El término “conflicto” se usa vulgarmente como sinónimo de violencia. De hecho, si consultamos su acepción en el diccionario, nos encontraremos con vocablos tales como “apuro”, “peligro”, “disfunción”, etc., o definiciones como “momento más violento o indeciso de un combate”, o “situación de difícil salida en que no se sabe qué hacer”, o “situación de desacuerdo o lucha entre individuos o grupos que puede llegar a la aniquilación del contrario”, etc. Sin embargo, conflicto y violencia son dos conceptos totalmente distintos, y que no necesariamente están relacionados entre sí. Probablemente esta confusión se originó en el supuesto de que la violencia era una tendencia natural en el ser humano, como parecería confirmarlo la historia de la humanidad, en cuyas páginas se suceden alternativamente (como en la novela de Tolstoy) largos períodos de guerra y destrucción interrumpidos brevemente por tiempos de bonanza y de paz o, mejor dicho, de preparación para la próxima guerra (pax romana). Es muy probable también que la teoría del conflicto dialéctico y de la lucha violenta de clases de Marx –como veremos más adelante– haya contribuido a dar sustento “científico” a esta confusión.
filosófica en la obra de Thomas Hobbes (1588-1679). Este autor, en su obra Leviathan (1651), sistematiza una teoría del origen de la sociedad a partir del concepto de que el hombre es naturalmente antisocial, egoísta, agresivo y brutal. Para Hobbes, los hombres en su estado natural eran seres solitarios, independientes e iguales, pero las ambiciones y los intereses de cada uno, en oposición a los intereses de los demás individuos, condujeron inevitablemente a una guerra de todos contra todos. Para cambiar esta situación y, sobre todo, para asegurar su propia supervivencia, los seres humanos decidieron –mediante un contrato social irrevocable– resignar parte de su independencia y de sus derechos en una autoridad con suficiente poder como para imponer la paz y el orden en la sociedad. Es decir que la civilización está basada, no en la sociabilidad natural del ser humano, sino en el temor y el interés individual. Por consiguiente, tanto la paz como la seguridad, según esta concepción filosófica, solo pueden mantenerse por la fuerza; el hombre se refugia en la sociedad solo por conveniencia propia: su seguridad depende exclusivamente del control y el poder absoluto de la autoridad del soberano.
John Locke (1632-1704), filósofo inglés y politólogo contemporáneo de Hobbes, consideraba que el contrato social no se originaba en el temor y en la necesidad de protección –como razonaba Hobbes– sino en la lógica del beneficio común. En 1690 publicó Two Treatises on Government, donde apoya la revolución de 1688 que transfirió la soberanía, que tradicionalmente detentaba el Monarca, al Parlamento británico. Para Locke el contrato social no es irrevocable, ya que el poder reside en la voluntad del pueblo; por consiguiente cuando el Estado hace abuso del poder, el pueblo puede cambiarlo. Este concepto de “soberanía popular” dio origen a las democracias modernas, a partir de la Revolución Francesa de 1789.
Desde el Tratado de Westfalia, firmado en 1648, la teoría de que la paz y la seguridad solo se mantienen por la fuerza se aplicó también a la relación entre los Estados soberanos. En efecto, la única forma de mantener la paz entre los pueblos era a través de ejércitos poderosos o de alianzas entre países, que brindaban protección a los ciudadanos y aseguraban la integridad territorial del Estado-nación. Más recientemente, durante la llamada Guerra Fría de mediados del siglo XX, las dos potencias enfrentadas –la Unión Soviética y los Estados Unidos– lograron mantener durante cuatro décadas un difícil equilibrio de alianzas, amenazas y negociaciones en los foros internacionales. Finalmente, con la caída del muro de Berlín y del imperio soviético en 1989, pareció consolidarse la “paz americana” que –a semejanza de la antigua pax romana– consistió en la ausencia de guerra, gracias al control y poderío tanto militar como económico y político de los Estados Unidos. Hasta no hace muchos años, los filósofos y pensadores sociales discutían cuáles eran las condiciones de una “guerra justa”, contraponiéndola a una guerra “injusta” desde un punto de vista ético y/o jurídico.
