artículo se presenta la observación participante (OP) como la técnica que permite a los antropólogos conocer las prácticas de los agentes sociales y reconstruir los procesos socioculturales que constituyen el centro de las investigaciones etnográficas. Para ello, la OP se enmarca en lo que se ha llamado la mirada antropológica y se compara con otras técnicas como la entrevista, el grupo de discusión o las “autograbaciones”. Finalmente, se proponen algunas pautas dirigidas a que el material etnográfico producido mediante la OP sirva para restituir la complejidad de los procesos socioculturales que se estudian desde la antropología.
Palabras clave:observación participante, diario de campo, prácticas.
ABSTRACT:In this article participant observation (PO) is presented as the technique that allows anthropologists to gain insight about the practices of social agents and thus reconstruct the sociocultural processes that are at the center of ethnographic research. To this purpose, PO is framed within what has been called “the anthropological gaze” and is compared to other techniques, such as interviews, discussion groups or self-reports. Finally, I propose some guidelines for using the ethnographic material produced through PO to restore complexity to the sociocultural processes studied by anthropology.
Keywords:participant observation, field diary, practices.
Introducción
Este trabajo tiene su origen en mi convencimiento de que “la cultura se revela mejor en lo que la gente hace” (Wolcott 1993, 13), idea que comparto con otros antropólogos sociales, como Díaz de Rada (2010, 2011), quien no solo hace pivotar el concepto de cultura sobre la idea de prácticas sociales, sino que piensa que estas son centrales en cualquier investigación emprendida desde la antropología social. Sin embargo, a diferencia de Wolcott, no creo que ello obligue a conceder mayor credibilidad a la observación participante (OP) frente a otras técnicas etnográficas, al menos si no se tiene en cuenta la dimensión de la realidad sobre la que se busca indagar con cada una de ellas. Considero que la OP es una técnica más válida que otras cuando se trata de conocer las prácticas sociales que conforman los múltiples procesos sociales por los que se interesa la antropología1, y que ubicar estas prácticas en la primera línea del interés de la disciplina es (y ha sido) fundamental en la construcción del conocimiento socioantropológico.
Entiendo por prácticas sociales un conjunto de acciones producidas por agentes sociales concretos en situaciones significativas para ellos. En este sentido, observarlas consiste en un registro de lo que esos agentes (entre los que se encuentra el propio observador) hacen, “incluyendo lo que dicen y los componentes pertinentes de todo el escenario de esa situación” (Díaz de Rada 2011, 17)2. Si bien la OP y, en general, la etnografía se desarrollan siempre en relación con un objeto de estudio concreto, cuando lo que se persigue es profundizar en los discursos o en la ideología de los sujetos (Alonso 1994)3, resulta más válido y más rentable acudir, según el caso, a la entrevista etnográfica o al grupo de discusión, y cuando se busca conocer la distribución de algunos aspectos del fenómeno estudiado no se puede prescindir del uso de herramientas cuantitativas.
Mi adhesión a la OP no es incondicional ni indiscriminada. Parto de la idea de que cada técnica tiene unas potencialidades, unas características y una manera de “recortar” los datos, es decir, de dividir el continuum de la realidad a partir de las categorías que empleamos para conocerlo/observarlo, por lo que hay que reflexionar sobre ellas antes de utilizarlas. Pienso también que las mejores etnografías son aquellas que otorgan un lugar central no solo a las prácticas de los agentes sociales, sino también a la OP y a sus resultados como “espacio de reflexión” desde el que se gestiona el proceso etnográfico, es decir, que les confiere centralidad no solo en la creación de teoría para dar cuenta de ellas (centralidad teórico-empírica), sino también en la toma de decisiones (centralidad logísticometodológica) acerca de cuestiones como: a qué sujetos, sobre qué temas y cómo entrevistar, qué documentos analizar o, para poner otro ejemplo, cuándo es factible o necesario recurrir a otras herramientas de trabajo (Jociles y Franzé 2008).
El trabajo presentado también responde a las dificultades que he tenido como profesora de antropología, cuando mis alumnos me han pedido asesoría bibliográfica sobre la observación participante y qué pautas seguir para usarla adecuadamente. Existe abundante bibliografía que, de manera miscelánea o monográfica, aborda la OP.
