Impresiona a todos los que de una u otra forma participan en el mundo jurídico chileno, la tremenda convocatoria que generan nuestros Cursos Interuniversitarios. Ya el año pasado contamos con 108 alumnos que cumplieron con el requisito de más de un 75% de asistencia; y, este año, todo indica que llegaremos prácticamente al doble de alumnos diplomados.
Esta impresión del resto del medio jurídico, a la que me refiero, es muy comprensible. Debe tenerse presente que no solo hemos superado ampliamente la asistencia de estudiantes a los eventos de otras disciplinas jurídicas de Derecho Positivo –y, por tanto, con directa aplicación práctica–, sino, también, que nuestra disciplina, el Derecho Romano –o, dicho de otra forma, el estudio profundo del Derecho Privado–, enfrentó hace pocos años una “crisis universitaria”.
Nótese que hablo de “crisis universitaria” y no de “crisis académica”, porque la crisis de nuestra disciplina solo consistió en su supresión en el curriculum obligatorio de Licenciatura de unas cuantas Facultades de Derecho en el país. Pero, todo esto, a pesar de que en el resto del Mundo el estudio del Derecho Romano estaba, y está, conociendo un reflorecimiento de enormes proporciones; y de ahí que en ningún caso pueda hablarse de “crisis académica” del Derecho Romano.
Todos los procesos de unificación y sistematización del Derecho no han sido otra cosa más que un gran esfuerzo de reflexión en torno al Derecho elaborado por los juristas romanos. Ya Justiniano fue un romanista; y, asimismo, Baldo, Bartolo, Domat, Pothier, nuestro Andrés Bello, Vélez Sarfield, Freitas, García Goyena fueron también romanistas. No extraña, entonces, que hoy, cuando a partir de los procesos de unificación del Derecho Europeo de Obligaciones y Contratos se ha iniciado un verdadero proceso mundial de unificación, protagonistas tan connotados como Gandolfi o Zimmermann sean, a su vez, romanistas. Han de saber ustedes que incluso las potencias asiáticas, las que a estas alturas ya han adoptado códigos civiles romanistas, se encuentran ahora en un acelerado proceso de traducción y estudio del Corpus Iuris Civilis.
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Impresiona a todos los que de una u otra forma participan en el mundo jurídico chileno, la tremenda convocatoria que generan nuestros Cursos Interuniversitarios. Ya el año pasado contamos con 108 alumnos que cumplieron con el requisito de más de un 75% de asistencia; y, este año, todo indica que llegaremos prácticamente al doble de alumnos diplomados.
Esta impresión del resto del medio jurídico, a la que me refiero, es muy comprensible. Debe tenerse presente que no solo hemos superado ampliamente la asistencia de estudiantes a los eventos de otras disciplinas jurídicas de Derecho Positivo –y, por tanto, con directa aplicación práctica–, sino, también, que nuestra disciplina, el Derecho Romano –o, dicho de otra forma, el estudio profundo del Derecho Privado–, enfrentó hace pocos años una “crisis universitaria”.
Nótese que hablo de “crisis universitaria” y no de “crisis académica”, porque la crisis de nuestra disciplina solo consistió en su supresión en el curriculum obligatorio de Licenciatura de unas cuantas Facultades de Derecho en el país. Pero, todo esto, a pesar de que en el resto del Mundo el estudio del Derecho Romano estaba, y está, conociendo un reflorecimiento de enormes proporciones; y de ahí que en ningún caso pueda hablarse de “crisis académica” del Derecho Romano.
Todos los procesos de unificación y sistematización del Derecho no han sido otra cosa más que un gran esfuerzo de reflexión en torno al Derecho elaborado por los juristas romanos. Ya Justiniano fue un romanista; y, asimismo, Baldo, Bartolo, Domat, Pothier, nuestro Andrés Bello, Vélez Sarfield, Freitas, García Goyena fueron también romanistas. No extraña, entonces, que hoy, cuando a partir de los procesos de unificación del Derecho Europeo de Obligaciones y Contratos se ha iniciado un verdadero proceso mundial de unificación, protagonistas tan connotados como Gandolfi o Zimmermann sean, a su vez, romanistas. Han de saber ustedes que incluso las potencias asiáticas, las que a estas alturas ya han adoptado códigos civiles romanistas, se encuentran ahora en un acelerado proceso de traducción y estudio del Corpus Iuris Civilis.