El espectro de la revolución conservadora en sus diversas formas —la politización del particularismo nacionalista y religioso o el auge del antagonismo populista— está transformando la sociedad y la política a nivel global. Esta politización multidimensional ha generado una creciente polarización política y de la opinión pública en casi toda la Unión Europea, poniendo además en entredicho principios básicos del Estado de derecho (rule of law). Aunque la crisis actual no es legal por su naturaleza sino política y económica, impacta en los «valores políticos» (John Rawls) y en las prácticas constitucionalistas. El Estado de derecho se basa en un equilibrio complejo entre principios, poderes y contrapoderes; entre los diversos modos en los que aparece este equilibrio, interesa remarcar el profundo debilitamiento —en la última década— de la relación entre el Estado de derecho, la democracia y el capitalismo.
En una democracia constitucional, el Estado de derecho se instituye y se transforma gracias a la participación del demos en un contexto histórico específico. A la vez, el poder del pueblo se expresa a través del lenguaje y la práctica de los derechos y las libertades que comparten los ciudadanos por igual. Esta es, podríamos sugerir, la práctica habitual de las democracias constitucionalistas. No obstante, y al calor de la crisis del sistema político y de la economía de mercado, en los últimos años han surgido movimientos populistas que, en amalgama con las agrupaciones políticas nacionalistas y religiosas, agitan a las masas y sus emociones negativas primordiales (miedo, ira) para conquistar el poder político. Estos movimientos intentan reescribir el guion básico del juego democrático, sus normas constitucionales, utilizando el Estado de derecho mismo para transformarlo. El nuevo bloque nacional-populista europeo liderado por Matteo Salvini pretende cambiar las reglas del juego democrático usando —simultáneamente— los dispositivos propios del Estado de derecho y las instituciones políticas de la Unión Europea. En varios países de la región los principios básicos de libertad de expresión, separación entre Estado e Iglesia, igualdad de género, o reconocimiento cultural están siendo cuestionados y puestos en entredicho. Sumado a esto, podemos reconocer, asimismo, que las guerras culturales de los EEUU se han intensificado y se han globalizado llegando a Europa también.
La politización de la religión es una estrategia central mediante la cual las fuerzas conservadoras y populistas cuestionan los consensos legales existentes sobre el aborto, la homosexualidad, la anticoncepción, la familia o la igualdad de género. Mediante una reducción retórica, los derechos y las libertades fundamentales están equiparados con la supuesta hipocresía de la corrección política y de la conciencia liberal. Líderes populistas carismáticos y nuevas fuerzas políticas pretenden acabar con esta supuesta hipocresía imponiendo en cambio un supuesto principio mayoritario religioso-conservador mediante la ayuda de referéndums (por ejemplo en Rumanía) o de tribunales supremos o constitucionales cada vez más partidistas (en Estados Unidos, Brasil, Israel,Polonia o Hungría).
La revolución conservadora debilita además la dimensión universalista del Estado de derecho. En la era de la globalización y la interdependencia, nunca ha sido tan cierta como hoy la observación de Immanuel Kant según la cual «una violación de los derechos en un lugar se siente en todo el mundo ». Resulta que la interpretación adecuada de la idea del Estado de derecho debe incluir una preocupación por lo que va más allá de las fronteras de la nación-estado. Aunque la constitucionalización del derecho internacional (Jürgen Habermas) es inherente a la dinámica del Estado de derecho, la Unión Europea ha fracasado repetidamente en su capacidad para lidiar con la tragedia de los refugiados. En el momento actual de la politización nacional-populista, el universalismo de la idea de igualdad de derechos se distorsiona en una forma de egoísmo nacional.
Respuesta:
El espectro de la revolución conservadora en sus diversas formas —la politización del particularismo nacionalista y religioso o el auge del antagonismo populista— está transformando la sociedad y la política a nivel global. Esta politización multidimensional ha generado una creciente polarización política y de la opinión pública en casi toda la Unión Europea, poniendo además en entredicho principios básicos del Estado de derecho (rule of law). Aunque la crisis actual no es legal por su naturaleza sino política y económica, impacta en los «valores políticos» (John Rawls) y en las prácticas constitucionalistas. El Estado de derecho se basa en un equilibrio complejo entre principios, poderes y contrapoderes; entre los diversos modos en los que aparece este equilibrio, interesa remarcar el profundo debilitamiento —en la última década— de la relación entre el Estado de derecho, la democracia y el capitalismo.
En una democracia constitucional, el Estado de derecho se instituye y se transforma gracias a la participación del demos en un contexto histórico específico. A la vez, el poder del pueblo se expresa a través del lenguaje y la práctica de los derechos y las libertades que comparten los ciudadanos por igual. Esta es, podríamos sugerir, la práctica habitual de las democracias constitucionalistas. No obstante, y al calor de la crisis del sistema político y de la economía de mercado, en los últimos años han surgido movimientos populistas que, en amalgama con las agrupaciones políticas nacionalistas y religiosas, agitan a las masas y sus emociones negativas primordiales (miedo, ira) para conquistar el poder político. Estos movimientos intentan reescribir el guion básico del juego democrático, sus normas constitucionales, utilizando el Estado de derecho mismo para transformarlo. El nuevo bloque nacional-populista europeo liderado por Matteo Salvini pretende cambiar las reglas del juego democrático usando —simultáneamente— los dispositivos propios del Estado de derecho y las instituciones políticas de la Unión Europea. En varios países de la región los principios básicos de libertad de expresión, separación entre Estado e Iglesia, igualdad de género, o reconocimiento cultural están siendo cuestionados y puestos en entredicho. Sumado a esto, podemos reconocer, asimismo, que las guerras culturales de los EEUU se han intensificado y se han globalizado llegando a Europa también.
La politización de la religión es una estrategia central mediante la cual las fuerzas conservadoras y populistas cuestionan los consensos legales existentes sobre el aborto, la homosexualidad, la anticoncepción, la familia o la igualdad de género. Mediante una reducción retórica, los derechos y las libertades fundamentales están equiparados con la supuesta hipocresía de la corrección política y de la conciencia liberal. Líderes populistas carismáticos y nuevas fuerzas políticas pretenden acabar con esta supuesta hipocresía imponiendo en cambio un supuesto principio mayoritario religioso-conservador mediante la ayuda de referéndums (por ejemplo en Rumanía) o de tribunales supremos o constitucionales cada vez más partidistas (en Estados Unidos, Brasil, Israel,Polonia o Hungría).
La revolución conservadora debilita además la dimensión universalista del Estado de derecho. En la era de la globalización y la interdependencia, nunca ha sido tan cierta como hoy la observación de Immanuel Kant según la cual «una violación de los derechos en un lugar se siente en todo el mundo ». Resulta que la interpretación adecuada de la idea del Estado de derecho debe incluir una preocupación por lo que va más allá de las fronteras de la nación-estado. Aunque la constitucionalización del derecho internacional (Jürgen Habermas) es inherente a la dinámica del Estado de derecho, la Unión Europea ha fracasado repetidamente en su capacidad para lidiar con la tragedia de los refugiados. En el momento actual de la politización nacional-populista, el universalismo de la idea de igualdad de derechos se distorsiona en una forma de egoísmo nacional.
Explicación:
coronita;)