Cuál era la visión de los pueblos mesoamericanos acerca del universo que los rodea que a su vez controlaban la vida política económica social y cultural?
De acuerdo con la tradición, los conocimientos del hombre prehispánico, inseparables de su religión, se derivaron de las enseñanzas de Quetzalcoatl, Cipactonatl y Oxomoco. Los dos primeros son los inventores y patronos del calendario, mientras que la tercera es la echadora de suertes, acaso relacionada con Tlazolteotl, diosa a su vez vinculada con los partos y la medicina. o sea, que eran al mismo tiempo sacerdotes y astrónomos, astrólogos y magos, curanderos y matemáticos.
El pueblo mesoamericano entretejió todo un sistema conceptual alrededor del mundo que habitaba. Las estrellas, montañas, ríos, lagos, animales y plantas fueron ocupando un lugar dentro de un cosmos cuya complejidad fue incrementándose al poblarse de fuerzas sobrenaturales, que unas veces luchaban en favor de los seres humanos y otras en su contra. Las fuerzas de la naturaleza se movían de modo caprichoso y el hombre trataba de entenderlas e interpretarlas ya sea como movimientos mágicos o como un designio divino. No podemos descartar aquí la presencia de un conocimiento exacto y de un sistema clasificatorio, porque en el pensamiento del hombre mesoamericano convivió la ciencia con la magia y la religión.
La imagen del universo
La imagen del mundo se concibió como un inmenso lagarto o cipactli, que se encontraba flotando sobre el gran océano, el Cemanahuac. Las protuberancias de la piel de este monstruo terrestre, también llamado Tlaltecuhtli, eran las montañas; los orificios de su cuerpo, las grutas, y su pelambre, la vegetación de la tierra. En el horizonte, las aguas saladas de los mares se unían al agua celeste o ilhuicatl. La piel del monstruo servía para filtrar el agua salobre del mar y así permitir que la vida prosperara con el agua dulce. Para crear este mundo fue necesario que los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcoatl partieran en dos al cipactli y luego lo extendieran sobre el mar. A su vez, para que el firmamento permaneciese en su sitio, cuatro portadores debieron sostenerlo en las esquinas del mundo.
Esta imagen, que proviene de la mitología náhuatl, tiene su paralelo entre los mayas. Florescano (1993: 26) nos dice que en los tableros del conjunto de la Cruz de Palenque está grabado que Hun Nal Ye nació junto con el cosmos y que uno de sus primeros actos fue levantar el cielo y construir una casa orientada hacia los cuatro rumbos del universo, en un lugar donde también se erigió el árbol que simboliza los tres niveles del cosmos.
Los planos del universo
Para el hombre prehispánico el cosmos se dividía tanto vertical como horizontalmente. El plano horizontal contaba con cuatro sectores y una quinta región, donde se equilibraban las fuerzas cósmicas. Era el centro u ombligo, un punto de gran importancia, ya que servía para acceder a los tres planos verticales: el cielo (con sus trece niveles), la tierra y el inframundo (con sus nueve estrados). El mundo inferior se relacionaba tanto con la vida como con la muerte. Allí nacía el maíz y de allí venían los hombres, los grupos étnicos y sus dioses patronos.
Este esquema ha permanecido en algunas poblaciones como Zinacantán, Chiapas (E.Z. Vogt 1993, 66), donde el mundo se concibe como un diagrama con cinco rumbos. El centro del poblado es el ombligo del cosmos, disposición que se repite en las casas y en las milpas. Lo mismo sucedía en Tenochtitlan y Teotihuacan. En el mundo prehispánico este esquema se advierte en casi todas las creaciones del hombre, desde el diseño urbano y el trazo de edificios y plazas, hasta las obras de arte.
Algunos códices presentan un conjunto dinámico donde al espacio cuatripartito del universo mesoamericano se integran otros elementos de la cosmovisión. Especial importancia tienen los símbolos del tiempo, que aparecen a través de glifos calendáricos y numerales. Además, en algunos de estos libros, se agregan los dioses que regían periodos y rumbos (en parejas o en un total de nueve), los árboles cósmicos y aves. El ejemplo típico lo tenemos en la primera página del Códice Féjerváry Meyer.
Desde épocas muy tempranas (Preclásico Inferior, 900-1200 a.C.) encontramos esquemas que nos muestran la división cuatripartita del cosmos, bajo la forma de imágenes cruciformes (fig. 2). Es interesante observar que tales esquemas se presentan en todas las culturas mesoamericanas e incluso hoy los encontramos en múltiples diseños indígenas. Las cruces, en todas sus formas y contextos, son una manera de expresar esta concepción del espacio. La cruz de Quetzalcoatl, la cruz de Dainzú, Oaxaca, las cruces de Palenque y Xochicalco, son algunos ejemplos que expresan la importancia de este concepto.
