Sobra decir que la vida de Zweig había sido hasta entonces la de un privilegiado. Nacido en una familia de la alta burguesía vienesa, la narración de sus primeros años no es sólo el aprendizaje de un escritor, o la formación de un intelectual, sino un repaso a la cultura europea de principios de siglo: los nombres de Rilke, Freud, Rodin, Strauss, Hoffmansthal, Schnitzler, junto a otros ya más pasados como Rolland o Verhaeren, atraviesan el libro como tal cosa, y hacen de él mucho más que el mero recuerdo de una vida privada.
Aún así, lo más interesante no es el retrato de estos personajes, sino la nostálgica descripción del Imperio Austrohúngaro, la mítica Kakania que para Zweig condensaba lo mejor del espíritu europeo. Los capítulos iniciales dedicados a la educación, las costumbres y la vida sexual de la época valen la pena por si solos. Pero la intención del libro no es sólo intentar demostrar, ya en 1940, que hubo una vez un periodo de paz en Europa en el que la confianza, la esperanza y la seguridad eran la norma, sino contraponer esos días tranquilos a la tormenta que recorrerá Europa desde 1914. Todavía en el verano de ese año, Zweig pensaba que no había un tiempo que diese más razones para el optimismo y para que se alcanzase la “unidad espiritual” del continente, el fin último al que aspiraba.
Sobra decir que la vida de Zweig había sido hasta entonces la de un privilegiado. Nacido en una familia de la alta burguesía vienesa, la narración de sus primeros años no es sólo el aprendizaje de un escritor, o la formación de un intelectual, sino un repaso a la cultura europea de principios de siglo: los nombres de Rilke, Freud, Rodin, Strauss, Hoffmansthal, Schnitzler, junto a otros ya más pasados como Rolland o Verhaeren, atraviesan el libro como tal cosa, y hacen de él mucho más que el mero recuerdo de una vida privada.
Aún así, lo más interesante no es el retrato de estos personajes, sino la nostálgica descripción del Imperio Austrohúngaro, la mítica Kakania que para Zweig condensaba lo mejor del espíritu europeo. Los capítulos iniciales dedicados a la educación, las costumbres y la vida sexual de la época valen la pena por si solos. Pero la intención del libro no es sólo intentar demostrar, ya en 1940, que hubo una vez un periodo de paz en Europa en el que la confianza, la esperanza y la seguridad eran la norma, sino contraponer esos días tranquilos a la tormenta que recorrerá Europa desde 1914. Todavía en el verano de ese año, Zweig pensaba que no había un tiempo que diese más razones para el optimismo y para que se alcanzase la “unidad espiritual” del continente, el fin último al que aspiraba.