Gracias al telescopio —desde que Galileo Galilei en 1610 lo usó para observar la Luna, el planeta Júpiter y las estrellas— el ser humano pudo, por fin, empezar a conocer la verdadera naturaleza de los cuerpos celestes que nos rodean y nuestra ubicación en el universo.
En 1990, el ser humano colocó en el espacio el ojo más preciso para mirar el universo, el telescopio espacial Hubble. Pero eso no hubiese sido posible sin un invento menos tecnológico, pero igualmente revolucionario: el telescopio presentado por Galileo Galilei el 25 de agosto de 1609. Aquel instrumento de refracción —de 1,27 metros de largo, con una lente convexa delante y otra lente ocular cóncava— permitió al físico italiano convertirse en el padre de la astronomía moderna.
Gracias a ese aparato, Galileo vio que el Sol, considerado hasta entonces símbolo de perfección, tenía manchas. El astrónomo realizó observaciones directas de la estrella, aprovechando cuando las nubes se interponían al disco solar, o en las mañanas y atardeceres, cuando la intensidad luminosa era más soportable, una práctica que le dejó totalmente ciego al final de su vida.
Respuesta:
Gracias al telescopio —desde que Galileo Galilei en 1610 lo usó para observar la Luna, el planeta Júpiter y las estrellas— el ser humano pudo, por fin, empezar a conocer la verdadera naturaleza de los cuerpos celestes que nos rodean y nuestra ubicación en el universo.
Explicación:
Respuesta:
En 1990, el ser humano colocó en el espacio el ojo más preciso para mirar el universo, el telescopio espacial Hubble. Pero eso no hubiese sido posible sin un invento menos tecnológico, pero igualmente revolucionario: el telescopio presentado por Galileo Galilei el 25 de agosto de 1609. Aquel instrumento de refracción —de 1,27 metros de largo, con una lente convexa delante y otra lente ocular cóncava— permitió al físico italiano convertirse en el padre de la astronomía moderna.
Gracias a ese aparato, Galileo vio que el Sol, considerado hasta entonces símbolo de perfección, tenía manchas. El astrónomo realizó observaciones directas de la estrella, aprovechando cuando las nubes se interponían al disco solar, o en las mañanas y atardeceres, cuando la intensidad luminosa era más soportable, una práctica que le dejó totalmente ciego al final de su vida.