En la plaza de la estación del ferrocarril, un autobús esperaba a los viajeros que debían llegar en el tren de las 9 de la mañana. Este llegó con toda puntualidad y, durante los minutos en los que el tren aguardaba a que le dieran la salida y el autobús iba recibiendo a los pasajeros y sus equipajes, ambos entablaron esta conversación:
-Querido autobús, tú haces lo que te viene en gana; puedes circular con plena libertad; vas por donde te apetece; se te antoja girar a la izquierda o a la derecha , nadie ni nada te lo impide; tú eres libre de verdad . ¡Qué suerte tienes! Yo, en cambio, siempre estoy sujeto a estas vías de hierro; ¡Qué desgracia la mía si intentara salirme de estos rieles que marcan inexorablemente mi camino!
-¡Cuánta razón tienes, viejo amigo ferrocarril! Yo puedo escoger mi ruta y cambiarla cuantas veces lo desee; puedo descubrir lugares nuevos, horizontes insospechados; incluso, si me apetece, me detengo en una pradera verde y descanso un ratito mientras mis ocupantes toman su almuerzo. Es cierto, pero no todo es tan bonito.
¿ Tú sabes la cantidad de peligros a los que estoy expuesto a cada instante?
Debo andar de ojo avizor en cada paso que doy; los otros vehículos me asaltan por todos lados. ¡Ay de mí, si me disgusto un segundo! ¿Y si me salgo de la carretera? ¿ Y si me arrimo demasiado a la cuneta? ¿Y si me deslumbra el automóvil de enfrente? La catástrofe puede ser monumental.
-Es verdad, no se me había ocurrido. Mi sumisión a la vía reduce mi libertad, pero aumenta mi seguridad. Puedo circular kilómetros y kilómetros con los ojos cerrados y puedo alcanzar velocidades de ensueño... Siempre que no me salga de mis pulidos rieles. No soy dueño de mi dirección: mi itinerario me lo marcan los demás; y los cambios de agujas me solucionan las encrucijadas que me podrían hacer dudar.
-Sí, viejo tren. Nos ocurre cono a las personas ¿sabes? A más libertad, más riesgos, mayores peligros, más responsabilidad ante las decisiones. Es muy bello ser libre, pero también es muy difícil. El precio que hay que pagar por la libertad es altísimo, pero vale al pena.
El diálogo quedo interrumpido por el silbido del jefe de estación que daba la salida al expreso Madrid – Barcelona. Al mismo tiempo alguien, dentro del taxi preguntaba en voz alta:
Respuesta:
En la plaza de la estación del ferrocarril, un autobús esperaba a los viajeros que debían llegar en el tren de las 9 de la mañana. Este llegó con toda puntualidad y, durante los minutos en los que el tren aguardaba a que le dieran la salida y el autobús iba recibiendo a los pasajeros y sus equipajes, ambos entablaron esta conversación:
-Querido autobús, tú haces lo que te viene en gana; puedes circular con plena libertad; vas por donde te apetece; se te antoja girar a la izquierda o a la derecha , nadie ni nada te lo impide; tú eres libre de verdad . ¡Qué suerte tienes! Yo, en cambio, siempre estoy sujeto a estas vías de hierro; ¡Qué desgracia la mía si intentara salirme de estos rieles que marcan inexorablemente mi camino!
-¡Cuánta razón tienes, viejo amigo ferrocarril! Yo puedo escoger mi ruta y cambiarla cuantas veces lo desee; puedo descubrir lugares nuevos, horizontes insospechados; incluso, si me apetece, me detengo en una pradera verde y descanso un ratito mientras mis ocupantes toman su almuerzo. Es cierto, pero no todo es tan bonito.
¿ Tú sabes la cantidad de peligros a los que estoy expuesto a cada instante?
Debo andar de ojo avizor en cada paso que doy; los otros vehículos me asaltan por todos lados. ¡Ay de mí, si me disgusto un segundo! ¿Y si me salgo de la carretera? ¿ Y si me arrimo demasiado a la cuneta? ¿Y si me deslumbra el automóvil de enfrente? La catástrofe puede ser monumental.
-Es verdad, no se me había ocurrido. Mi sumisión a la vía reduce mi libertad, pero aumenta mi seguridad. Puedo circular kilómetros y kilómetros con los ojos cerrados y puedo alcanzar velocidades de ensueño... Siempre que no me salga de mis pulidos rieles. No soy dueño de mi dirección: mi itinerario me lo marcan los demás; y los cambios de agujas me solucionan las encrucijadas que me podrían hacer dudar.
-Sí, viejo tren. Nos ocurre cono a las personas ¿sabes? A más libertad, más riesgos, mayores peligros, más responsabilidad ante las decisiones. Es muy bello ser libre, pero también es muy difícil. El precio que hay que pagar por la libertad es altísimo, pero vale al pena.
El diálogo quedo interrumpido por el silbido del jefe de estación que daba la salida al expreso Madrid – Barcelona. Al mismo tiempo alguien, dentro del taxi preguntaba en voz alta:
-¿ Por dónde vamos a pasar?
Explicación:
espero haverte ayudado