Los cambios en los modos de comunicación afectan también a la lectura y a la promoción de la misma, creándose nuevos espacios en unos tiempos que son diferentes, tiempos de globalización, multiculturalismo o inmigración. Todo esto puede provocarnos ciertas preguntas a las que, con dificultad, podemos encontrar respuesta: ¿está en crisis la cultura del libro? ¿Hay un solo tipo de lectura? ¿Los antiguos lectores se parecen a los nuevos lectores? ¿Debemos fomentar la lectura escolar, lectura obligatoria -a fin de cuentas-, siendo la lectura una actividad libre y voluntaria? ¿Es necesaria la literatura?
Lo que parece indiscutible es que la lectura tiene que asumir nuevos retos en estos tiempos que abren el tercer milenio; y esos retos van a exigir lectores capaces de responder a los mismos desde la libertad y la autonomía crítica que le confieren su condición de lectores competentes.
En cualquier caso, quizá tengamos que hablar ya de dos tipos de lectores:
1. El lector tradicional, lector de libros, lector competente, lector literario que, además, se sirve de los nuevos modelos de lectura, como la lectura en internet, p. e.
2. El lector nuevo, el consumidor fascinado por las nuevas tecnologías, enganchado a la red, que sólo lee en ella: información, divulgación, juegos, que se comunica con otros (chatea), pero que no es lector de libros, ni lo ha sido tampoco antes. Es un lector que tiene dificultad para discriminar mensajes y que, en ocasiones, no entiende algunos de ellos.
Este nuevo lector suele coincidir, además, con personas que no han tenido la experiencia de haber vivido la cultura oral que vivieron sus antepasados, es decir, son jóvenes. La cadena de la literatura oral se está rompiendo, o se ha roto ya irremediablemente en algunos géneros, como la lírica. Además, este nuevo lector tampoco ha participado, o lo ha hecho en menor medida que antaño, de la lectura en voz alta, de la memorización de poemas, del recitado y de la declamación, o del acto de contar una historia con sentido.
El intertexto lector3 del lector nuevo no va a acumular, por tanto, el mismo tipo de experiencias lectoras que hace unos cuantos años. Este lector va a tener experiencias lectoras que son consecuencia de un cierto uso del lenguaje escrito (textos escolares o álbumes ilustrados), por un lado; y, por otro, de unos especiales usos del lenguaje oral, de un nuevo lenguaje oral, dominado -sobre todo- por la televisión4. Pero no van a formar parte de su intertexto lector, de su experiencia lectora previa, ni las cantilenas infantiles, ni los cuentos populares (cuya práctica como narración oral se ha debilitado con el paso de los años y ante la presión de otras prácticas lúdicas infantiles), lo que es un problema importante para el crecimiento como personas de esos lectores. Piénsese que todas las culturas no necesitan libros en la misma medida; muchas de ellas, gracias a una rica tradición oral, han vivido sin los libros durante siglos; pero:
Cuando esa tradición oral se desmorona, y en algunas sociedades este fenómeno sucede con tanta rapidez que una tradición oral que se desvanece no es reemplazada a tiempo por libros, por relatos escritos, muchos niños quedan expuestos a crecer sin los cuentos. Y, esencialmente, aquello de lo cual no podemos prescindir es el cuento, sin importar si se encuentra escrito o se transmite oralmente.5
Respuesta:
Los cambios en los modos de comunicación afectan también a la lectura y a la promoción de la misma, creándose nuevos espacios en unos tiempos que son diferentes, tiempos de globalización, multiculturalismo o inmigración. Todo esto puede provocarnos ciertas preguntas a las que, con dificultad, podemos encontrar respuesta: ¿está en crisis la cultura del libro? ¿Hay un solo tipo de lectura? ¿Los antiguos lectores se parecen a los nuevos lectores? ¿Debemos fomentar la lectura escolar, lectura obligatoria -a fin de cuentas-, siendo la lectura una actividad libre y voluntaria? ¿Es necesaria la literatura?
Lo que parece indiscutible es que la lectura tiene que asumir nuevos retos en estos tiempos que abren el tercer milenio; y esos retos van a exigir lectores capaces de responder a los mismos desde la libertad y la autonomía crítica que le confieren su condición de lectores competentes.
En cualquier caso, quizá tengamos que hablar ya de dos tipos de lectores:
1. El lector tradicional, lector de libros, lector competente, lector literario que, además, se sirve de los nuevos modelos de lectura, como la lectura en internet, p. e.
2. El lector nuevo, el consumidor fascinado por las nuevas tecnologías, enganchado a la red, que sólo lee en ella: información, divulgación, juegos, que se comunica con otros (chatea), pero que no es lector de libros, ni lo ha sido tampoco antes. Es un lector que tiene dificultad para discriminar mensajes y que, en ocasiones, no entiende algunos de ellos.
Este nuevo lector suele coincidir, además, con personas que no han tenido la experiencia de haber vivido la cultura oral que vivieron sus antepasados, es decir, son jóvenes. La cadena de la literatura oral se está rompiendo, o se ha roto ya irremediablemente en algunos géneros, como la lírica. Además, este nuevo lector tampoco ha participado, o lo ha hecho en menor medida que antaño, de la lectura en voz alta, de la memorización de poemas, del recitado y de la declamación, o del acto de contar una historia con sentido.
El intertexto lector3 del lector nuevo no va a acumular, por tanto, el mismo tipo de experiencias lectoras que hace unos cuantos años. Este lector va a tener experiencias lectoras que son consecuencia de un cierto uso del lenguaje escrito (textos escolares o álbumes ilustrados), por un lado; y, por otro, de unos especiales usos del lenguaje oral, de un nuevo lenguaje oral, dominado -sobre todo- por la televisión4. Pero no van a formar parte de su intertexto lector, de su experiencia lectora previa, ni las cantilenas infantiles, ni los cuentos populares (cuya práctica como narración oral se ha debilitado con el paso de los años y ante la presión de otras prácticas lúdicas infantiles), lo que es un problema importante para el crecimiento como personas de esos lectores. Piénsese que todas las culturas no necesitan libros en la misma medida; muchas de ellas, gracias a una rica tradición oral, han vivido sin los libros durante siglos; pero:
Cuando esa tradición oral se desmorona, y en algunas sociedades este fenómeno sucede con tanta rapidez que una tradición oral que se desvanece no es reemplazada a tiempo por libros, por relatos escritos, muchos niños quedan expuestos a crecer sin los cuentos. Y, esencialmente, aquello de lo cual no podemos prescindir es el cuento, sin importar si se encuentra escrito o se transmite oralmente.5