El término “conflicto” se usa vulgarmente como sinónimo de violencia. De hecho, si consultamos su acepción en el diccionario, nos encontraremos con vocablos tales como “apuro”, “peligro”, “disfunción”, etc., o definiciones como “momento más violento o indeciso de un combate”, o “situación de difícil salida en que no se sabe qué hacer”, o “situación de desacuerdo o lucha entre individuos o grupos que puede llegar a la aniquilación del contrario”, etc. Sin embargo, conflicto y violencia son dos conceptos totalmente distintos, y que no necesariamente están relacionados entre sí. Probablemente esta confusión se originó en el supuesto de que la violencia era una tendencia natural en el ser humano, como parecería confirmarlo la historia de la humanidad, en cuyas páginas se suceden alternativamente (como en la novela de Tolstoy) largos períodos de guerra y destrucción interrumpidos brevemente por tiempos de bonanza y de paz o, mejor dicho, de preparación para la próxima guerra (pax romana). Es muy probable también que la teoría del conflicto dialéctico y de la lucha violenta de clases de Marx –como veremos más adelante– haya contribuido a dar sustento “científico” a esta confusión.
ESPERO QUE ESTO TE AYUDE BYE ❤️
Explicación:
filosófica en la obra de Thomas Hobbes (1588-1679). Este autor, en su obra Leviathan (1651), sistematiza una teoría del origen de la sociedad a partir del concepto de que el hombre es naturalmente antisocial, egoísta, agresivo y brutal. Para Hobbes, los hombres en su estado natural eran seres solitarios, independientes e iguales, pero las ambiciones y los intereses de cada uno, en oposición a los intereses de los demás individuos, condujeron inevitablemente a una guerra de todos contra todos. Para cambiar esta situación y, sobre todo, para asegurar su propia supervivencia, los seres humanos decidieron –mediante un contrato social irrevocable– resignar parte de su independencia y de sus derechos en una autoridad con suficiente poder como para imponer la paz y el orden en la sociedad. Es decir que la civilización está basada, no en la sociabilidad natural del ser humano, sino en el temor y el interés individual. Por consiguiente, tanto la paz como la seguridad, según esta concepción filosófica, solo pueden mantenerse por la fuerza; el hombre se refugia en la sociedad solo por conveniencia propia: su seguridad depende exclusivamente del control y el poder absoluto de la autoridad del soberano.
John Locke (1632-1704), filósofo inglés y politólogo contemporáneo de Hobbes, consideraba que el contrato social no se originaba en el temor y en la necesidad de protección –como razonaba Hobbes– sino en la lógica del beneficio común. En 1690 publicó Two Treatises on Government, donde apoya la revolución de 1688 que transfirió la soberanía, que tradicionalmente detentaba el Monarca, al Parlamento británico. Para Locke el contrato social no es irrevocable, ya que el poder reside en la voluntad del pueblo; por consiguiente cuando el Estado hace abuso del poder, el pueblo puede cambiarlo. Este concepto de “soberanía popular” dio origen a las democracias modernas, a partir de la Revolución Francesa de 1789.
Desde el Tratado de Westfalia, firmado en 1648, la teoría de que la paz y la seguridad solo se mantienen por la fuerza se aplicó también a la relación entre los Estados soberanos. En efecto, la única forma de mantener la paz entre los pueblos era a través de ejércitos poderosos o de alianzas entre países, que brindaban protección a los ciudadanos y aseguraban la integridad territorial del Estado-nación. Más recientemente, durante la llamada Guerra Fría de mediados del siglo XX, las dos potencias enfrentadas –la Unión Soviética y los Estados Unidos– lograron mantener durante cuatro décadas un difícil equilibrio de alianzas, amenazas y negociaciones en los foros internacionales. Finalmente, con la caída del muro de Berlín y del imperio soviético en 1989, pareció consolidarse la “paz americana” que –a semejanza de la antigua pax romana– consistió en la ausencia de guerra, gracias al control y poderío tanto militar como económico y político de los Estados Unidos. Hasta no hace muchos años, los filósofos y pensadores sociales discutían cuáles eran las condiciones de una “guerra justa”, contraponiéndola a una guerra “injusta” desde un punto de vista ético y/o jurídico.
epero te ayude :")