Una de las mayores barreras a las que se enfrentó la biología durante siglos es la incapacidad de ver de qué estaban hechos los tejidos que formaban los seres vivos. Hay que tener en cuenta que una célula animal tiene de media un diámetro de 10-20 µm, lo cual si hacemos cuentas supone que es unas cincuenta veces más pequeña que el objeto más diminuto que un ser humano normalmente puede ver con sus ojos. No fue hasta el desarrollo de los primeros microscopios ópticos de calidad que a principios del siglo XIX científicos como Schleiden y Schwann propusieron que todos los tejidos animales y vegetales son en verdad agregados de células individuales. Tras estos descubrimientos, que se agruparon formando el concepto de “doctrina celular” (1838), empezó a desarrollarse la rama de la ciencia que ahora se llama Biología Celular.
Sin embargo, al problema del pequeño tamaño celular hay que sumarle una dificultad técnica adicional: las células son traslucidas y casi sin color, con lo cual si las observamos directamente al microscopio no vemos prácticamente nada. Por ello fue necesario desarrollar también en paralelo toda una serie de tinciones que selectivamente tiñeran distintos tipos celulares, estructuras dentro de ellas, etc. para hacerlas visibles. Del mismo modo, el propio microscopio óptico, que usa luz visible, también tiene sus limitaciones técnicas que solo pudieron ser superadas a principios de 1940 con la aparición del microscopio electrónico.
Para que nos podamos imaginar el gran salto que fue el paso de un microscopio a otro, esta es una escala con distintos tamaños: un pulgar tiene un grosos de unos 20 mm, mientras que si queremos ver sus células hay que bajar a un tamaño cien veces menor (0´2 mm). Con un microscopio óptico podemos ver las células e incluso podemos llegar a ver estructuras celulares internas como las mitocondrias (que de media son unos 2 µm), pero ver elementos más pequeños, como ribosomas o (0´2 µm) proteínas (unos 2 nm), es imposible con un microscopio de este tipo. Esto se debe a que una de las limitaciones técnicas de un microscopio es la radiación que usa para “ver” las cosas, ya que una radiación no puede ser usada para conseguir detalles estructurales mucho más pequeños que su propia longitud de onda. En el caso de los microscopios ópticos se usa la luz visible, lo cual coloca el límite de resolución de estos aparatos en una longitud de onda que va desde unos 0´4 µm (violeta), a 0´7 µm (rojo profundo). Esto significa que estructuras celulares como las mitocondrias (unos 2 µm) o seres vivos como las bacterias (que de media son 0´5 µm), son normalmente los elementos más diminutos visibles con estos aparatos. Si queremos ver cosas más pequeñas necesitamos utilizar un microscopio electrónico, el cual usa electrones en vez de luz visible, aunque esta herramienta también tiene desventajas como que es necesario procesar mucho el tejido que se quiere observar antes de poder estudiarlo con el microscopio electrónico.
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Una de las mayores barreras a las que se enfrentó la biología durante siglos es la incapacidad de ver de qué estaban hechos los tejidos que formaban los seres vivos. Hay que tener en cuenta que una célula animal tiene de media un diámetro de 10-20 µm, lo cual si hacemos cuentas supone que es unas cincuenta veces más pequeña que el objeto más diminuto que un ser humano normalmente puede ver con sus ojos. No fue hasta el desarrollo de los primeros microscopios ópticos de calidad que a principios del siglo XIX científicos como Schleiden y Schwann propusieron que todos los tejidos animales y vegetales son en verdad agregados de células individuales. Tras estos descubrimientos, que se agruparon formando el concepto de “doctrina celular” (1838), empezó a desarrollarse la rama de la ciencia que ahora se llama Biología Celular.
Sin embargo, al problema del pequeño tamaño celular hay que sumarle una dificultad técnica adicional: las células son traslucidas y casi sin color, con lo cual si las observamos directamente al microscopio no vemos prácticamente nada. Por ello fue necesario desarrollar también en paralelo toda una serie de tinciones que selectivamente tiñeran distintos tipos celulares, estructuras dentro de ellas, etc. para hacerlas visibles. Del mismo modo, el propio microscopio óptico, que usa luz visible, también tiene sus limitaciones técnicas que solo pudieron ser superadas a principios de 1940 con la aparición del microscopio electrónico.
Para que nos podamos imaginar el gran salto que fue el paso de un microscopio a otro, esta es una escala con distintos tamaños: un pulgar tiene un grosos de unos 20 mm, mientras que si queremos ver sus células hay que bajar a un tamaño cien veces menor (0´2 mm). Con un microscopio óptico podemos ver las células e incluso podemos llegar a ver estructuras celulares internas como las mitocondrias (que de media son unos 2 µm), pero ver elementos más pequeños, como ribosomas o (0´2 µm) proteínas (unos 2 nm), es imposible con un microscopio de este tipo. Esto se debe a que una de las limitaciones técnicas de un microscopio es la radiación que usa para “ver” las cosas, ya que una radiación no puede ser usada para conseguir detalles estructurales mucho más pequeños que su propia longitud de onda. En el caso de los microscopios ópticos se usa la luz visible, lo cual coloca el límite de resolución de estos aparatos en una longitud de onda que va desde unos 0´4 µm (violeta), a 0´7 µm (rojo profundo). Esto significa que estructuras celulares como las mitocondrias (unos 2 µm) o seres vivos como las bacterias (que de media son 0´5 µm), son normalmente los elementos más diminutos visibles con estos aparatos. Si queremos ver cosas más pequeñas necesitamos utilizar un microscopio electrónico, el cual usa electrones en vez de luz visible, aunque esta herramienta también tiene desventajas como que es necesario procesar mucho el tejido que se quiere observar antes de poder estudiarlo con el microscopio electrónico.
Por Pablo Barrecheguren