La conquista de América despertó en la sociedad española toda suerte de utopías, siempre en la perspectiva de la construcción de un nuevo mundo. Tras los conquistadores hispanos, llegaron los sacerdotes, hombres decididos a convertir en realidad el llamado evangélico a expandir la fe católica por todos los pueblos del mundo conocido.
El primer siglo de dominio español en Chile dejó tras de sí un reguero de violencia y destrucción, una guerra interminable por someter a la población nativa a un modelo imperial e imponer un modo de vida que alteró radicalmente la identidad cultural de los antiguos habitantes del país. La gran rebelión mapuche de 1598, creó una frontera física entre los dos mundos: el valle central hispanizado y una población indígena independiente al sur del río Bío-Bío.
La llegada de la Compañía de Jesús a Chile en 1593, significó una nueva forma de relación entre hispanos y mapuches. Convencidos de que todos los pueblos llevaron consigo la semilla del evangelio, la concepción de misión para los jesuitas consistía en la idea de la salvación de las almas por medio de la acción eficaz de los misioneros, más que en el modelo de aculturación violenta que se había impuesto en los primeros años de la Conquista.
Dentro de la primera generación de jesuitas, destacó el sacerdote Luis de Valdivia. Persuadido de que la fe debía entrar por medio de la conversión voluntaria y no por la vía de las armas, éste cuestionó duramente el servicio personal impuesto a los indígenas como el mayor obstáculo a la penetración del evangelio. Contra las incursiones esclavistas que anualmente realizaron los españoles en territorio mapuche, propuso un sistema de guerra defensiva, acabando con los ataques mutuos y enviando misioneros a la Araucanía. Aunque su propuesta fue desechada en 1626, luego de diez años de puesta en práctica, la defensa jesuita de la población indígena continuó durante todo el siglo XVII. La estrategia de la orden para la evangelización, incluía el aprendizaje de las lenguas indígenas, así como la comprensión de sus costumbres y tradiciones, factor clave para penetrar en su sociedad. Los jesuitas instalaron un sistema de "correrías" o misiones ambulantes, insistiendo en la vía sacramental para asegurar la salvación de la población mapuche. Pero a mediados del siglo XVIII se hicieron cada vez mayores las críticas a los métodos jesuitas, apuntando al hecho de que no lograron una conversión plena de la población indígena.
En 1756, los franciscanos fundaron el Colegio Misionero de Propaganda Fide, en Chillán, inaugurando una nueva estrategia misionera en la región. En él se preparó a los misioneros para su labor en la Araucanía, creándose una base de operaciones sobre la cual los franciscanos construyeron una red de misiones estables, preocupándose de educar para así asegurar una conversión plena de los mapuche. La labor misional franciscana se vio reforzada con el traslado del Colegio de Naturales a Chillán y la recepción de las misiones jesuitas tras su expulsión de América en 1767. La visita que realizó el obispo Fray Pedro Ángel de Espiñeira por territorio mapuche, entre 1765 y 1769, ayudó a ordenar el nuevo sistema misionero, que era visto por los gobernadores como un factor clave en la estabilización del sistema fronterizo.
La labor de los misioneros debió enfrentar la tenaz resistencia mapuche, que veían en ella un peligro a su propia supervivencia como etnia. Por otra parte, la exigencia de la monogamia alteró todo el sistema político de alianzas entre linajes, y la evangelización en general se entendió como aculturación y pérdida de identidad étnica. Sólo en el último tercio del siglo XIX, con la derrota militar y la ocupación de la Araucanía por tropas chilenas, se produjo una nueva política de aculturación, ahora entendida en nombre del progreso y la civilizació
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La conquista de América despertó en la sociedad española toda suerte de utopías, siempre en la perspectiva de la construcción de un nuevo mundo. Tras los conquistadores hispanos, llegaron los sacerdotes, hombres decididos a convertir en realidad el llamado evangélico a expandir la fe católica por todos los pueblos del mundo conocido.
El primer siglo de dominio español en Chile dejó tras de sí un reguero de violencia y destrucción, una guerra interminable por someter a la población nativa a un modelo imperial e imponer un modo de vida que alteró radicalmente la identidad cultural de los antiguos habitantes del país. La gran rebelión mapuche de 1598, creó una frontera física entre los dos mundos: el valle central hispanizado y una población indígena independiente al sur del río Bío-Bío.
La llegada de la Compañía de Jesús a Chile en 1593, significó una nueva forma de relación entre hispanos y mapuches. Convencidos de que todos los pueblos llevaron consigo la semilla del evangelio, la concepción de misión para los jesuitas consistía en la idea de la salvación de las almas por medio de la acción eficaz de los misioneros, más que en el modelo de aculturación violenta que se había impuesto en los primeros años de la Conquista.
Dentro de la primera generación de jesuitas, destacó el sacerdote Luis de Valdivia. Persuadido de que la fe debía entrar por medio de la conversión voluntaria y no por la vía de las armas, éste cuestionó duramente el servicio personal impuesto a los indígenas como el mayor obstáculo a la penetración del evangelio. Contra las incursiones esclavistas que anualmente realizaron los españoles en territorio mapuche, propuso un sistema de guerra defensiva, acabando con los ataques mutuos y enviando misioneros a la Araucanía. Aunque su propuesta fue desechada en 1626, luego de diez años de puesta en práctica, la defensa jesuita de la población indígena continuó durante todo el siglo XVII. La estrategia de la orden para la evangelización, incluía el aprendizaje de las lenguas indígenas, así como la comprensión de sus costumbres y tradiciones, factor clave para penetrar en su sociedad. Los jesuitas instalaron un sistema de "correrías" o misiones ambulantes, insistiendo en la vía sacramental para asegurar la salvación de la población mapuche. Pero a mediados del siglo XVIII se hicieron cada vez mayores las críticas a los métodos jesuitas, apuntando al hecho de que no lograron una conversión plena de la población indígena.
En 1756, los franciscanos fundaron el Colegio Misionero de Propaganda Fide, en Chillán, inaugurando una nueva estrategia misionera en la región. En él se preparó a los misioneros para su labor en la Araucanía, creándose una base de operaciones sobre la cual los franciscanos construyeron una red de misiones estables, preocupándose de educar para así asegurar una conversión plena de los mapuche. La labor misional franciscana se vio reforzada con el traslado del Colegio de Naturales a Chillán y la recepción de las misiones jesuitas tras su expulsión de América en 1767. La visita que realizó el obispo Fray Pedro Ángel de Espiñeira por territorio mapuche, entre 1765 y 1769, ayudó a ordenar el nuevo sistema misionero, que era visto por los gobernadores como un factor clave en la estabilización del sistema fronterizo.
La labor de los misioneros debió enfrentar la tenaz resistencia mapuche, que veían en ella un peligro a su propia supervivencia como etnia. Por otra parte, la exigencia de la monogamia alteró todo el sistema político de alianzas entre linajes, y la evangelización en general se entendió como aculturación y pérdida de identidad étnica. Sólo en el último tercio del siglo XIX, con la derrota militar y la ocupación de la Araucanía por tropas chilenas, se produjo una nueva política de aculturación, ahora entendida en nombre del progreso y la civilizació
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