Respuesta:En el año 490 AC el imperio persa se extendía hasta las fronteras de la India. Los griegos jónicos de Asia menor eran comerciantes acostumbrados a tener el control de su oficio. Cuando Darío, el rey persa, comenzó a exigir tributos, los griegos sintieron el peso de su opresión y pidieron apoyo a Atenas que envió una flota de barcos. El rey entró en cólera, aplastó a los griegos jónicos y juró no descansar hasta conquistar Grecia.
La armada persa partió hacia Atenas destruyendo todo a su paso. Finalmente llegaron a la ciudad de Maratón. Setenta mil persas listos para combatir contra diez mil atenienses. Entre los griegos estaba Miltiades, valiente y astuto militar que como había vivido entre los persas sabía sus tácticas y logró que sufrieran cuantiosas bajas y se retiraran.
No fue la última vez que los persas intentaron invadir y dominar a los griegos, diez años más tarde perdieron las Termopilas, pero poco después ganaron junto a sus aliados la batalla de Platea. Más de un millón de persas contra un ejército mucho menos numeroso. Una armada persa de barcos pequeños y ágiles, frente a las naves griegas pesadas y difíciles de maniobrar. ¿Cuál fue su secreto? ¿Cómo hicieron para resistir? Más que resistir, para vencer.
Los griegos tenían el arma más poderosa que puede tener ningún pueblo: el deseo de libertad. No pudieron vencerlos militarmente, porque los persas no lograron dominar sus mentes, ni sus almas. Los griegos estaban siempre buscando la salida con astucia, siempre inventando, siempre innovando, jamás se quedaron de brazos cruzados, ni se dieron por vencidos. Nunca renunciaron a su sueño y por ende nunca perdieron la esperanza.
Nunca pensé que abriría un libro de historia antigua para intentar reconocerme. Que la historia se iba a desbordar sobre mí hasta convertirse más que en fuente de pensamiento, en un instrumento de identidad, de inspiración y de esperanza.
Venezuela lleva diecisiete años votando como si en cada elección se jugase el fin del mundo. Quizás así ha sido, pero el propósito no siempre estaba claro. Era una lucha de poder, de ideas o de la ausencia de ellas. El caso es no supimos qué teníamos hasta que lo perdimos. No sabíamos lo que era ser libres hasta que perdimos el control de nuestras vidas, quizás porque se hacía inverosímil pensar en opresión y dictadura en la que fue una de las democracias más sólidas del siglo XX.
El futuro de un país no se construye en un solo día, sobre todo después de casi dos décadas de destrucción sistemática. Pero no somos los primeros en la historia, ni seremos los últimos, lo que no quiere decir que sea fácil, pues la sociedad civil se enfrenta a una maquinaria que tiene poder, armas y la convicción de que su estado criminal y fallido no puede convivir bajo los principios de un estado de derecho, su naturaleza implica que haya un pueblo servil, apaciguado por la dependencia en todos los aspectos de la vida ciudadana, incluso de la vida personal.
Ya no se trata del resultado de unas elecciones, porque el proceso de cambio ha comenzado. El solo hecho de que millones de venezolanos estén dispuestos a no renunciar al derecho principal de la democracia demuestra que dentro de nosotros arde la llama de la libertad, que estamos dispuestos a construir país como única opción, que el compromiso es a largo alcance y que tenemos un propósito que sobrepasa las elecciones: un país libre, soberano y democrático. Es decir, un país en que los ciudadanos tengan el control de su vida, que no dependa de potencias extranjeras y en el que exista separación de poderes.
No son elecciones libres. Existe ventajismo, amedrentamiento y ya ha habido fraude. Existe más que la duda, la preocupación de que el gobierno no aceptará resultados adversos y atropellará a todo el que se interponga en su camino. El régimen se juega su extinción y el fracaso de una idea dictatorial. La sociedad civil se juega algo más que la vida, y lo dicen los libros de historia, lo heredamos de nuestros antepasados que entre otros también son los griegos, no importa el tamaño del ejército, cuando un pueblo está dispuesto a ser libre, nadie lo detiene.