Respuesta:
EL UNIVERSO MESOAMERICANO
De acuerdo con la tradición, los conocimientos del hombre prehispánico, inseparables de su religión, se derivaron de las enseñanzas de Quetzalcoatl, Cipactonatl y Oxomoco. Los dos primeros son los inventores y patronos del calendario, mientras que la tercera es la echadora de suertes, acaso relacionada con Tlazolteotl, diosa a su vez vinculada con los partos y la medicina. o sea, que eran al mismo tiempo sacerdotes y astrónomos, astrólogos y magos, curanderos y matemáticos.
El pueblo mesoamericano entretejió todo un sistema conceptual alrededor del mundo que habitaba. Las estrellas, montañas, ríos, lagos, animales y plantas fueron ocupando un lugar dentro de un cosmos cuya complejidad fue incrementándose al poblarse de fuerzas sobrenaturales, que unas veces luchaban en favor de los seres humanos y otras en su contra. Las fuerzas de la naturaleza se movían de modo caprichoso y el hombre trataba de entenderlas e interpretarlas ya sea como movimientos mágicos o como un designio divino. No podemos descartar aquí la presencia de un conocimiento exacto y de un sistema clasificatorio, porque en el pensamiento del hombre mesoamericano convivió la ciencia con la magia y la religión.
La imagen del universo
La imagen del mundo se concibió como un inmenso lagarto o cipactli, que se encontraba flotando sobre el gran océano, el Cemanahuac. Las protuberancias de la piel de este monstruo terrestre, también llamado Tlaltecuhtli, eran las montañas; los orificios de su cuerpo, las grutas, y su pelambre, la vegetación de la tierra. En el horizonte, las aguas saladas de los mares se unían al agua celeste o ilhuicatl. La piel del monstruo servía para filtrar el agua salobre del mar y así permitir que la vida prosperara con el agua dulce. Para crear este mundo fue necesario que los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcoatl partieran en dos al cipactli y luego lo extendieran sobre el mar. A su vez, para que el firmamento permaneciese en su sitio, cuatro portadores debieron sostenerlo en las esquinas del mundo.
Esta imagen, que proviene de la mitología náhuatl, tiene su paralelo entre los mayas. Florescano (1993: 26) nos dice que en los tableros del conjunto de la Cruz de Palenque está grabado que Hun Nal Ye nació junto con el cosmos y que uno de sus primeros actos fue levantar el cielo y construir una casa orientada hacia los cuatro rumbos del universo, en un lugar donde también se erigió el árbol que simboliza los tres niveles del cosmos.
Los planos del universo
Para el hombre prehispánico el cosmos se dividía tanto vertical como horizontalmente. El plano horizontal contaba con cuatro sectores y una quinta región, donde se equilibraban las fuerzas cósmicas. Era el centro u ombligo, un punto de gran importancia, ya que servía para acceder a los tres planos verticales: el cielo (con sus trece niveles), la tierra y el inframundo (con sus nueve estrados). El mundo inferior se relacionaba tanto con la vida como con la muerte. Allí nacía el maíz y de allí venían los hombres, los grupos étnicos y sus dioses patronos.
Este esquema ha permanecido en algunas poblaciones como Zinacantán, Chiapas (E.Z. Vogt 1993, 66), donde el mundo se concibe como un diagrama con cinco rumbos. El centro del poblado es el ombligo del cosmos, disposición que se repite en las casas y en las milpas. Lo mismo sucedía en Tenochtitlan y Teotihuacan. En el mundo prehispánico este esquema se advierte en casi todas las creaciones del hombre, desde el diseño urbano y el trazo de edificios y plazas, hasta las obras de arte.
Algunos códices presentan un conjunto dinámico donde al espacio cuatripartito del universo mesoamericano se integran otros elementos de la cosmovisión. Especial importancia tienen los símbolos del tiempo, que aparecen a través de glifos calendáricos y numerales. Además, en algunos de estos libros, se agregan los dioses que regían periodos y rumbos (en parejas o en un total de nueve), los árboles cósmicos y aves. El ejemplo típico lo tenemos en la primera página del Códice Féjerváry Meyer.
Desde épocas muy tempranas (Preclásico Inferior, 900-1200 a.C.) encontramos esquemas que nos muestran la división cuatripartita del cosmos, bajo la forma de imágenes cruciformes (fig. 2). Es interesante observar que tales esquemas se presentan en todas las culturas mesoamericanas e incluso hoy los encontramos en múltiples diseños indígenas. Las cruces, en todas sus formas y contextos, son una manera de expresar esta concepción del espacio. La cruz de Quetzalcoatl, la cruz de Dainzú, Oaxaca, las cruces de Palenque y Xochicalco, son algunos ejemplos que expresan la importancia de este concepto.
Explicación: