Cuando en el curso del XII Coloquio Internacional de Geocrítica celebrado en Buenos Aires empezamos a debatir el tema del siguiente, algunos compañeros propusieron que se aprovechara la fecha de celebración para dedicar el encuentro a las independencias de los países iberoamericanos. Pareció una buena idea, con tal de dar al tema un carácter más general, como finalmente se hizo: “Independencias políticas y construcción de Estados nacionales. Ejercicio del poder y procesos de territorialización y socialización”. Se trata de aprovechar la oportunidad de la conmemoración de las independencias en los países americanos para reflexionar sobre dichos procesos, las interacciones con lo que ocurrió en otras partes del mundo, y la evolución posterior hasta hoy.
América empezó a formar parte de Europa desde el siglo XVI, como una Nueva Europa, lo que se afianzó en los dos siglos siguientes. Desde el siglo XVI América está, efectivamente, vinculada a Europa, se va convirtiendo en Nuevas Europas. Primero, Europas hispanas como Nueva España (y también Nueva Galicia, Nueva Granada, Nueva Andalucía…) y luego también como Nuevo Portugal, Nueva Inglaterra, Nueva Francia o Nueva Holanda.
Esa vinculación se afianzó en el siglo XVIII, cuando América en su conjunto era ya, sin duda alguna, una Nueva Europa Ultramarina; y lo sería más aún en el siglo XIX a pesar de los procesos de emancipación política respecto a las antiguas metrópolis europeas y con la instauración de lo que un historiador argentino (Tulio Halperin) ha llamado el orden neocolonial, que tuvo su apogeo entre 1880 y 1930. Resulta sugestivo considerar las evoluciones paralelas que han seguido existiendo durante el siglo XIX y XX a un lado y otro del Atlántico. Es cierto que había en América rasgos específicos como la esclavitud, pero no hay que olvidar que también en Europa oriental durante el siglo XIX persistió la servidumbre, que solo se abolió en Rusia en 1861. En cuanto a las poblaciones indígenas americanas, no hay más que tomarlas en el sentido etimológico de la palabra (del latín indigena, “nacido allí”, “originario del país de que se trata”), como los indígenas franceses o españoles, o calificarlas como campesinas, para que existan muchos elementos posibles de comparación.
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Cuando en el curso del XII Coloquio Internacional de Geocrítica celebrado en Buenos Aires empezamos a debatir el tema del siguiente, algunos compañeros propusieron que se aprovechara la fecha de celebración para dedicar el encuentro a las independencias de los países iberoamericanos. Pareció una buena idea, con tal de dar al tema un carácter más general, como finalmente se hizo: “Independencias políticas y construcción de Estados nacionales. Ejercicio del poder y procesos de territorialización y socialización”. Se trata de aprovechar la oportunidad de la conmemoración de las independencias en los países americanos para reflexionar sobre dichos procesos, las interacciones con lo que ocurrió en otras partes del mundo, y la evolución posterior hasta hoy.
América empezó a formar parte de Europa desde el siglo XVI, como una Nueva Europa, lo que se afianzó en los dos siglos siguientes. Desde el siglo XVI América está, efectivamente, vinculada a Europa, se va convirtiendo en Nuevas Europas. Primero, Europas hispanas como Nueva España (y también Nueva Galicia, Nueva Granada, Nueva Andalucía…) y luego también como Nuevo Portugal, Nueva Inglaterra, Nueva Francia o Nueva Holanda.
Esa vinculación se afianzó en el siglo XVIII, cuando América en su conjunto era ya, sin duda alguna, una Nueva Europa Ultramarina; y lo sería más aún en el siglo XIX a pesar de los procesos de emancipación política respecto a las antiguas metrópolis europeas y con la instauración de lo que un historiador argentino (Tulio Halperin) ha llamado el orden neocolonial, que tuvo su apogeo entre 1880 y 1930. Resulta sugestivo considerar las evoluciones paralelas que han seguido existiendo durante el siglo XIX y XX a un lado y otro del Atlántico. Es cierto que había en América rasgos específicos como la esclavitud, pero no hay que olvidar que también en Europa oriental durante el siglo XIX persistió la servidumbre, que solo se abolió en Rusia en 1861. En cuanto a las poblaciones indígenas americanas, no hay más que tomarlas en el sentido etimológico de la palabra (del latín indigena, “nacido allí”, “originario del país de que se trata”), como los indígenas franceses o españoles, o calificarlas como campesinas, para que existan muchos elementos posibles de comparación.
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