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artículo se presenta la observación participante (OP) como la técnica que permite a los antropólogos conocer las prácticas de los agentes sociales y reconstruir los procesos socioculturales que constituyen el centro de las investigaciones etnográficas. Para ello, la OP se enmarca en lo que se ha llamado la mirada antropológica y se compara con otras técnicas como la entrevista, el grupo de discusión o las “autograbaciones”. Finalmente, se proponen algunas pautas dirigidas a que el material etnográfico producido mediante la OP sirva para restituir la complejidad de los procesos socioculturales que se estudian desde la antropología.
Palabras clave:observación participante, diario de campo, prácticas.
ABSTRACT:In this article participant observation (PO) is presented as the technique that allows anthropologists to gain insight about the practices of social agents and thus reconstruct the sociocultural processes that are at the center of ethnographic research. To this purpose, PO is framed within what has been called “the anthropological gaze” and is compared to other techniques, such as interviews, discussion groups or self-reports. Finally, I propose some guidelines for using the ethnographic material produced through PO to restore complexity to the sociocultural processes studied by anthropology.
Keywords:participant observation, field diary, practices.
Introducción
Este trabajo tiene su origen en mi convencimiento de que “la cultura se revela mejor en lo que la gente hace” (Wolcott 1993, 13), idea que comparto con otros antropólogos sociales, como Díaz de Rada (2010, 2011), quien no solo hace pivotar el concepto de cultura sobre la idea de prácticas sociales, sino que piensa que estas son centrales en cualquier investigación emprendida desde la antropología social. Sin embargo, a diferencia de Wolcott, no creo que ello obligue a conceder mayor credibilidad a la observación participante (OP) frente a otras técnicas etnográficas, al menos si no se tiene en cuenta la dimensión de la realidad sobre la que se busca indagar con cada una de ellas. Considero que la OP es una técnica más válida que otras cuando se trata de conocer las prácticas sociales que conforman los múltiples procesos sociales por los que se interesa la antropología1, y que ubicar estas prácticas en la primera línea del interés de la disciplina es (y ha sido) fundamental en la construcción del conocimiento socioantropológico.
Entiendo por prácticas sociales un conjunto de acciones producidas por agentes sociales concretos en situaciones significativas para ellos. En este sentido, observarlas consiste en un registro de lo que esos agentes (entre los que se encuentra el propio observador) hacen, “incluyendo lo que dicen y los componentes pertinentes de todo el escenario de esa situación” (Díaz de Rada 2011, 17)2. Si bien la OP y, en general, la etnografía se desarrollan siempre en relación con un objeto de estudio concreto, cuando lo que se persigue es profundizar en los discursos o en la ideología de los sujetos (Alonso 1994)3, resulta más válido y más rentable acudir, según el caso, a la entrevista etnográfica o al grupo de discusión, y cuando se busca conocer la distribución de algunos aspectos del fenómeno estudiado no se puede prescindir del uso de herramientas cuantitativas.
Mi adhesión a la OP no es incondicional ni indiscriminada. Parto de la idea de que cada técnica tiene unas potencialidades, unas características y una manera de “recortar” los datos, es decir, de dividir el continuum de la realidad a partir de las categorías que empleamos para conocerlo/observarlo, por lo que hay que reflexionar sobre ellas antes de utilizarlas. Pienso también que las mejores etnografías son aquellas que otorgan un lugar central no solo a las prácticas de los agentes sociales, sino también a la OP y a sus resultados como “espacio de reflexión” desde el que se gestiona el proceso etnográfico, es decir, que les confiere centralidad no solo en la creación de teoría para dar cuenta de ellas (centralidad teórico-empírica), sino también en la toma de decisiones (centralidad logísticometodológica) acerca de cuestiones como: a qué sujetos, sobre qué temas y cómo entrevistar, qué documentos analizar o, para poner otro ejemplo, cuándo es factible o necesario recurrir a otras herramientas de trabajo (Jociles y Franzé 2008).
El trabajo presentado también responde a las dificultades que he tenido como profesora de antropología, cuando mis alumnos me han pedido asesoría bibliográfica sobre la observación participante y qué pautas seguir para usarla adecuadamente. Existe abundante bibliografía que, de manera miscelánea o monográfica, aborda la OP.