Respuesta:En el año 490 AC el imperio persa se extendía hasta las fronteras de la India. Los griegos jónicos de Asia menor eran comerciantes acostumbrados a tener el control de su oficio. Cuando Darío, el rey persa, comenzó a exigir tributos, los griegos sintieron el peso de su opresión y pidieron apoyo a Atenas que envió una flota de barcos. El rey entró en cólera, aplastó a los griegos jónicos y juró no descansar hasta conquistar Grecia.
La armada persa partió hacia Atenas destruyendo todo a su paso. Finalmente llegaron a la ciudad de Maratón. Setenta mil persas listos para combatir contra diez mil atenienses. Entre los griegos estaba Miltiades, valiente y astuto militar que como había vivido entre los persas sabía sus tácticas y logró que sufrieran cuantiosas bajas y se retiraran.
No fue la última vez que los persas intentaron invadir y dominar a los griegos, diez años más tarde perdieron las Termopilas, pero poco después ganaron junto a sus aliados la batalla de Platea. Más de un millón de persas contra un ejército mucho menos numeroso. Una armada persa de barcos pequeños y ágiles, frente a las naves griegas pesadas y difíciles de maniobrar. ¿Cuál fue su secreto? ¿Cómo hicieron para resistir? Más que resistir, para vencer.
Los griegos tenían el arma más poderosa que puede tener ningún pueblo: el deseo de libertad. No pudieron vencerlos militarmente, porque los persas no lograron dominar sus mentes, ni sus almas. Los griegos estaban siempre buscando la salida con astucia, siempre inventando, siempre innovando, jamás se quedaron de brazos cruzados, ni se dieron por vencidos. Nunca renunciaron a su sueño y por ende nunca perdieron la esperanza.
Nunca pensé que abriría un libro de historia antigua para intentar reconocerme. Que la historia se iba a desbordar sobre mí hasta convertirse más que en fuente de pensamiento, en un instrumento de identidad, de inspiración y de esperanza.
Venezuela lleva diecisiete años votando como si en cada elección se jugase el fin del mundo. Quizás así ha sido, pero el propósito no siempre estaba claro. Era una lucha de poder, de ideas o de la ausencia de ellas. El caso es no supimos qué teníamos hasta que lo perdimos. No sabíamos lo que era ser libres hasta que perdimos el control de nuestras vidas, quizás porque se hacía inverosímil pensar en opresión y dictadura en la que fue una de las democracias más sólidas del siglo XX.
El futuro de un país no se construye en un solo día, sobre todo después de casi dos décadas de destrucción sistemática. Pero no somos los primeros en la historia, ni seremos los últimos, lo que no quiere decir que sea fácil, pues la sociedad civil se enfrenta a una maquinaria que tiene poder, armas y la convicción de que su estado criminal y fallido no puede convivir bajo los principios de un estado de derecho, su naturaleza implica que haya un pueblo servil, apaciguado por la dependencia en todos los aspectos de la vida ciudadana, incluso de la vida personal.
Ya no se trata del resultado de unas elecciones, porque el proceso de cambio ha comenzado. El solo hecho de que millones de venezolanos estén dispuestos a no renunciar al derecho principal de la democracia demuestra que dentro de nosotros arde la llama de la libertad, que estamos dispuestos a construir país como única opción, que el compromiso es a largo alcance y que tenemos un propósito que sobrepasa las elecciones: un país libre, soberano y democrático. Es decir, un país en que los ciudadanos tengan el control de su vida, que no dependa de potencias extranjeras y en el que exista separación de poderes.
No son elecciones libres. Existe ventajismo, amedrentamiento y ya ha habido fraude. Existe más que la duda, la preocupación de que el gobierno no aceptará resultados adversos y atropellará a todo el que se interponga en su camino. El régimen se juega su extinción y el fracaso de una idea dictatorial. La sociedad civil se juega algo más que la vida, y lo dicen los libros de historia, lo heredamos de nuestros antepasados que entre otros también son los griegos, no importa el tamaño del ejército, cuando un pueblo está dispuesto a ser libre, nadie lo detiene.