenta en "El porvenir de una ilusión", consiste en que el niño no solo se enfrente y apropie de su realidad exterior sino fundamentalmente de sus laberintos desconocidos.
Estos aunque, para algunos pedagogos no lo parezca, están intimamente conectados con los caminos externos de la educación.
No cesó de advertir que esta comunicación, que desconocemos parcialmente; se traba cuando es el educador el que no quiere saber nada de su propia vida infantil, de sus deseos más arcaicos, de sus carencias constitutivas.
El trabajo educativo tradicional, habitualmente preconiza un estado de quietud, como un lago de aguas peligrosamente estancadas.
Desde este silencio no se cuestiona nada, no hay revueltas ni disturbios. Las pasiones duermen sin soñar.
Parecería que el principal objetivo de algunos educadores es ignorar "el niño que él fue", ya que su reconocimiento tendría el riego de develar la máscara de la propia amnesia infantil.
Curiosamente al principio de su obra Freud relaciona el método analítico como una post-educación. (Lecciones de introducción al Psicoanálisis 1915, Introducción al Método psicoanalítico de Oscar Pfister 1913,)
En este momento de su obra, albergaba la esperanza que la enseñanza podría funcionar como profilaxis de las enfermedades mentales, y el tratamiento analítico corregiría lo que la educación no pudo lograr.
Ambas habrían logrado su meta si el mundo pulsional se organizaría satisfactoriamente a través de la Formación reactiva y sublimación.
Si bien es cierto que en sus trabajos posteriores ofrece una lectura totalmente diferente, ya en esta época subraya que ni el educador ni el analista pueden arrogarse el derecho de imponer fines y objetos a las pulsiones del paciente y el educado.
Aconseja al educador que se limite solo a favorecer las virtudes propias del alumno.
En 1911 (Los dos principios del funcionamiento psíquico), apunta a 2 aspectos diferentes pero complementarios.
El psicoanálisis apunta a levantar las represiones que mantienen la sintomatología y la educación evita que esta represión patológica se produzca.
Con los trabajos de la sexualidad infantil se producen cambios en sus concepciones.
La represión de la sexualidad aparecerá más precozmente y la cultura del sujeto, su entorno y la educación pasan a tener un papel coadyudante.
La sexualidad se presenta como radicalmente otro, extraño, antinómico con respecto al Yo.
Él Yo y la sexualidad no pertenecen al mismo mundo (oso blanco y la ballena). Desde esta perspectiva la moral y las pautas ambientales, pasan a un segundo plano. Este lugar siempre fue mantenido en su importancia por Freud.
Desde esta nueva perspectiva, solo una parte del hombre puede ser educada. Son las pulsiones del Yo. Estas se someten facilmente y por el beneficio de la autoconservación a los objetos exteriores para su satisfacción.
En cambio las pulsiones sexuales y los fantasmas son irreductibles a cualquier tipo de "domesticación". Prescinden del objeto exterior, pueden satisfacerse autoeróticamente, y escapan del desarrollo Yoico.
El punto de vista Freudiano relaciona la educación del niño con una tarea ética particular del psicoanálisis que tiene como guía conductora, la verdad.
Conocemos por autores como Mannoni o Doltó, las consecuencias psicopatológicas si desconocemos insistentemente la verdad de nuestra propia historia y nuestros deseos.
La capacidad de pensar, de fantasear, de soñar y de hablar nos permite acercarnos aunque sea levemente a esta realidad interior.
En el niño se añaden además su plasticidad lúdica y sus fabulaciones, cuando estas no están perturbadas por bloqueos emocionales.
La educación para la realidad que Freud comenta en "El porvenir de una ilusión", consiste en que el niño no solo se enfrente y apropie de su realidad exterior sino fundamentalmente de sus laberintos desconocidos.
Estos aunque, para algunos pedagogos no lo parezca, están intimamente conectados con los caminos externos de la educación.
No cesó de advertir que esta comunicación, que desconocemos parcialmente; se traba cuando es el educador el que no quiere saber nada de su propia vida infantil, de sus deseos más arcaicos, de sus carencias constitutivas.
El trabajo educativo tradicional, habitualmente preconiza un estado de quietud, como un lago de aguas peligrosamente estancadas.
Desde este silencio no se cuestiona nada, no hay revueltas ni disturbios. Las pasiones duermen sin soñar.
Parecería que el principal objetivo de algunos educadores es ignorar "el niño que él fue", ya que su reconocimiento tendría el riego de develar la máscara de la propia amnesia infantil.
Curiosamente al principio de su obra Freud relaciona el método analítico como una post-educación. (Lecciones de introducción al Psicoanálisis 1915, Introducción al Método psicoanalítico de Oscar Pfister 1913,)
En este momento de su obra, albergaba la esperanza que la enseñanza podría funcionar como profilaxis de las enfermedades mentales, y el tratamiento analítico corregiría lo que la educación no pudo lograr.
Ambas habrían logrado su meta si el mundo pulsional se organizaría satisfactoriamente a través de la Formación reactiva y sublimación.
Si bien es cierto que en sus trabajos posteriores ofrece una lectura totalmente diferente, ya en esta época subraya que ni el educador ni el analista pueden arrogarse el derecho de imponer fines y objetos a las pulsiones del paciente y el educado.
Aconseja al educador que se limite solo a favorecer las virtudes propias del alumno.
En 1911 (Los dos principios del funcionamiento psíquico), apunta a 2 aspectos diferentes pero complementarios.
El psicoanálisis apunta a levantar las represiones que mantienen la sintomatología y la educación evita que esta represión patológica se produzca.
Con los trabajos de la sexualidad infantil se producen cambios en sus concepciones.
La represión de la sexualidad aparecerá más precozmente y la cultura del sujeto, su entorno y la educación pasan a tener un papel coadyudante.
La sexualidad se presenta como radicalmente otro, extraño, antinómico con respecto al Yo.
Él Yo y la sexualidad no pertenecen al mismo mundo (oso blanco y la ballena). Desde esta perspectiva la moral y las pautas ambientales, pasan a un segundo plano. Este lugar siempre fue mantenido en su importancia por Freud.
Desde esta nueva perspectiva, solo una parte del hombre puede ser educada. Son las pulsiones del Yo. Estas se someten facilmente y por el beneficio de la autoconservación a los objetos exteriores para su satisfacción.
En cambio las pulsiones sexuales y los fantasmas son irreductibles a cualquier tipo de "domesticación". Prescinden del objeto exterior, pueden satisfacerse autoeróticamente, y escapan del desarrollo Yoico.